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Fin trans
El trasfondo de esta sección o artículo se basa en la campaña de El Fin de los Tiempos, que ha sustituido la línea argumental de La Tormenta del Caos.
Neferata fin de los tiempos

Neferata

Neferata permanecía sola en un mundo de espíritus aullantes, una tierra de polvo y ruina.

Hace tiempo, Lahmia fue la joya de Nehekhara, una maravilla exquisita para los sentidos. Conocida como la Ciudad del Amanecer, Lahmia era famosa por sus resplandecientes paredes blancas, sus exuberantes jardines y aire perfumado; una mezcla de flor de loto y especias exóticas del este agitadas por la brisa del mar. Ahora era una tierra de desolación; la Ciudad Maldita cuyas ruinas eran acosadas por los condenados.

Durante siglos tras su huida de Lahmia, Neferata vivió por y para la venganza. Pero eso había pasado. Había viajado lejos por el mundo y se había cubierto con riquezas. Pero en su frío y quieto corazón sabía que era una disfraz. Sabía que, en cierto modo, aún seguía huyendo de viejos recuerdos de una época que ya no podría ser, de una tierra que ya no existía. El Pináculo de Plata, su nido del águila, había sido su pequeño intento de recrear una nueva Lahmia; un nido de lujo y refinamiento. El regreso de Nagash acabó con eso.

Ahora Neferata había regresado a Lahmia; no para recuperar sus tierras perdidas, sino para enterrarlas.

El ejército de Neferata había destruido rápidamente los centinelas de piedra que montaban guardia fuera de la ciudad maldita, y había sido un juego de niños para una hechicera con las habilidades de Neferata atravesar la miríada de salas que rodeaban las ruinas. Esperaba encontrarse con sellos jeroglíficos y maldiciones mortales destinadas a mantener a raya vampiros, pero descubrió con sorpresa que la mitad de los sigilos mágicos fueron diseñados para mantener a las criaturas dentro. Parecía que los espíritus de su corte original no descansaban fácilmente.

Nota: Leer antes de continuar - La Venganza se Acerca

En Lybaras, la Gran Reina Khalida estaba inquieta. Los mensajeros habían dejado de llegar y una cola de emisarios de Mahrak y Quatar permanecía inmóvil en su vacía sala del trono desde hacía semanas, a la espera de la presencia de la Gran Reina. Sin embargo, cuando Nalharad, el Maestro de los Despertares de la ciudad de Lybaras, se acercó a la habitación de la reina, los Guardianes de la Torre de Alabastro descruzaron sus alabardas adornadas y permitieron que el sacerdote liche pasara sin oposición.

Todo guerrero y estatua de Lybaras había sido convocado. Marcharon bajo cielos negros, liderados por la Gran Reina Khalida. Cuando la última legión pasó bajo los arcos sostenidos por pilones, las puertas de bronce de la ciudad se cerraron con un sonido metálico de finalidad que hizo eco a través de las arenas. Dejaron atrás una ciudad vacía, con sus templos y necrópolis sin vigilancia salvo por las salvaguardas y las maldiciones de los sacerdotes.

Khalida lideró la gran procesión que se alejaba de Lybaras. La Reina-Guerrera no caminaba a la batalla, sino que cabalgaba sobre una ceremonial plataforma voladora adornada de oro. Se deslizaba majestuosamente por encima de la arena y era un símbolo de sus victorias, ya que la había tomado como trofeo de manos de las criaturas lagarto de las Tierras del Sur en una de sus guerras. A su lado estaba el Heraldo de Lybaras, el Príncipe Nefhotep, que llevaba en alto el tótem sagrado de su ciudad. Detrás de Khalida venían sus famosas legiones y regimientos de arqueros, caminando al unísono, marchando bajo un icono con la imagen de la sagrada cobra. En el centro había estatuas con cabeza de halcón de la Legión de Phakth, Dios Rapaz del cielo y la justicia. Había dejado a su guardia posicionada frente al templo de Phakth, pues Khalida había invocado los juramentos de errores imperdonables que convocarían a las antiguas estatuas a la batalla. Los más altos seguían siendo los caballeros de la necrópolis, cuyas serpientes no muertas se movían de tal forma que les hacía parecer que viajaran por alta mar.

