Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Sigmar’s Brilliance MarkMolnar recortada
El contenido de esta pagina fue sacado de un informe de batalla, por ello puede que no concuerde con el trasfondo oficial.


El Conde Elector Leopold von Stromheim acarició la cerviz de su Grifo con su mano enguantada y susurró una plegaria a Sigmar. La empalagosa y apestosa niebla hacía imposible cualquier esperanza de avistar a los Skavens antes de que estuvieran justo encima de sus líneas. A juzgar por el comportamiento asustadizo de los caballos de los Herreruelos de su derecha, había algo antinatural en la densa miasma que cubría los pantanos y margales de la ciénaga. El Arúspice Creadh los había advertido de que a los Skavens los acompañaría un Emisario Oscuro, un hechicero de gran poder capaz de pervertir las energías naturales de Albión y convertirlas en una fuente de destrucción miedo.

Leopold sólo podía adivinar a sus tropas desplegadas en una larga línea en dirección este y la colina marchita con sus mejores artilleros. Se sentía agradecido por el apoyo de las máquinas de guerra; valdría la pena el agotador trabajo de subir el cañón de salvas a lo alto de la colina si las cosas rata intentaban romper el cerco. Por desgracia, había conseguido formular lo que su padre le había enseñado que debía evitar a toda costa: un plan de batalla que gira en torno a sí mismo. La confusión y el pánico que su Grifo causaría en los cobardes Skavens seria, sin duda, lo que proporcionaría a sus tropas el tiempo necesario para estrechar el cerco alrededor de las cosas rata y exterminarlas para siempre. Albión pertenecía a los hombres y las bestias, no al Caos, y daría su vida ara defenderla. Creadh le había dejado bien claro lo que le sucedería al Imperio si eran derrotados y Leopold tembló en el interior de su armadura al imaginar la enfermiza marea del Caos avanzando por el Viejo Mundo como una plaga imparable.

Garra de Luz, su Grifo, siseó, chasqueó la lengua dentro de su pico ganchudo y ladeó su cabeza aguileña había el Sur. Leopold había montado en Garra de Luz desde su adolescencia y sabía reconocer aquella señal en los ojos de la bestia: el enemigo invisible había llegado. Había llegado la hora de la batalla.

Las trompetas dieron la señal y sonaron a lo largo de toda la linea de batalla anunciando el avance. Los jirones de niebla se aclararon por un segundo, por casualidad, y Leopold divisó una masa de siluetas negras descendiendo por la colina en dirección al puente que había al Sur. Muchas corrían escurriéndose; otras avanzaban a paso de marcha; otras a grandes zancadas; y otras, corriendo normalmente, Pero todas rezumaban una malicia letal e iban derechas hacia él.

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Imperio y skavens campo de batalla

"¡Allí! ¡Cosas humanas! ¡Muchas muchas cosas humanas en el Norte!", parloteó Einborne desplegando las abyectas escrituras rúnicas del Pabellón de la Tormenta, con sus cuervos muertos y sus calaveras colgando de las cadenas y rebotando unos contra otros mientras las nubes se congregaban encima de ellos. El Vidente Gris Finkel era bien consciente de la larga línea de soldados imperiales que les bloqueaban el paso: de hecho, lo sabía desde hacia varias horas; pero no detendrían su avance, a pesar de la superioridad numérica del enemigo. La Gran Rata Cornuda estaba con ellos: lo había visto escrito en toda la isla. Albión era un pantano lujuriante lleno de malas hierbas y vegetación putrefacta que rezumaba el aroma de la descomposición y la magia. "Como en casa", pensó Finkel al tiempo que reprimía un amago de arrepentimiento por no estar allí. Aun así, había pasado grandes penurias para llevar su ejército a bordo de las naves imperiales y vería la isla controlada por sus verdaderos dueños aunque fuera lo último que hiciera. Los rumores que hablaban de piedras gigantescas cubiertas de piedra de disformidad no tenían nada que ver con esa decisión. Por un momento, su mente se llenó con visiones de él alimentándose de los menhires resquebrajados, royendo las ricas hendiduras como si se tratase de la médula de un cadáver fresco. El Consejo de los Trece se mostraría muy amable por su descubrimiento. Los pelos de la espalda se le erizaron ante ese pensamiento.

