Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Portada La leyenda de Sigmar Heldenhammer por Jon Sullivan Orcos

"La ferocidad del ataque causó miedo en la línea orca. Al ver que cedía, Sigmar se llevó el cuerno de guerra a los labios, emitió un sonido arengador, y sus hombres redoblaron sus esfuerzos. El corazón de Sigmar dio un vuelco cuando vio que los carros de la Reina Freya chocaban contra la línea de orcos, lanzando sus cuerpos destrozados por los aires mientras las cuchillas de las ruedas cortaban huesos y amputaban piernas. Los aurigas soltaron flecha tras flecha, cada uno encontrando su objetivo con una precisión mortal. El caos y la confusión se apoderó de los orcos."

Fragmento de La vida de Sigmar

La Primera Batalla del Paso de Fuego Negro fue la culminación de la gran campaña de Sigmar Heldenhammer para eliminar de las tierras de los hombres a los Orcos y Goblins, en la cual el fundador del Imperio y sus aliados Enanos se alzaron con la victoria contra las huestes pieles verdes.

Como su nombre indica, la confrontación tuvo lugar en el Paso del Fuego Negro en el año I C.I., y tiene una gran trascendencia histórica tanto para el Imperio como los Enanos, ya que esta batalla significo el acontecimiento más crucial de la historia del Viejo Mundo: la gran alianza de Hombres y Enanos bajo el Rey Sigmar de los Unberógenos y el Gran Rey Kurgan Barbahierro se enfrentaba contra la mayor horda pielverde conocida hasta la fecha, liderada por el Kaudillo Orco Negro a Urgluk Colmillosangre.

La mayoría de eruditos coinciden en que fue esta batalla la que dio origen al Imperio, la nación que un día llegaría a ser la más grande y poderosa del Viejo Mundo, y de la que el mítico guerrero Sigmar fue su fundador.

Contexto Histórico[]

Mapa Imperio tribus época Sigmar

En la época de Sigmar, la tierra que ahora conocida como El Imperio estaba dividida en muchas tribus y facciones. Estas tribus eran ferozmente independientes, vigilándose con los ojos entrecerrados por la desconfianza. Estos pequeños reinos peleaban a causa de viejas rencillas o por nuevas oportunidades de ganancia personal, y así lo había sido durante cientos de años. La guerra era una forma de vida y fundamental para su supervivencia. Los débiles no tenían lugar en los días de Sigmar.

Sin embargo, las cosas estaban comenzando a cambiar. La guerra era constante, pero los hombres estaban empezando a comprender los beneficios del comercio. Los caminos facilitaban el viaje y las tribus comenzaban a comunicarse, intercambiar y desarrollar lazos entre ellos. Las primeras semillas de una nación unificada se estaban sembrando, pero las raíces aún eran superficiales y los enfrentamientos estallaban fácilmente, pero un hombre vio que era hora de hacerlo germinar por completo.

Cuando no estaba luchando contra los pieles verdes, Sigmar , señor de la guerra de la tribu Unberogenos, estaba ocupado levantando su imperio, pues había tenido una visión según la cual la humanidad sólo podría sobrevivir si se unía contra los muchos peligros que la amenazaban. Sigmar reconoció la fuerza de la diplomacia y la espada. A través de una mezcla de alianzas, diplomacia, sobornos, comercio, amenazas y conquistas, comenzó un proceso de unificación de las diversas tribus, y aquellas que no se unieron a Sigmar fueron expulsadas de sus tierras.

Enterrando el agravio por Igor Kieryluk Guerreros Enanos

En este proyecto tuvieron un papel muy importante los Enanos. Durante siglos, esta raza de la Montañas del Fin del Mundo había estado sufriendo constantes ataques, asedios e invasiones por parte de seres ignominiosos como dragones, skavens, criaturas del caos y, muy especialmente, pieles verdes. Durante esta era de conflictos, conocida por los enanos como las Guerras Goblins, había supuesto la caída de numerosas fortalezas y la muerte de mucho de los suyos. Algunos enanos se cuestionaron si valía la pena de luchar constantemente por sus antiguas fortalezas y emigrando hacia las Montañas Negras y Grises en busca de nuevas vetas, y fundando nuevos asentamientos.

Los Enanos pronto entraron en contacto con las distintas tribus humanas y empezaron a intensificar el comercio y las relaciones diplomáticas con ellos. Los enanos veían en la raza de los hombres un potencial aliado contra las numerosas amenazas que pululaban en el mundo, y empezaron a enseñarles algunos secretos menores. Un extraño giro del destino acabó por unir más estrechamente a las razas de los Enanos y los Humanos cuando Sigmar rescató al Gran Rey Kurgan Barbahierro de sus captores orcos. Como muestra de amistad, los Enanos obsequiaron a Sigmar con el poderoso martillo de guerra rúnico Ghal Maraz, que significa “Rompecráneos” en la lengua áspera de los Enanos. Con esta arma, el Rey Umberógeno obtuvo muchos victorias, llegando a ser conocido como Sigmar Heldenhammer.

Archivo:Guerreros combatiendo.jpg

Tras años de sangrientas guerras y complejos movimientos diplomáticos, doce de las grandes tribus de los Hombres habían jurado seguirlo, lo cual, con la ayuda de sus aliados Enanos, le permitió iniciar una campaña para expulsar y erradicar erradicar la plaga de pieles verdes de las tierras al oeste de las Montañas del Fin del Mundo.

La gran crisis sobrevino cuando algún tiempo después los Enanos volvieron a verse amenazados por hordas de Orcos y Goblins, el Rey Kurgan envió a su Herrero Rúnico Alaric el Loco a buscar de nuevo la ayuda de Sigmar y la raza de los Hombres. Así, en un campamento cercano a Nuln, Sigmar fue avisado de que un inmenso ejercito orco, el más grande que se había visto en siglos, pretendía atravesar el Paso del Fuego Negro.

Unidos, los Enanos y los guerreros de las tribus unificadas por Sigmar, se prepararon para hacer frente a ala mayor invasión piel verde que se recuerda, que culminaría en la mítica Batalla del Paso del Fuego Negro.

La Calma Antes de la Tormenta[]

Guerreros Goblins

En los años previos a la Batalla del Paso del Fuego Negro, las tierras de los hombres se vieron asediadas por devastadores ataques de orcos y goblins. Los pieles verdes surgían en cantidades sin precedentes desde las montañas hacia el este y el oeste, y el olor de la sangre de un enemigo débil enloquecía a los orcos para desencadenar nuestra destrucción final. Aquellos años habían sido ciertamente aciagos y los agoreros recorrían la tierra rasgándose las vestiduras y gimiendo que era el fin de los tiempos y que los dioses les habían dado la espalda.

Para cuando Sigmar hubo reunido a las huestes de sus hermanos reyes para marchar al sureste, las tierras de los merógenos y los menogodos estaban prácticamente invadidas, con sus reyes sitiados en sus grandes castillos de piedra. Los orcos vagaban por los territorios impunemente y arrasaban las tierras delos hombres. Brutales salvajes de piel verde destruyeron aldeas y ciudades, quemando lo que no podían llevarse. Miles murieron, y la natural violencia de aniquilación recíproca de los pieles verdes era lo único que les había impedido extenderse hacia el oeste y el norte a mayor velocidad.

Después de años de guerra y duras batallas, Sigmar y sus aliados lograron empujar a los ejércitos invasores hacia el sur a través de los ríos Stir y Aver, pero la tierra entre las Montañas Negras y las Montañas Grises se perdió por completo para el enemigo. Las ciudades murieron de hambre en los asedios, y los que escaparon huyeron al norte o se escondieron en las profundidades de los bosques. Los caminos se inundaron con los refugiados, y Sigmar ordenó que todos deberían recibir refugio. Los almacenes de grano se quedaron secos y reyes de tierras lejanas enviaron toda la ayuda de que la pudieron prescindir en un intento de aliviar el sufrimiento.