El Príncipe Settuneb, resplandeciente en su carruaje guerra tallado en marfil, lideraba las falanges de carros. Tras la estela de los carros, una real eminencia lo suficientemente alta como para evitar la nube de polvo que creaban, viajaba el Rey Hassep montando una poderosa Esfinge de Guerra de mármol negro. La reina Khalida había escogido a Hassep como su señor de la guerra, su comandante supremo y mano derecha en la batalla. Éste era un gran honor otorgado por los más queridos y diversos gobernantes de Lybaras, pero era un honor debido, pues tanto el rey Hassep como el príncipe Settuneb eran de la legendaria primera dinastía; gobernantes que sirvieron en vida al indomable Settra, Rey de Reyes. Detrás de Hassep marchaba legión tras legión de guerreros perfectamente ordenados, regimientos de lanzas y espadas, todos ellos con los colores apagados de la poderosa Lybaras sobre sus escudos.

Amargas habían sido las palabras de ese último consejo de guerra entre la Reina Khalida y su Señor de la Guerra. Hassep argumentó que el ejército debía seguir las órdenes del rey Settra, marchando a toda prisa hacia Mahrak. Allí bloquearían el paso por el Valle de los Reyes o estarían listos para tomar esa ruta si la inminente invasión los empujaba cerca de Quatar. Negarse a Settra era tentar a la suerte, advirtió el mayor de los reyes en Lybaras. Khalida, dispuesta en un primer momento a censurar a su general le escuchó y declinó respetuosamente su sugerencia. Cuando Hassep siguió presionando, la Reina Khalida perdió los estribos; su ira quebró su rostro, visible aunque parcialmente cubierta por su máscara mortuoria. Lo dejó claro: su voluntad no sería cuestionada.

Sin embargo, el ejército que marchó desde Lybaras no estaba solo.

El Gran Rey Tharruk, el señor de Mahrak, había salido de esa ciudad al enterarse del éxodo de la Reina Khalida. Obsesionado como estaba en su propia venganza, Khalida había olvidado que el azote de Lahmia engendró muchos otros rencores más allá de sí misma. El rey Tharruk también tenía una vieja cuenta que saldar, como tenían no menos que tres de los príncipes de Mahrak. Después de perder su línea de sangre a manos de los horrores bebedores de sangre de la Corte de Lahmia, el Rey Tharruk había marchado para ayudar a arrasar la ciudad. Ver la Ciudad Maldita arder hasta los cimientos había sido un comienzo, pero esto se volvió amargo cuando se enteró de la fuga de Neferata. Tharruk se prometió que un día vengaría a su familia, trayendo de vuelta la cabeza de Neferata a Mahrak.

Und Khalida

Khalida

Sin embargo, a diferencia de Khalida, el rey Tharruk no tenía el apoyo total de su reino.

Sólo un tercio de los guerreros de las necrópolis marcharon con él. Otro tercio de la fuerza de combate de esa ciudad había ido al oeste para apoyar a Khemri y los últimos de los despertados de Mahrak eran dinastías menores: reyezuelos aparentemente contentos con montar guardia. Asimismo el Culto Mortuorio de Mahrak se quedó, excepto el sacerdote liche Khuftah. Haptmose, Hierofante de Mahrak, había prohibido a Khuftah irse, pero el sacerdote siempre había sido leal a su rey y se sentía ligado por ello a servirle. Estaba claro para Tharruk que habría un ajuste de cuentas a su regreso a la ciudad, pero su determinación era absoluta.

Aunque les separaran muchas millas de desierto, Neferata, la Reina Eterna, lo vio todo en su adivinatoria piscina de sangre. Se dio cuenta del progreso y la multitud de los ejércitos dispuestos contra ella antes de agitar lánguidamente el líquido sanguíneo, difuminando las últimas imágenes de los ejércitos que marchaban a través del desierto. Sonrió sin alegría antes de lamer sus uñas limpias.

En su última conversación antes de que Neferata partiera desde Nagashizzar, Arkhan le había dicho que sería así. El antiguo sacerdote liche la había llamado el cebo perfecto y ella se vio obligada a estar de acuerdo. Pronto su mera presencia en la Tierra de los Muertos vería a rivales seculares luchar entre ellos en su afán de correr hacia una trampa.

Neferata llamó a sus doncellas, haciéndoles señas para acercarse. Quedaban sólo unas pocas horas más de coqueteo antes de que se tuvieran que hacer los preparativos.

La Última Batalla de Lahmia
Prefacio | La Venganza se Acerca | Contendientes | Batalla | El Palacio de la Sangre | Duelo de Reinas

Fuente[]

  • The End Times I - Nagash.
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