El Vidente Gris dio la orden de avance; los Guerreros del Clan gruñían y susurraban expectantes al ponerse en movimiento. Una alfombra de ratas les precedía, avanzando como una marea en dirección a las líneas imperiales a través de la raquítica vegetación. Finkel dibujó un pensamiento en su cabeza y la horda cambió su curso y rodeó el pequeño lago para bloquear a cualquier tropa del Imperio que pretendiese envolver su flanco. A su derecha, los Señores de las Bestias guiaban a las hinchadas alimañas del Clan Moulder con sus gigantescas formas mutadas. La dotación del Lanzallamas de disformidad que los acompañaba avanzó a paso acelerado en dirección a las líneas imperiales. "Si supieran lo que les espera, no estarían tan ansiosos", se dijo Finkel, mientras una sonrisa cruzaba su cara bestial.

Delante de él, los Esclavos avanzaban con una velocidad encomiable. El Vidente Gris había descubierto que casi toda las unidades tendían a comportarse de manera similar cuando tenían detrás cinco Ratas Ogro semiinteligentes ebrias de brebaje skaven. Mientras los contemplaba, una corona de luz oscura rodeó a los Esclavos y un débil gemido acompañó la archa de las figuras embarradas. Reconoció el hechizo de "miedo", que en tantas ocasiones le había demostrado su utilidad. Para sus Brujos era muy fácil lanzar hechizos allí: otra prueba más de que la isla tenia que pertenecerles.

La cienaga imperio contra sakvens

De repente, un grupo de jinetes con pistolas surgió de la niebla. Sus caballos estaban justo donde empezaba su área de visión. En menos de un segundo fueron rodeados por pequeñas sombras carcajeantes y la mirada de mido en sus caras se tornó terror. "Bastante impresionante", pensó Finkel; por lo visto, el Emisario Oscuro podía resultar igual de útil como brujo que como guía. Un extraño resplandor dorado empezó a bañar a los Herreruelos, envalentonándolos una vez más. Sin duda se trataba de un Arúspice que ejercía sus bendiciones sobre las cosas hombre.

Con un graznido ensordecedor, una criatura con cabeza de águila descendió de las nubes. Sus enormes alas emplumadas le permitieron planear hasta la caballería. Sobre su espalda montaba una figura de brillante armadura que llevaba un martillo en alto. En cuando apareció, fue cubierto una vez más por la niebla. Un escalofrío atravesó la columna y atravesó el puente mientras el Emisario Oscuro cruzaba el río para unirse al flanco del ejército.

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Leopold von Stroheim guió a su Grifo, convencido de que no encontraría resistencia en los cielos. Las nubes se estaban acumulando y la electricidad y la magia chisporroteaban en el aire, Sintió un cálido hormigueo cuando la magia del Arúspice penetró en su cuerpo para imbuirlo de una sensación de invulnerabilidad. Guió a Garra de Luz hacia el suelo y se aproximó a los Skavens vociferando su grito de guerra a pleno pulmón. El Grifo chilló, dejando prácticamente sordo a Leopold, mientras aterrizaba detrás de las líneas enemigas con las alas desplegadas. Tenía una presencia imponente, capaz de despertar el miedo en los corazones de los hombres más resueltos, Las ratas reaccionaron prácticamente todas del mismo modo ante el ruido: redujeron la marcha y algunos retrocedieron presa del pánico. Pero no huyeron. Un Skaven albino que iba al frente empezó a gritar órdenes para que siguieran avanzando mientras agitaba sus brazos envueltos por una túnica.