Pero el enemigo se hacía más fuerte a medida que descendían de las montañas, ansiosos por saquear y destruir las tambaleantes tribus de hombres. Eran días aciagos llenos de desesperación y parecía que hubiera llegado el fin del mundo, pues cada día descendían de las montañas entre aullidos más partidas de guerra de pieles verdes mientras los ejércitos de los hombres se iban debilitando.

Kurgan Barbahierro por Wayne England

Sigmar ya había forjado alianzas con muchas tribus poderosas, y en su mayor parte lucharon codo con codo en su búsqueda por expulsar a los orcos de sus tierras. En una gran batalla en el camino Negro, aplastó a los orcos e hizo retroceder a los supervivientes cubiertos de sangre a las montañas. Pero la marea de pieles verdes era implacable y muchos creían que se aproximaba el fin del mundo. Los hombres ya no se enfrentaban a tribus de orcos desunidos que tenían la misma probabilidad de pelear entre sí que contra los hombres. Indescriptible, los orcos se unieron en su intento de aplastar completamente a la humanidad y parecía poco probable que ni siquiera las fuerzas combinadas de los hombres pudieran detenerlos.

Mientras el destino de las tribus del Imperio se encontraba al borde del desastre, Sigmar llamó a su viejo aliado Kurgan Barbahierro, el Gran Rey Enano al que había salvado de los orcos y que le había regalado Ghal Maraz. Fiel a su juramento de lealtad, Barbahierro acudió en ayuda de Sigmar y los orcos fueron aplastados entre sus ejércitos en la batalla de Aver. Los pieles verdes huyeron al Paso del Fuego Negro, y por un tiempo la paz descendió en la tierra devastada por la guerra. Las tierras del sur se encontraban devastadas, y se hicieron todos los esfuerzos para reconstruir las ciudades y sembrar los campos.

La maltratada población temía que hubieran más guerras, pero la guerra fue rápida en volver aparecer.

Se esperaba que los orcos desaparecieran en las montañas, al quedar sin líderes y fragmentados, para no volver a molestar a los hombres durante muchos años, pero no pasó mucho tiempo antes de que las partidas saqueadoras de orcos salieran de sus guaridas montañosas y la sangre volviera a empapar la tierra.

Urguck por Clint Langley Kaudillo Orco en Serpiente Alada

Fue Kurgan Barbahierro quien solicitó primero ayuda al señor humano. Sus exploradores le habían advertido de la existencia de una enorme hueste de pieles verdes. Los orcos se estaban reuniendo en gran número al al este del Paso del Fuego Negro, liderados por el caudillo conocido como Urgluk Colmillosangre, formando posiblemente la horda pielverde más grande que se recordaba hasta la fecha. Los enanos luchaban por contener a la terrible horda, a pesar de construir una poderosa muralla para proteger el paso, pero es evidente que el líder orco aguardaba la llegada de la primavera para cruzar las montañas en avalancha y borrar a los Enanos y humanos de la faz del mundo.

En su campamento cerca de Nuln, Sigmar recibió la súplica del Rey Barbahierro y, tras el Día de los Difuntos – un acontecimiento particularmente sombrío y sentido ese año – Sigmar convocó una gran reunión en Reikdorf para hablar sobre los siguientes pasos.

La reunión se hizo conocida como el Consejo de los Once, y asistieron Sigmar de los Unberógenos y Teutógenos, el Rey Marbad de los Endalos, el Rey Otwin de los Turingios, el Rey Aloysis de los Querusenos, el Rey Krugar de los Taleutenos, la Reina Freya de los Asoborneos, el Rey Siggurd de los Brigundianos, el Rey Markus de los Menogodos, el Rey Henroth de los Merogenos, el Rey Adelhard de los Ostagodos y el Rey Wolfila de los Udoses. Solo dos tribus se negaron a participar. El rey Marius de los jutones rechazó a todos los emisarios y los Bretonii también se negaron a la llamada.

Archivo:Clarín Queruseno Cheruseno.jpg

Clarín Queruseno

Estos grandes líderes buscaron la mejor forma de afrontar los problemas. Uno a uno, el resto de reyes dio su opinión y el debate se inclinó en un sentido u otro mientras le daban vueltas al asunto del mando. Aunque todos hablaron muy bien de Sigmar y expresaron su respeto por sus hazañas y su visión de futuro a la hora de unirlos, los reyes tribales eran muy orgullosos e independientes, y pocos estaban dispuestos a entregarle el mando de sus guerreros a otro, aunque se enfrentaran a un enemigo unificado en contra de ellos.

Sigmar iba perdiendo la paciencia con cada hora que pasaba y los mismos argumentos recoman la mesa una y otra vez. Podía ver que todo lo que había intentado construir a lo largo de la última década se le escapaba de las manos. Al final se puso en pie y colocó a Ghal Maraz con fuerza sobre la mesa ante él. Todas las miradas se volvieron en su dirección y Sigmar se inclinó hacia delante apoyando ambas manos con las palmas hacia abajo sobre el tablero de la mesa.

Avergonzado por la disposición de los reyes, Sigmar les reprochó que su actitud y altivez les condenaba a todos a ser destruidos por una raza inferior. Les recordó que los orcos son unos salvajes brutales, criaturas que sólo viven para la destrucción y la muerte, sin embargo, estaban unidos mientras que a ellos les dividían el orgullo y el ego, y que por todo lo que habían estado luchando todos aquellos años no habría servido para nada.

Sigmar los convenció de que la única forma de sobrevivir era luchar juntos, por lo que decidieron por unanimidad que todos irían a la guerra. Los exploradores volvían con noticias devastadoras del sur, informando que muchos millares de orcos aun permanecían en las tierras y más aun se congregaban en las fronteras. Así pues, los jefes tribales acordaron que regresarían a sus ciudades para protegerlas y que pasarían el invierno preparándose para la guerra para que, llegada la primavera, llevaran la guerra al enemigo.

Preparaciones Durante el Invierno[]

Forja de Derricksburg por Chase Toole Herrero

Durante la temporada de invierno, todas las tribus de hombres se habían preparado para la guerra. Sigmar había dado libertad a sus guerreros para que regresaran a casa con sus familias y se les ordenó acudir a Reikdorf en primer mes de primavera, con las espadas afiladas y los corazones endurecidos.

A lo largo del invierno, las forjas de los habían trabajado noche y día para elaborar espadas, lanzas y puntas de flecha. Además, se habían construido lanzas de caballería, lanzas de acero que eran el doble de largas que una lanza de infantería. Hace años, Sigmar había conocido una innovación de los Taleutenos conocida como estribos, que permitía devastadoras cargas de caballería sujetando la larga lanza debajo del hombro. Al hacer esto, el poder de golpe de la lanza no se limitaba a la fuerza del brazo del portador, sino que contenía el ímpetu completo del caballo de guerra.

Esta técnica era mas destructiva que la táctica empleada hasta entonces por los Unberógenos de lanzar jabalinas al enemigo mientras se cabalgaba. Sigmar había quedado tan impresionado por aquello que ordenó que todos los jinetes de la tribu aprendieran ese nuevo modo de empleo de la lanza antes de la batalla. Igualmente los caballos eran preparados y y entrenados para ellos, y los domadores se pasaban día y noche cabalgando con los animales a través de las montañas para quitarles el miedo.

Cazador taal ciervo

Se talaron extensas franjas de terreno para proporcionar combustible para los hornos y todos los artífices, desde arqueros y flecheros a fabricantes de ropa y talabarteros, habían hecho maravillas al producir los artículos menos marciales, pero no menos esenciales, que necesitaba un ejército a punto de ponerse en marcha.

El invierno era normalmente un momento de sosiego para las tribus de los hombres, cuando las familias cerraban los postigos de sus casas y se acurrucaban alrededor de los fuegos mientras aguardaban a que Ulric regresara a su reino helado en los cielos y su hermano Taal trajera equilibrio al mundo en primavera.

