Las criptas y cámaras funerarias están selladas durante siglos, con sus contenidos engullidos en la oscuridad y desprovistos de purificación de aire. Con el tiempo, todo se cubre de polvo, como un manto protector. Esta fina polvareda, parte de la cual es invisible a simple vista, se pone en suspensión al perturbarla y se aloja en los pulmones si se inhala.
Tras el primer día de exposición, las víctimas experimentan congestión nasal y pectoral, lo que dificulta la respiración. Mientras la enfermedad progresa, se desarrolla una tos persistente, aumentando en severidad hasta que la víctima tose sangre. La tos se vuelve tan violenta que la muerte ocurre al romperse la víctima su espalda de un violento ataque de tos. La enfermedad es contagiosa y puede transmitirse a otros por inhalación cuando una víctima tose.
El Aliento de la Muerte se encuentra a menudo en Khemri y otros lugares de Arabia donde el aire seco y la arena contribuyen a potenciar el polvo. Se discute por los eruditos la confirmación de casos en el Viejo Mundo pues algunos de los primeros síntomas son similares a enfermedades menores. Los supervivientes de la enfermedad nunca se libran por completo del sentimiento enfermizo. Cada año en torno a la fecha de aniversario de la primera infección, los supervivientes experimentan otra vez la tos durante una semana.