Delante de la columna skaven, los Herreruelos habían girado sus monturas para enfrentarse al Emisario Oscuro y abrieron fuego en cuanto la criatura cruzó el puente. Las balas parecieron enlentecerse al llegar junto a él, trazando una espiral en el aire. Con un efecto distorsionador, el Emisario Oscuro se situó de repente donde no estaban las balas. No obstante, uno de los proyectiles le alcanzó en la pierna. Leopold sabía que acabar con los Emisarios Oscuros probablemente era la maneara de salvar la isla, ya que su habilidad con las artes oscuras era notable. No obstante, antes de que los Herreruelos pudieran dar muerte al oscuro hechicero, los harapientos Skavens de primera línea cargaron contra ellos y los Herreruelos, con un breve grito, huyeron hacia la niebla. Lo único que esperaba Leopold era que volvieran.

Cuando estaba a punto de cargar contra la retaguardia Skaven, Leopold vio que un hilillo de humo negro salía de la boca del Emisario Oscuro. El humo se congeló y se convirtió en un grueso aguijón de energía oscura que salió proyectado violentamente hacia Leopold, serpenteó para esquivar la magnífica testa de Garra de Luz y se enrolló alrededor del cuerpo del Conde Elector como una serpiente. Presa del pánico, Leopold aferró el Sello de Ulric, pero era demasiado tarde. La retorcidas bandas atraparon a su presa y la energía oscura le privo de su aliento y de su fuerza vital. Su visión se redujo hasta convertirse en un mero punto de luz; el dolor era insoportable; sentía que el esqueleto iba a explotarle reventando su piel, Con lágrimas de sangre rodándole por las mejillas, apretó los dientes y consiguió murmurar el nombre de su dios con un supremo esfuerzo de voluntad. Al instante, la presa se aflojó y el fétido aire de Albión al agua más pura al recuperar la respiración entre toses y jadeos.

Prácticamente sin tiempo para recuperase, recibió una carga de un grupo de ratas enfurecidas con mayales. Los incensarios que hacían girar alrededor de la cabeza emitía un gas ácido altamente corrosivo, Vio cómo el terrible vapor se comía a dos Skavens antes de que le alcanzaran, Espoleó a Garra de Luz un segundo demasiado tarde, pues dos incensarios con púas impactaron con una fuerza terrible en los muslos de la bestia. Como respuesta, el Grifo golpeó con su pico a una rata, la agarró y la zarandeó como un juguete antes de partirla por la mitad. Leopold se inclinó hacia delante y estampó su resplandeciente martillo en la cabeza del último portador del incensario con tanta fuerza, que la antigua arma quedó salpicada de apestosa sangre negra.

El Grifo estaba furioso y sangraba por las heridas, así que Leopold apenas tubo que espolearle para que se lanzara contra los Guerreros Skavens que se habían girado para enfrentase a él. Con cada barrido de su martillo, Leopold derribaba a un guerrero, reduciendo a chatarra escudos y armaduras. Las ratas se replegaron por un instante ante el ímpetu de su carga.

Garra de Luz atacaba con sus afilados espolones, pero esta vez los Skavens estaban preparados y bloqueaban desesperadamente los golpes del Grifo con sus escudos. La presión de la masa de guerreros fue en aumento y estos empezaron a trepar sobre el leonido cuerpo de la montura para alcanzar al Conde. Parecía que hubiera infinitas criaturas que acuchillaban y apuñalaban a Garra de Luz. El Grifo intentó huir de aquella mortífera presa. Con tres batidos de sus poderosas alas, la montura de Leopold alzó el vuelo y graznó, colérica. Había recibido un duro castigo y, a pesar del vínculo entre el Grifo y su jinete, Leopold no pudo hacer nada para evitar que la evitar se perdiera entre la niebla.