No obstante, con la perspectiva de la guerra avecinándose, todos los hogares habían pasado los fríos meses preparándose para el próximo año, asegurándose de que cada uno de sus hijos estuviera provisto de una cota de malla y una espada o una lanza. Se mataron rebaños enteros y la carne se curó con sal para proporcionar comida a los miles de guerreros que se dirigirían a los fuegos de la batalla.

Sigmar y sus hermanos reyes ofrecieron sacrificios al dios de la guerra Ulric, y ofrendas a Morr, el Señor de los Muertos, y a la diosa de la sanación y la misericordia, Shallya. Se honró a todos los dioses conocidos, pues nadie osó hacer enfadar ni siquiera al menor de ellos por miedo a terribles consecuencias en la batalla venidera.

Sacerdote de Ulric viejo

Mientras el primer mes de la primavera se aproximaba, un embajador procedente del oeste se había presentado ante las puertas de Reikdorf con un mensaje del rey de los jutones. El corazón de Sigmar se había llenado de esperanzas ante la reunión, pero éstas se habían visto cruelmente truncadas cuando el embajador le informó de por qué estaba allí. El rey Marius se negaba a brindarle guerreros para la guerra contra los pieles verdes en el sur, pero le hizo entrega de un magnifico arco de caza, con la esperanza de que le diera suerte en la inminente contienda.

Sigmar agarró el regalo de Marius y lo examinó detenidamente. Sin lugar a dudas, se trataba de un arco de maravillosa calidad. La madera era dorada y le habían dado forma con una habilidad que se decía que sólo poseían los elfos del otro lado del océano. Sigmar no tenía dudas de que era un artefacto realmente magnífico de incalculable valor, pero aquello era un insulto por parte de Marius. Necesitaba guerreros, no suerte, así que partió el arco sobre su rodilla y lanzó los trozos rotos a los pies del horrorizado embajador, enviándolo de vuelta a Marius con el mensaje de que habría un ajuste de cuentas contra Marius después de ganar la batalla contra los orcos.

Igualmente el rey Marbad informó de que los Bretonii también se habían negado a enviar cualquier tipo de ayuda. Creían que eso no les concernía, dejando sus hogares y se habían dirigido al sur a través de las montañas Grises hacia tierras lejanas. Por muy desagradable que fuera esta noticia, Sigmar sabía que la partida de los bretones suponía una bendición para los endalos, que ahora contaban con nuevas tierras hacia las que su gente podría expandirse.

Aunque la negativa de los jutones a luchar y la partido de los Bretonii supuso una apabullante decepción para Sigmar, todos los soberanos que habían asistido al Concilio de los Once habían mantenido su palabra, y cuando llegó la primavera, todos habían marchado con sus relucientes huestes de guerreros.

En menos de una semana, los ejércitos de los reyes se habían reunido en las tierras devastadas de los Merogenos en el sur, y una hueste como nunca antes se había visto estaba preparada para marchar a la guerra. Los guerreros de todas las tribus se reunieron en la Llanura Musgo Sangriento, miles y miles de hombres y mujeres, unidos bajo Sigmar y compartiendo un propósito común. El ejército fue llamado el Martillo de Sigmar, y con él aplastaría la amenaza piel verde.

Despliegue[]

Paso del Fuego Negro arte conceptual Warhammer Total War - (2)

El Paso del Fuego Negro era un pasillo natural desde los parajes malditos del este a las fértiles tierras del oeste, y se precipitaba sobre el ejercito de Sigmar como una boca hambrienta. La gran garganta por la que estaba cruzando el ejército ofrecía un terreno traicionero y peligroso. La suave hierba que cubría las delicadas ondulaciones de las colinas acababa de repente, para dar paso a la roca desnuda, poblada únicamente por algunos árboles muertos y cantos rodados dispersos. Los pies de las montañas delimitaban el valle por los lados, como si fueran a aplastar a cualquiera que osase cruzar el paso.

Sigmar hizo una pausa para volver la mirada hacia la hueste de hombres congregada. Se le cortó la respiración mientras asimilaba la imponente magnitud del ejército. Jamás se había visto un ejército tan grande como ese, la combinación de todas las tribus y sus aliados enanos, con Sigmar y Kurgan Barbahierro a la cabeza.

Batalla del Paso del Fuego Negro Despliegue

Despliegue en la Batalla del Paso del Fuego Negro

Miles de caballos resoplaban y piafan, cargando sobre ellos guerreros con armaduras pesadas y largas lanzas. Un bosque de estandartes de diferentes colores ondeaba y se agitaba al viento y, al ver la multitud de diferentes símbolos tribales. Los himnos de guerra eran atronadores, y resonaban por todo el Paso del Fuego Negro, creando ecos que reverberaban por todas las montañas. Voces, tanto de hombres como de mujeres, acompañaban a los tambores y a los cuernos de guerra, y el aire se colmó de canciones que relataba las intenciones de los humanos de derrotar a sus enemigos.

Cientos de carros de guerra asoborneos se detuvieron en el flanco izquierdo, con la reina Freya a la cabeza, resplandeciente con un peto de oro y el salvaje cabello rojo suelto y formando grandes mechones carmesíes. Los jinetes taleutenos se alinearon delante, cabalgando con energía a lo largo de la línea del ejército mientras sus estandartes oro y carmesí ondeaban magníficamente tras ellos.

Los Yelmos de Cuervo del rey Marbad de los éndalos rodeaban a su rey y a su hijo, listos para enfrentarse a los orcos en cuanto se diera la orden. Miembros de los clanes de los udoses vestidos con faldellines bebían licor de cereales y agitaban las espadas como locos mientras un grupo de guerreros cubiertos de la cabeza a los pies con armaduras de relucientes placas los miraban con siniestra diversión.

Los merógenos y los menogodos se encontraban unos al lado de otros, ansiosos por vengarse del enemigo que había arrasado sus tierras el año anterior. Guerreros brigundianos con capas de colores chillones e intrincadas armaduras permanecían al lado de sus hermanos del sur, y el rey Siggurd brillaba como el sol ataviado con una magnífica armadura de oro de la que se decía que había sido hechizada en eras pasadas.

Ninguna de las tribus falló en su promesa de proporcionar guerreros, y en el centro de aquel ejército se encontraban los guerreros Unberógenos de Sigmar, hombres temibles que habían combatido por su rey desde la muerte de su padre Björn. Los guerreros llenaban el paso de lado a lado sin interrupción, grandes bloques de espadachines permanecían hombro con hombro con lanceros y berserkers que entonaban cánticos.

Guerreros Enanos Karl Kopinski

Los guerreros de Kurgan Barbahierro, el Gran Rey de los Enanos, y el Herrero Rúnico Alaric el Loco marchaban al lado de los Unberógenos, y se mostraban adustos e inmóviles, sin la vivacidad y los vítores que resonaban procedentes de los hombres que se encontraban detrás de Sigmar. Recubiertos por completo de reluciente metal plateado y placas de brillante hierro, los enanos parecían tan inamovibles como las montañas por las que habían pasado.

A pesar de la inmensidad de sus huestes, Sigmar y sus aliados sabían que los orcos los superan en gran número, por ello, tuvo la suficiente sensatez y valentía táctica de llevar la guerra al enemigo, ya que así podía mantener la iniciativa y elegir el terreno y el momento de la batalla. Sigmar condujo a sus largas columnas al Paso del Fuego Negro. Los tambores golpeaban, las trompetas bramaban y los hombres gritaban y cantaban. Las pisadas de las botas, el ruido de los cascos y el estruendo de las ruedas de los carruajes resonaron entre las altas paredes del valle. Sigmar quería que los orcos los oyeran venir, y supieran que sus hombres no tenían miedo.