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Caballeos de lobo blanco contra ratas

El Señor de las Bestias Kritch fustigó con fuerza la espalda de sus Ratas Gigantes hasta llevarlas a un estado de furia asesina. Disfrutaba sobremanera infringiendo dolor a sus mascotas, pero también buscaba con la mirada algunas cosas humanas para causarles el mismo dolor. La niebla se había disipado casi por completo y pudo avistar la gran masa de humanos ante él, pivotando y cortándose el paso los unos a los otros con las prisas por acercarse a sus congéneres del Oeste. El Vidente Gris Finkel ya lo había previsto y les había asignado como escolta un lanzallamas de disformidad, A la Izquierda un enjambre de ratas trepaba sobre una unidad de caballería pesada y mordían y arañaban toda la carne expuesta que hallaban. Los Caballeros mataban ratas con cada golpe de sus grandes martillos; incluso los caballos aplastaban con sus cascos. Pero aquello no servía de nada: había demasiadas ratas como para contarlas y podrían contener a los Caballeros tanto tiempo como fuese necesario mientras el resto de Skavens lograba huir.

La advertencia llegó de la derecha: "¡Hermanos rata, cabeza bajad! ¡Fuego brujo, ahora ahora!". Se agachó justo cuando el lanzallamas de disformidad vomitó su carga. La llama prendió en una bolsa de fas de los pantanos en que se encontraba el lanzallamas y provocó una espectacular explosión en el arma arcana, que levanto una gran nube de color verde con gorma de champiñón en el aire. Las ratas gigantes corrieron envueltas en llamas, chillando de dolor, y se tiraron el agua nauseabunda en un infructuoso intento de extinguir las llamas sobrenaturales.

Kritch serró los dientes, disgustado. Los juguetes del Clan Skryre a menudo provocaban más bajas entre los Skavens que en el enemigo, reflexionó mientras contemplaba los restos humeantes de la dotación del lanzallamas de disformidad, El combustible verde con aspecto de vísceras había prendido y se estaba extendiendo hacia su manada a través de la vegetación marchita. "Mejor largarse de aquí", pensó Kritch al ver cómo se aproximaba una unidad de Grandes Espaderos dispuesta a decapitarlos. Delante de él, una unidad tenía el flanco descubierto; era ahora o nunca.

"¡Cargad contra las cosas humanas! ¡Atacad! ¡MATAD MATAD!", gritó el Señor de las Bestias al tiempo que hacía restallar su látigo. La manada avanzó a una velocidad pasmosa, por lo que el Skaven apenas Alabarderos. Las ratas atacaban a los hombres por todas partes, erraban sus mandíbulas alrededor de su cuello, les arañaban y arrancaban la carne con sus afiladas garras, se apiñaban e impedían que los soldados tuvieran espacio suficiente para esgrimir sus peligrosas alabardas. El pánico se propagó entre los humanos con bastante más celeridad de la que el fuego de disformidad hubiera conseguido jamás. Los humanos huyeron, seguidos por una buena parte de las dotaciones de artillería. Nada podía detener a las ratas ahora que habían probado la sangre y Kritch gruño de gozo al comprobar cómo corrían entre las líneas enemigas que se habían desorganizado. Keitch pensó que unas pocas muertes adicionales no estarían de más y las ratas gigantes cargaron contra las sorprendidas filas de Arcabuceros situadas en la retaguardia de las lineas imperiales.

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Alabarderos contra ratas ogro

Finkel observó la huida del Grifo herido y del general imperial entre los cielos encapotados. El ataque iba bien. La unidad de Esclavos intentaba cargar contra la línea imperial y las Ratas Ogro los seguían de cerca, pero la visión de las disciplinadas filas del Imperio con sus alabardas alzadas en posición desafiante bastaba para quitarles el coraje. Entre ellos se encontraba un Sacerdote Guerrero con el martillo levantado que gritaba juramentos de venganza que se oían a pesar del clamor de la batalla. Los Esclavos se detuvieron y unos gruñidos de ansiedad se sumaron al olor del miedo. "Típico" pensó el Vidente Gris, mientras los Alabarderos contraatacaban con un gran rugido de desafió. Los Esclavos rompieron filas y huyeron casi de inmediato, pero Finkel ya lo había previsto: el entusiasmo de los Alabarderos los arrojó de cabeza a los brazos de las Ratas Ogro.