Arquero a Caballo Umberógeno - La Vida de Sigmar

Sigmar había elegido cuidadosamente su campo de batalla y era imperativo que lo alcanzara y lo desplegara antes de que los orcos tuvieran oportunidad de reaccionar. A casi cinco kilómetros dentro del paso, el valle se divide en dos. Antes de ese punto, el valle se estrecha y una línea de enormes rocas se extiende a lo largo de su ancho. Nadie sabe cómo llegaron allí (todavía están presentes hoy), pero algunos estudiosos creen que fueron colocados allí por hombres prehistóricos en reverencia a sus deidades. Otros dicen que los dioses los pusieron allí para ayudar a Sigmar en su tarea.

En cualquier caso, Sigmar vio su valor estratégico y basó su plan de batalla alrededor de ellos. Aquella zona era la parte más estrecha del paso, con lo cual era ideal para contrarrestar la superioridad numérica que tenían los orcos y lo accidentado del terreno impedía que los pieles verdes pudieran flanquearlos. El fondo del valle era llano, rocoso y tenía tres kilómetros de ancho. Las paredes del valle se inclinan suavemente y luego se elevan por cientos de metros.

La línea de batalla de Sigmar necesitaba extenderse de pared a pared, permitiendo que ningún hueco o punto débil pudiera ser explotado por los orcos. Los regimientos se formaron entre los pedruscos, con reservas en la parte posterior. Sus flancos estaban protegidos con roca sólida y dividir la línea significaba que si una partida se rompía y huía, era menos probable que afectara al resto de del ejercito. Utilizando los pedruscos, el ejército se extendía de una pared de valle a la otra. También redujo el frente del ejército de Sigmar, asegurando que los orcos no pudieran aprovecharse de sus superioridad numérica. Fue una manera brillante de aprovechar el terreno. Los lanzadores de piedras fueron desplegados en la parte trasera en una ligera elevación y delante de ellos estaban los arqueros.

Cortador de Cabezas - La Vida de Sigmar

Donde el valle se inclinaba hacia los escarpados acantilados, el suelo estaba dividido con rocas, árboles y arbustos, y no era adecuado para las filas de infantería. Sigmar desplegó a sus escaramuzadoras allí: lanzadores de jabalinas, honderos y arqueros. Estos hombres tenían la misión de arrojar proyectiles sobre los regimientos de orcos mientras avanzaban y enfrentarse a cualquier hostigador enemigo que pudiera tratar de explotar los flancos vulnerables de la línea de batalla principal. Además la cuesta obligaría a los orcos a ir más lentos, terminando cansados cuando llegasen a la cima, lo que proporcionaba más tiempo para dispararles.

Frente al muro de escudos enano, Sigmar colocó a sus guerreros más feroces: berserkers, fanáticos desnudos, lanzadores de cabezas, zelotes, flagelantes, lanzadores de vejigas, etc... así como también los recios y tercos guerreros enanos, mientras que en la vanguardia estaba la caballería. Ocupando el centro, y proporcionando fuerza de choque, estaba la caballería pesada, incluida la guardia de Sigmar. A la derecha estaban los carros de la reina Freya, y a la izquierda la caballería ligera.

Los Ejércitos se Reúnen[]

Orcos reinos fronterizos

La luz del sol inundaba un lado del valle cuando los pieles verdes se dieron a conocer menos de una hora después. Sigmar había ordenado a sus mejores exploradores que localizaran el paradero y la fuerza del enemigo. Ninguno regresó hasta que los orcos los devolvieron a su especial manera.

El valle estaba tranquilo, siendo el único sonido que se escuchaba era el tintinear de las armaduras, el bufido de los caballos y el ocasional grito de un señor de la guerra alzando a sus hombres. Luego, en la distancia, llegó un sonido bestial, el sonido de uno de los más antiguo enemigo de los hombres y Enanos, que iba haciéndose cada vez más fuerte: las pisadas de incontables botas forradas de hierro, golpeteo de enormes tambores de guerra, el tintineo de armaduras y armas, los estridentes gruñidos y rugidos de miles mandíbulas llenas de colmillos, el ruido metálico de las ruedas de sus catapultas siendo arrastradas a altos riscos y el crujido de sus brazos cuando eran bajados.

La primera línea irregular de orcos apareció, formando un sólido muro de carne verde y rabia. Llenaban el paso delante del ejército de hombres, y los retumbantes ecos de sus tambores de guerra y cánticos monótonos ponían los nervios de punta y acentuaban el terror que sentían los humanos. Cuando los orcos marcharon hacia el valle, sus filas se encontraron y se extendieron sin interrupción de un lado a otro. Eran tantos que si un hombre fuera de un lado a otro del paso sobre las cabezas de los orcos, podría hacerlo sin pisar la roca ni una vez.

Orcos Salvaje Imagen 8ª

Cuando aparecieron a la vista, sus catapultas devolvieron los exploradores de Sigmar. Algunos todavía estaban vivos cuando fueron lanzados al aire, otros habían sido desmembrados o quemados. Los orcos nacen para luchar, y comprenden el poder debilitante del miedo. Tácticas como estas están diseñadas para debilitar los corazones de los hombres, y Sigmar lo sabía bien.

Los orcos eran como una espantosa y primaria marea de furia y violencia, todas sus acciones estaban dedicadas a servir al deseo de causar daño. Se trataba de violencia irreflexiva hecha carne, el agresivo impulso de un corazón violento sin la disciplina del intelecto para contenerlo. Grandes tótems con cuernos se agitaban por encima de sus cabezas adornados con cráneos y fetiches y el viento traía el hedor de sus cuerpos sucios: carne descompuesta, excrementos y un olor ácido a hongos que se aferraba a la parte posterior de la garganta de los hombres.

Los pieles verdes llevaban enormes cuchillos, hachas y espadas; las hojas estaban oxidadas y manchadas de sangre. Había goblins correteando entre las filas de orcos, criaturas repugnantes y cobardes envueltas en túnicas oscuras que aferraban espadas y lanzas siniestramente afiladas. Los orcos rechinaban los colmillos y golpeaban los escudos siguiendo un ritmo maníaco, y parecía como si cada grupo de guerreros orcos se esforzara por superar al que tenía al lado en volumen y ferocidad.

Agresivos lobos, bestias de hombros anchos con mandíbulas llenas de espuma, arañaban la tierra con las patas en los flancos de la gran hueste, y goblins montados sobre repugnantes arañas de pelaje oscuro se escabullían sobre las rocas, ansiosos y confiados en su gran número. Descollando sobre los orcos, grupos de espantosos trolls avanzaban pesadamente entre el ejército, blandiendo troncos de árbol con tanta facilidad como un hombre podría llevar un garrote.

Jinetes de Araña Goblins Silvanos

De repente, el ejército piel verde se detuvo cuando estaban a ochocientos metros de distancia. Los orcos callaron, el sonido de los tambores se detuvo, los pieles verdes dejaron de insultar y gruñir a los humanos, y los goblins se encogieron de miedo. Cuando los últimos ecos de su marcha se desvanecieron y el polvo se desplazó en oleadas, todos los ojos miraron al cielo. Un rítmico batir de alas se escuchó en el paso, y un grito de terror brotó de los labios de los humanos cuando vieron aparecer una gran sombra negra por encima de las montañas.

Se trataba de una serpiente alada, sobre cuya espalda cabalgaba un enorme Kaudillo Orco, Urgluk Colmillosangre. Sigmar jamás había visto un orco tan grande, y no podía darle otro apelativo más adecuado que grotesco. Los pieles verdes rugieron y comenzaron a entrechocar sus armas con los escudos, o contra las cabezas de los goblins más cercanos, mientras su líder, un salvaje y brutal orco negro, colocaba su montura sobre un peñasco que dominaba el valle.

Los trolls agitaban sus armas en el aire, sin tener cuidado con los orcos a los que pudieran golpear, que no fueron pocos. Los lobos rugieron y los goblins, viendo la inmensidad del ejército piel verde, comenzaron a chillar también, henchidos de orgullo, y haciendo gestos obscenos a los humanos que estaban delante de ellos. El estruendo que provocaron fue tan atroz que Sigmar temió que sus hombres se amedrentaran.

Durante un tiempo, los ejércitos se miraron fijamente, como luchadores que se evaluaban unos a otros antes de intercambiar golpes. Sigmar esperó a ver si los orcos avanzarían. Siguiendo la advertencia de su consejo, se había colocado en el Nido del Águila, un torre de vigilancia en ruinas sobre una roca que le permitía ver el campo, desde donde podía dirigir la batalla desde un lugar seguro antes de decidir dónde sería mejor atacar cuando llegase el momento.

Estaba a punto de ordenar su caballería cuando sus guerreros más salvajes tomaron el asunto en sus propias manos.

Batalla del Paso del Fuego Negro

La Carga de los Bersekers[]

Carga de los Berserkers

Carga de los Berserkers

El rey Otwin de los turingios se había estado golpeando el pecho desnudo con guanteletes con pinchos haciéndose sangre y llevando su furia berserker aún más alto. Soltaba espuma por la boca y sangraba debido a los pinchos dorados que llevaba clavados en la sien y que formaban su corona. Alzó su enorme hacha, encadenada a la muñeca, y soltó un inarticulado grito de rabia y furia. El grito de guerra del rey recibió respuesta a lo largo de la línea de guerreros turingios. El rey Otwin cargó hacia los orcos, un guerrero solitario contra una horda, y su sed de batalla se propagó por sus guerreros en un instante.

Con un grito de rabia igual al del enemigo, los berserker turingios, con sus corazones llenos de odio y furia contra los invasores, cargaron hacia las líneas de los pieles verdes con aullidos de furia bestial. Habían bebido su elixir de guerra, y fluía en sus venas como el fuego: cientos de hombres y mujeres, sin armadura, corriendo hacia las línea enemigas. Al ver a sus hermanos en la guerra liderar el camino, otros hombres y mujeres salvajes los siguieron.

Horda Piel Verde Waaagh Orcos y Goblins

Sin entender la naturaleza del enemigo al que se enfrentaban, los arqueros goblins salieron de su escondite y apuntaron con sus arcos. Dispararon ráfagas de flechas pero, para su horror, todos los disparos fallaron; los dioses de los berserker eran poderosos y protegieron a sus súbditos ese día. Los goblins dieron media vuelta para huir cuando los aterrorizantes hombres se abalanzaron sobre ellos, pero fueron demasiado lentos y los masacraron con espadas, hachas y martillos. Cuando golpearon, los berserkers apenas rompieron el paso; sus pretendidas víctimas no eran los débiles goblins, querían despedazar la carne de los orcos.

El Kaudillo Orco había forjado a todas las tribus en un solo ejército cohesionado, razón por la cual representaban tal amenaza. Pero los orcos son una raza de naturaleza incontrolable, e incluso el puño de hierro de un Señor de la Guerra sobre sus guerreros tenía sus límites. Los elementos del frente de su ejército vieron que los berserkers los atacaban y no pudieron resistirse a enfrentarse a ellos en la llanura. Con un rugido bestial, miles de orcos se lanzaron hacia los berserkers.

Sigmar ordenó avanzar a su caballería. "Quiero que esos asquerosos pielesverdes caminen sobre un montón de sus propios muertos incluso antes de que lleguen a mis líneas", dijo mientras su caballería comenzaba a avanzar galope.

Norses contra Orcos por Russ Nicholson

Los berserkers y los orcos se encontraron en combate con odio animal ardiendo en sus pechos. Los Bersekers estaban tan llenos de furia que su embestida hizo que los orcos fueron arrojados hacia atrás. Fanáticos desnudos saltaron en el aire, con el pelo al viento, las cuchillas cortando arcos a su alrededor, desmembrando y decapitando a una velocidad terrible. Los lanzadores de vejigas lanzaron sus misiles corrosivos contra los orcos, derritiéndose la cara y luego voló hacia ellos con hachas.

Mientras todos los hombres, enanos, orcos y goblins observaban, la carga de los pieles verdes se detuvo en cuestión de unos pocos momentos brutales. Algunos en la línea del frente del orco dieron un paso atrás y los hombres se regocijaron al verlos. Pero pronto el lider orco vio la oportunidad de devolver el golpe. Los berserkers estaban varados lejos de la caballería, a apenas cincuenta metros de su línea de frente, y estaban ocupados acabando con el último de los orcos y cortando trofeos de los cuerpos. Con un movimiento de su hacha, indicó a las filas del frente de reforma que avanzaran en la formación.

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La superioridad numérica de los pieles verdes era avasalladora y empezó a imponerse, y como si se tratara de las mandíbulas de una trampa, los pieles verdes estaban rodeando y masacrando a los turingios. Cientos de berserker profundizaban aún más entre los orcos, pero iban aminorando el ritmo y se veían arrastrados a la muerte en un número cada vez mayor. El frenético avance había detenido a los orcos en seco, y aunque Otwin estaba rodeado, los carros de Freya estaban abriendo una senda sangrienta hacia él. Viendo el inminente peligro, Sigmar sabía que la única esperanza de salvar a sus salvajes hombres era una carga de caballería, pero se movían demasiado despacio.

Se dio cuenta de que su lugar era el frente de su ejército, sin emitir órdenes de forma segura detrás de él. Antes de que sus consejeros pudieran hablar, saltó sobre su caballo y galopó hacia el valle, a través de las filas de la infantería y en el choque de su caballería. Al ver a su líder unirse a ellos, sus corazones dieron un vuelco y aceleraron el ritmo. Las trompetas sonaron y los hombres vitorearon: Sigmar cabalgaba con ellos y antes nadie enfrentarsele.

Mientras los brazos de la trampa se cerraban alrededor de Otwin, Sigmar levantó su martillo en alto y guió a sus jinetes Unberógenos hacia delante en una carga hacia la gloria. Los jinetes con armadura se estrellaron contra los orcos y los aplastaron bajo los cascos con herraduras de hierro a la vez que las espadas atravesaban yelmos rudimentarios y las lanzas se clavaban en espaldas sin protección. Sigmar quería poner su autoridad en la batalla y enfurecer a los orcos lo suficiente como para sacarlos adelante. Cuando su caballería se estrelló de cabeza contra el enemigo que avanzaba, logró estos objetivos.

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A medida que los orcos avanzaban en líneas ordenadas, con escudos al frente y lanzas bajas, no podían haber esperado el devastador poder de la carga de caballería cuando los golpeó. Las primeras filas acabaron empaladas con lanzas con punta de acero y luego desaparecieron bajo una multitud de cascos. La caballería pesada de Sigmar se estrelló contra el centro de los orcos, inspirada por la lujuria de guerra de su líder. Sigmar hizo girar su martillo sobre él y las runas mágicas en la cabeza brillaron intensamente cuando quedó empapado con sangre de orco. Los caballos, entrenados para golpear y aplastar con sus cascos, machacaron a los cobardes orcos, rompieron cráneos y destrozando huesos para convertirlos en pulpa.

A los orcos les fue peor a la derecha. El frenético avance había detenido a los orcos en seco, y aunque Otwin estaba rodeado, los carros de Freya estaban abriendo una senda sangrienta hacia él.

La llanura arenosa del Paso del Fuego Negro era un terreno ideal para los carros, y doscientos carros asoborneos, con la reina Freya al frente, se dirigieron con gran estruendo hacia los orcos formando una línea escalonada. Los carros de guerra de la reina tenían laterales altos, estaban blindado con capas de tiras de cuero cocidas y las ruedas iban recubiertas de hierro y estaban equipadas con mortíferas cuchillas que giraban a medida que las ruedas rodaban contra el suelo.

El estruendo de las ruedas con borde de hierro y los chillidos de los conductores fue tan inquietante que la línea del orco comenzó a romperse cuando algunos trataban de ponerse detrás de sus camaradas. Con una descarga de flechas de sus tripulantes, los carros perforaron la línea orca allá donde golpeasen. Muchas piernas fueron cercenadas a la altura de las rodillas cuando los carros atravesaban las lineas enemigas. La propia reina Freya disparaba flechas mortalmente certeras, soltando agudos alaridos con cada orco que derribaba, aunque había tantos que resultaba imposible fallar.