Una bala de cañón alcanzó a los Guerreros Skavens situados tras Finkel, dejando un limpia ruta de cadáveres a su paso y salpicando a los supervivientes con la sangre de aquellos que habían tenido menor suerte. La unidad entera empezó a chillar y chirriar con miedo. Finkel aferró del cuello al Guerrero Skaven más próximo y lo incendió con una sola palabra; el fuego verde hizo chisporrotear su carne mientras se debatía en la agonía. "¡Huid y arderéis todos!", vociferó el Bidente Gris con sus pupilas rojas encendidas por el resplandor del guerrero en llamas. La unidad se detuvo inmediatamente y recuperó la formación. Finkel volvió al frente de sus líneas y colocó al Skaven, que seguía temblando junto a él, completamente indemne.

Ratas ogros a la fuga

Las Ratas Ogro habían entrado en un frenesí de violencia y chapoteaban en el fango teñido de sangre para alcanzar las filas de Alabarderos. Ignoraban totalmente las alabardas que les cortaban pedazos de carne de sus cuerpos grotescamente musculados, Los soldados del Imperio luchaban con celo y el Sacerdote Guerrero les inspiraba para que luchasen inducidos por la sed de batalla; pero cada Alabardero que llegaba a propinar un tajo, otro moría despedazado o devorado por las monstruosas bestias. Una Rata Ogro abandonó el mundo de los vivos con el martillo del Sacerdote Guerrero incrustado en su cabeza deforme, pero, con sus últimos estertores, logró abatir a un enemigo, El destacamento que acompañaba a los Alabarderos se trabó en combate con el resto de bestias, pero no había nada que hacer: sin el acero de su fe para protegerlos eran como niños corriendo asustados entre enormes abominaciones infernales que les machacan con facilidad. Los hombres huyeron, peri ni siquiera con el estímulo del terror pudieron escapar de las Ratas Ogro. Las tropas de choque skavens habían abierto una enorme brecha en la línea imperial y las Ratas Ogro corrieron a través de ella bajo la lluvia con tal velocidad que nunca podían capturarlas.

Finkel sabía que la batalla aún no estaba ganada: un flanco imperial de la linea de batalla seguía abierto. Su caballería pesada seguía ocupada por el enjambre que le había enviado para entorpecerla y una unidad de Ratas Gigantes había huido. Ellos habían tomado posiciones sobre la colina que previamente había albergado las máquinas de guerra imperiales, negando así a los Grandes Espaderos y a los Flagelantes cualquier posibilidad real de avance para reforzar la línea imperial. Lo único que tenía que conseguir ahora era persuadir a sus tropas para que huyeran en la dirección correcta.

Los Esclavos se habían reagrupado y Finkel los envió al Este, asegurándoles que la ruta estaba despejada. "Deberían bastar para entretener a los Caballeros cuando destruyan todos los enjambres de ratas", pensó . Delante de él, el Emisario Oscuro huía hacia la seguridad de la espesura y él sopesó la idea de hacer lo mismo. Sintió una ligera agitación en el aire, acompañada por los gritos de los Monjes de Plaga y de su propia unidad: magia de la Muerte, utilizada por un mago humano. El volumen de los gritos creció. Apenas un segundo después, Finkel se olvidó de su unidad y echó a correr a través del hueco en las defensas enemigas para adentrarse en la seguridad de los matorrales.

Miró atrás y pudo ver que los Caballeros se habían liberado del último enjambre de ratas y de todos los Esclavos y estaban pivotando para cargar contra su retaguardia, pero yo era demasiado tarde.

Por una vez en su larga carrera militar, Finkel se alegró de ver cómo su ejército huía. Por primera vez corrían en la dirección adecuada: justo a través del agujero en las defensas imperiales. Los supervivientes de la unidad de Monjes de Plaga pasaron corriendo a su lado en persecución de un destacamento de Alabarderos. Las filas skavens habían sido esquilmadas por la Magia de la Muerte del Hechicero humano. La unidad de Ratas Gigantes en el centro del campo de batalla puso pezuñas en polvorosa y huyó.

En cuestión de segundos, la totalidad del ejército skaven desapareció del campo de batalla como fantasmas en la niebla.

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