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Los berserkers de Otwin habían roto filas y se habían lanzado hacia delante en cuanto la línea de orcos se movió, pero eso no suponía una sorpresa. El mismo Sigmar le había pedido a Freya que protegiera al rey turingio, totalmente convencido de que arremetería como loco contra el enemigo. Los berserker luchaban magníficamente bien, su cuña de combate se introducía en el ejército enemigo y se hundía en el centro del mismo.

Al otro lado del campo de batalla, se pudo ver un feroz intercambio de fuego de proyectiles entre los ejércitos. Los goblins correteaban lanzando flechas de astas negras, pero la mayoría chocaba contra los escudos de madera o rebotaba en cotas de malla. En comparación, las flechas de los Unberógenos y los querusenos estaban causando espantosos estragos entre los orcos; miles de astas con puntas de hierro descendían y perforaban cráneos pieles verdes.

Casi a la vez, los carros de guerra asoborneos cambiaron de dirección para avanzar paralelos a las líneas orcas, las hojas de guadaña que llevaban en las ruedas acabaron con las filas delanteras de sus enemigos en medio de un revuelo de sangre y extremidades cercenadas. Bramidos de dolor seguían a la reina asobornea mientras su hueste de carros acababa con las filas delanteras del enemigo. Acuchillaban a los supervivientes con lanzas y lanzaban flechas que pasaban silbando para clavarse en la segunda línea de orcos.

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Orcos rugientes saltaron hacia delante y derribaron unos cuantos carros, a los que hicieron trizas con hachas enormes. Freya rió invadida por el júbilo de la batalla y agitó su espada ensangrentada en el aire una vez más. Los carros de las asoborneas dieron media vuelta y enfilaron de nuevo hacia los orcos.

Los pieles verdes estaban siendo aplastados entre los jinetes Unberógenos y los carros asoborneos, pero no cedían. Los orcos moribundos acababan pisoteados bajo cascos atronadores o aplastados por las ruedas con bordes de hierro. La llegada de los Berserkers significó el final del ataque del orco. Entre ellos, la caballería y los hombres salvajes destruyeron la vanguardia de los orcos casi por completo, y los que lograron llegar a sus propias líneas fueron asesinados por sus disgustados hermanos.

El día había comenzado bien para su ejército, pero Sigmar había librado suficientes batallas para saber que tales enfrentamientos rara vez se decidían en los primeros choques. Habían detenido el avance inicial de los orcos, la desenfrenada carga del rey berserker lo había dividido y luego lo habían aplastado entre el martillo y el yunque de los Unberógenos y los asoborneos.

El Avance de los Pielesverdes[]

Carga de los Orcos

Avance de los Pieles Verdes

Pero la alegría de los guerreros de Sigmar duró poco. Por primera vez vislumbraron el tamaño de la hueste pielverde. Aquella primera carga de los pieles verdes no fue más que para poner a prueba la fuerza de los ejercitos de Sigmar. Orcos y Goblins salieron de todas las cuevas y grietas del valle, como si la roca los vomitara con disgusto. El ejército de orcos avanzaba para atacar a Sigmar tal y como él deseaba, pero incluso él no había imaginado que tuvieran tales números. Sigmar ordenó una retirada ordenada hacia la muralla de escudos, donde se libraría la verdadera batalla.

Sigmar desplegó a sus hombres en una posición donde su fuerza residía únicamente en la defensa. No podían avanzar ni retirarse sin sacrificar esta fuerza, ya que confiaban en las rocas para anclar su línea. Sus unidades no podían usar su maniobrabilidad o habilidad en la carga para ser aprovechadas al máximo, pero los orcos tendrían que romper la línea para ganar. Para hacer esto, necesitaban encontrar un punto débil y abrir un agujero, o barrer a los hostigadores que protegían los flancos y atacar por ahí

Mientras la caballería y los hombres salvajes se retiraban, los orcos los perseguían, bramando su furia contra los insolentes humanos que los habían humillado, pisoteando a los cuerpos de sus caídos y escupiéndoles con despecho. Esta vez el ejército orco avanzó en bloque, en regimientos tan grandes que el tamaño aproximado era imposible de calcular debido a la arremolinada tormenta de polvo que desataban, y los corazones de los hombres se llenaron de terror ante un espectáculo tan imponente. Ninguno de los guerreros congregados bajo el estandarte de Sigmar había presenciado nada igual y ver tantos orcos reunidos en un mismo lugar hacía pensar que toda la raza piel verde había venido a destruir las tierras de los hombres. Los hombres miraron una sólida pared de acero, madera y carne verde que se extendía de una pared de valle a la otra.

Jinetes de Lobo Goblins por Adrian Smith

Goblins montados en lobos babeantes se adelantaron a toda velocidad y su increíble rapidez cogió por sorpresa a los jinetes taleutenos. Una descarga de flechas derribó a varios lobos, atravesándoles la piel y haciéndoles morder el polvo, pero muchos más sobrevivieron. Los colmillos y las garras destellaron y se produjo una rociada de sangre mientras los hombres morían a causa de los zarpazos y abrían a mordiscos los cuellos de los caballos.

Algunos guerreros trataron de huir, pero grandes arañas saltaron desde los empinados precipicios abalanzándose sobre las grupas de los caballos y arrancando a los jinetes de las sillas para darse un festín con su carne.

El valle resonaba con el ruido del avance y el estruendo de las ruedas de los carros de guerra. Los carros orcos no eran tan elegantes ni habían sido creados de forma tan magistral como los de las asoborneas, ni mucho menos. No había caballos tirando de estos desgarbados artefactos, pesados y adornados con cuchillas, sino jabalíes mugrientos de pelaje enmarañado con afilados colmillos como hojas de espada.

Cientos de flechas volaron hacia la línea de orcos, la mayoría chocó con un ruido sordo contra la gruesa madera del blindaje de los carros o se incrustó en los pesados escudos de hierro. Varios carros se estrellaron contra las rocas cuando algunas flechas se hundieron en la carne de los jabalíes y los hicieron enloquecer de dolor.

Carros de Jabalíes Orcos imagen 6ª

No obstante, la mayoría de los carros sobrevivió a la lluvia de flechas y los orcos hicieron que sus bestias avanzaran aún más rápido con los chasquidos de sus látigos. Del mismo modo que las asoborneas habían llegado a dominar el uso del carro durante una batalla, a los orcos les preocupaba poco la sutileza y sencillamente se dirigían con fuerza y rapidez hacia la línea enemiga.

Los carros se estrellaron contra los guerreros del rey Siggurd, abriéndose paso fila tras fila. La sangre salpicó por todas partes a medida que las cuchillas cercenaban extremidades y los pesados carros aplastaban hombres con las ruedas. Los jabalíes chillaban y mordían, sus afiladísimos colmillos destripaban hombres mientras lanzaban patadas entre sus enemigos.

Dando bandazos como un animal herido, la línea de guerreros se cerró alrededor de los carros orcos acuchillando a los pieles verdes rodeados. El grueso de los orcos avanzaba a ritmo rápido incluso mientras rodeaban y destruían a sus carros. Sin embargo, antes de que los guerreros brigundianos pudieran recomponer sus líneas, la última arma orca se puso en marcha.

Adrian Smith Enano Goblins

Rocas inmensas volaron por lo alto y chocaron contra la tierra con fuerza brutal aplastando a docenas de guerreros debajo y estallando en fragmentos que salían silbando y mataban a los hombres con la misma efectividad que las flechas. Se abrieron huecos enormes entre los hombres de rey Siggurd mientras las catapultas orcas lanzaban más y más rocas por el aire.

Aterrorizados ante estos proyectiles descomunales, algunos hombres se volvieron y salieron corriendo, y únicamente los fuertes gritos de su rey armaron sus corazones de valor una vez más. No obstante, el daño ya estaba hecho y se abrieron brechas irregulares en el centro del ejército de Sigmar.

El rey Kurgan Barbahierro fue el primero en ver el peligro y empujó a sus guerreros hacia delante, más allá de la línea de batalla, para cubrir el hueco. Al otro lado de los guerreros brigundianos, Sigmar le gritó una orden al rey Wolfila, que hizo avanzar a sus clanes y plantó su espada en la tierra ante él. El rey de los udoses se escupió en las manos y cogió su estandarte de manos del guerrero que se encontraba a su lado. Lo clavó en el suelo junto a su espada y el significado del gesto quedó claro. Aquí era dónde lucharía y aquí era dónde se quedaría.

Apenas el rey había recuperado su espada cuando sus guerreros se enzarzaron en la batalla.

Guerreros enanos A

Un creciente rugido de odio surgió de los atacantes orcos mientras atravesaban a la carga los últimos metros que los separaban de la línea combinada de enanos y hombres de los clanes de los udoses. Los enanos componían un dique de hierro y coraje y los orcos rompieron contra él como si se tratara de una ola verde, empujados hacia atrás una y otra vez por la estoica resolución de la gente de las montañas. La fuerza bruta no podía competir con la empecinada determinación de los enanos, que atravesaban con sus hachas a todo enemigo piel verde que se situaba ante ellos. Como una de las máquinas de los artífices enanos, los guerreros del rey Kurgan masacraban al enemigo mecánicamente, sin cansarse ni flaquear en su matanza.

En contraste, los guerreros de los clanes del rey Wolfila peleaban con entusiasmo y pasión, sus cantos de guerra eran alegres y estaban llenos de morbosos relatos acerca de héroes pasados. El rey udose luchaba sin preocuparse de su propia defensa y dos gigantes con faldellines y petos negros lo protegían de su propia ferocidad temeraria.

Los dos ejércitos se encontraron con un impacto de fuerza y hierro, ambos cargaron en los últimos momentos antes del contacto. Las primeras fases de la batalla habían consistido en movimiento y contra movimiento, pero esto era valor en estado puro contra odio y agresión. Cuando las líneas se encontraron, el valle se estremeció con el sonido similar al de una tormenta eléctrica destrozando miles de árboles: Las espadas acuchillaron y las hachas derribaron. Los escudos se astillaron y las lanzas volaron hacia las brechas, y hombres y orcos caían muertos en masa.

Orcos Negros imagen 8ª

El impacto fue tan grande que la línea de batalla casi se rompió en muchos lugares, pero los hombres de Sigmar y los Enanos de Kurgan eran fuertes y estaban preparados, empujando y aguantando contra el enemigo. Los dos ejércitos se estremecieron mientras morían todos los integrantes de las filas delanteras casi sin excepción, la pura ferocidad de su encuentro creó un terreno de muerte donde sólo los más fuertes o los más afortunados podrían sobrevivir.

Aullidos de dolor y odio. El estruendoso sonido del entrechocar de hierro forjado a mano y rudimentario hierro en bruto. Los gruñidos de hombres que empujaban con los escudos y los bramidos de brutalidad irreflexiva se mezclaban formando un inmenso rugido de batalla como este mundo no había visto nunca igual, ni volvería a hacerlo en un millar de años.

Mientras el centro del ejército forcejeaba, los flancos se encontraron y el sonido de colmillos desgarrando se sumó al estruendo de la batalla. Lobos enloquecidos por la sangre se abalanzaron hacia los guerreros del rey Markus desgarrando y mordiendo con ferocidad animal. Los perros de caza del rey saltaron a defender a su amo y adustos lanceros menogodos bajaron sus alabardas y avanzaron en líneas cerradas. Los pocos lobos que sobrevivieron acabaron atravesados por las puntas de lanza de hierro y los menogodos no tuvieron clemencia con sus jinetes.

No hubo vítores por parte de los menogodos, pues habían sufrido demasiado durante el año anterior para obtener ningún placer masacrando a sus enemigos, sólo siniestra venganza. No obstante, su venganza fue efímera, ya que una lluvia de gigantescas jabalinas de hierro, arrojadas desde enormes máquinas de guerra, surcó el aire para diezmar sus filas. Cada saeta mataba a una docena de hombres, ensartados en las aguzadas púas, y muchísimas de ellas volaron hacia los menogodos en cada descarga. La carnicería fue atroz y los guerreros menogodos se replegaron ante esta espantosa lluvia de lanzas dejando los flancos de los merógenos desprotegidos.

Guerreros orcos reinos fronterizos

Los guerreros orcos se lanzaron hacia delante gritando, atravesando en avalancha la brecha que la huida de los menogodos había abierto, y aunque Sigmar se había asegurado de que cada sección de espadas contara con un grupo de guerreros más reducido para proteger sus flancos vulnerables, estos destacamentos fueron masacrados y aplastados en seguida.

Intuyendo la victoria, el avance orco se desvió hacia el flanco abierto y la configuración de la batalla comenzó a cambiar. Donde antes dos ejércitos se habían enfrentado en una línea ininterrumpida, ahora la batalla se balanceaba como si fuera una puerta, con el sólido flanco izquierdo a modo de bisagra. Los merógenos se estaban desmoronando ante los ataques procedentes del frente y el costado y sólo era cuestión de tiempo antes de que cedieran.

Punto Muerto[]

Cazador-0

En las batallas campales en los días de Sigmar, los que atacan una pared de escudos se habrían retirado y después cargado en repetidas ocasiones, en un esfuerzo por abrirse paso. Pero en el Paso del Fuego Negro, los orcos estaban tan apretados y sus filas eran tan numerosas, que retroceder para lanzar una carga estaba fuera de toda discusión. Lo único que se podía hacer hacer era rotar las filas de combate frontales con tropas frescas siempre que pudieran. Los hombres que luchan en una situación como esta se cansan en minutos, sin importar cuán fuertes sean.

Los arqueros que se encontraban en la retaguardia de cada ejército arrojaban proyectiles sobre la aglomeración, y las catapultas continuaron su bombardeo. Los orcos llevaban cadáveres a sus Lanzapiedroz para usarlos como municiones para matar y aterrorizar; otro ejemplo de cómo usan el terror para socavar a un enemigo.

Minutos se convirtieron en horas y para el mediodía la línea de batalla no se había movido. En los flancos, donde el terreno estaba inclinado y estaba cubierto de rocas y árboles, los hostigadores competían entre sí. Los jinetes de lobo saltaban sobre las rocas, solo para ser dispersados por los tiros concentrados de los arqueros ocultos y las líneas dispersas de los lanzadores de jabalina. Los grupos mixtos de escaramuzadores de las tribus contuvieron una enorme fuerza de jinetes de lobos aquel día. Su heroísmo salvó la línea de batalla principal de lo que pudiera haber sido un devastador ataque por el flanco, si la infame caballería goblin se hubiera apoderado de ellos.

Sigmar vio que el flanco derecho se desmoronaba y llevó las espuelas hacia atrás. Una avalancha de orcos estaba atravesando la brecha que había creado la huida de los menogodos y estaba causando una espantosa masacre entre los merógenos. La gran ventaja de este campo de batalla era que los orcos no podrían emplear toda la fuerza de sus efectivos contra su ejército, pero eso no serviría de nada si los pieles verdes lograban situarse tras ellos.

Berserk norse

El centro estaba resistiendo gracias al coraje de los enanos y los guerreros udoses y el flanco izquierdo del ejército, que defendían los guerreros del rey Adelhard, permanecía intacto. Los guerreros ostagodos aún no habían combatido y Sigmar podía ver que estaban ansiosos por derramar sangre de orco. Sigmar pudo comprobar que los orcos se estaban acumulando en los flancos de las fuerzas merógenos, masacrando a los guerreros que no podían pelear como habían entrenado. Los guerreros menogodos estaban volviendo a formar un poco más allá en el paso bajo los iracundos gritos del rey Markus, pero no regresarían a la batalla a tiempo para salvar a los merógenos.

La sangrienta batalla duró toda la tarde, y las estrellas comenzaron a aparecer en el cielo, que se estaba volviendo de un azul profundo. Hasta el momento los combatientes habían mantenido más o menos su posición inicial, y avanzaban continuamente sobre los cadáveres de los caídos para continuar luchando. Los humanos y los enanos habían infligido terribles daños a los orcos, pero los pieles verdes continuaban llegando para ocupar el lugar de los muertos.

A veces, las filas de infantería se abrían para dejar paso a una carga de caballería, con el objetivo de dar un pequeño respiro a los soldados y abatir muchos guerreros orcos al mismo tiempo. Luego, los caballeros regresaban tras la infantería y cerraban filas de nuevo.

La Muerte de un Rey[]

Guerrero Taleuteno - La Vida de Sigmar

Al pasar las horas, sólo se oía el sonido del acero chocando. Los hombres apenas aguantaban la posición, Muchos habían caído inconscientes debido a la fatiga, y se encontraban ahora en la tienda de las sacerdotisas de Shallya, curando sus heridas. Las reservas se redujeron peligrosamente, y la línea de los humanos y enanos cada vez era más delgada. Se enviaban reservas para afianzar la vacilante línea, pero una y otra vez había secciones que se colapsaban, donde los furiosos orcos tenían que ser obligados a retroceder mediante cargas de caballería hasta que se pudiera reunir a mas infantería para cerrar las brechas. Sigmar observó esto desde el flanco izquierdo, al cual se le había encargado al rey Markus de los Menogodos de contener.

Sigmar se negó a permanecer detrás de las líneas, así que saltó a la refriega allí donde la batalla era más dura, en los puntos donde parecía que se iba a desmoronar la línea humana. Sigmar era un rey guerrero, un general combatiente, y se mantuvo al lado de sus hombres donde la lucha era más encarnizada. Su lugar no estaba detrás de las líneas dando órdenes, sino liderando con el ejemplo de su valentía y destreza marcial, inspirando a sus hombres a realizar proezas insuperables. Dondequiera que caminaba, cubierto de sangre de orco, con los ojos brillantes y refulgentes, sus hombres vitoreaban y luchaban con más fuerza por su amado líder, y por ello lideró una carga de guerreros Unberógenos.

Con un grito de furia y orgullo, los Unberógenos se estrellaron contra los orcos, y la matanza fue enorme. Sigmar golpeaba a derecha e izquierda y ninguna armadura resultaba invulnerable a sus ataques. Las placas de hiero se rompían bajo su poderío y la sangre le salpicaba la armadura y la piel mientras mataba orcos por docenas. Sus guerreros chocaron contra los orcos y derribaron a sus oponentes con los escudos bajo el ímpetu de la carga y lanzaron las espadas hacia sus cuellos e ingles.

Orcos Negros de James Ryman

La carga de sus guerreros Unberógenos había sido magnífica y gloriosa, obstinada y valiente, pero en última instancia imprudente. Habían acabado con muchos de los orcos que huían, para luego chocar contra un sólido muro de hierro y carne verde. Orcos duros como las montañas que mataban hombres con implacable ferocidad. Sigmar vio que estos orcos de piel oscura eran más grandes y musculosos que ninguno al que se hubieran enfrentado hasta entonces. Los Orcos Negros corrieron para hacer frente a Sigmar y sus hombres, y sus grandes hachas destrozaron los escudos Unberógenos y derribaron a sus portadores.

Animados por la ferocidad de sus oscuros superiores, guerreros orcos y jinetes de lobo goblin se abalanzaron sobre ellos, lanzando dentelladas y furiosos zarpazos. Tomados por sorpresa, los humanos retrocedieron y muchos murieron. Decenas de pieles verdes cayeron bajo sus arma, pero al final solo quedaban unos cien hombres que seguían combatiendo con ímpetud, con su Sigmar al frente, quien no podía ver el final de los orcos que los envolvían. Un océano de carne verde rodeaba esta isla de Unberógenos.

Batalla del Paso del Fuego Negro Sigmar

De entre las filas de pieles verdes surgió un monstruoso troll que descollaba sobre Sigmar, con sus gruesos labios formaban una sonrisa de árida maldad que se extendía por sus facciones flácidas. Las espadas le abrían tajos en la piel y las lanzas se hundían en su vientre caído, pero no bien el monstruo empezaba a sangrar cuando su sobrecogedora anatomía lo curaba en cuestión de momentos. El troll aplastaba a los hombres con su pesado garrote y Sigmar vio un cruel placer en sus estúpidas facciones. Nada de lo que hacían causaba daño a este monstruo, y el muro de escudos se iba encogiendo a medida que los hombres caían ante las cortantes hojas de los orcos.

A pesar de estar agotado y de sufrir numerosas heridas, el propio Sigmar trató de hacerle frente, pero aún con toda su parafernalia estuvo a punto de caer bajo la descomunal fuerza de la bestia. Entonces el rey de los Unberógenos oyó el estruendo de cascos y el corazón le dio un brinco al ver el bienaventurado espectáculo de los Yelmos de Cuervo del rey Marbad abriendo una senda entre los orcos. Los jinetes endalos con armadura negra se abrían paso a golpes entre los pieles verdes, sus pesados corceles aplastaban a sus enemigos y sus lanzas los ensartaban en el sitio.

Guerrero Umberógeno - La Vida de Sigmar

El rey Marbad mató a muchos sin ayuda y logró llegar hasta Sigmar y salvarle la vida. Mientras le ayudaba a levantarse, una flecha le alcanzó en el cuello y el rey de los Éndalos cayó muerto. Preso de la ira y del dolor de su viejo amigo rey, Sigmar se abalanzó sobre los pieles verdes como un torbellino de muerte. Con la ayuda de Ulfshard, la espada legendaria de Marbad, acabó con la vida del repugnante troll.

La carga de los Yelmos de Cuervo había forjado una senda de regreso a su ejército y Sigmar no tenía la más mínima intención de desperdiciar el sacrificio de su hermano rey. Sigmar y los Unberógenos supervivientes retrocedieron mientras los guerreros endalos levantaban a Marbad sobre los escudos. Un joven al que Sigmar reconoció como el hijo de Marbad se abrió paso entre el círculo de guerreros. Su rostro era una máscara de dolor. Mientras observaba cómo los Yelmos de Cuervo se llevaban a Marbad, Sigmar comprendió que sólo había un modo de poner fin a aquella matanza.

La batalla tenía que terminar, y solo él podía hacer que eso sucediera.

El Desafío de Sigmar[]

Sigmar forzó a su corcel al máximo en dirección al Nido del Águila, cabalgando por detrás de las vacilantes primeras líneas de batalla. Vio la fatiga en las caras de sus guerreros y el manto de derrota descansando pesadamente sobre sus hombros. Era hora de hacer algo para mostrar el camino, para evitar que la marea los abrume. El sonido del entrechocar de hierro y carne inundaba sus sentidos y a duras penas pudo contenerse para no dirigir a su caballo hacia la batalla. Lucharía muy pronto, pero tenía planes más grandiosos que simplemente unirse a las filas de combate.

Pieles verdes

Sigmar trepó la roca del Nido del Águila y desde allí contempló la inmensidad de aquella contienda. Flechas goblins trazaban arcos hacia él, pero Sigmar no se movió mientras repicaban contra la roca o pasaban silbando a su lado. Su ojo experto, que había leído un centenar de batallas, veía ahora la nefasta realidad de este enfrentamiento.

No se podría ganar.

Tal y como estaban las cosas, sus guerreros ya habían logrado lo imposible, frenando el avance de una innumerable marea de pieles verdes con una mínima parte de efectivos; pero eso no podría durar mucho; los orcos sencillamente los agotarían.

Los guerreros de Kurgan luchaban en el centro de la batalla, donde el combate era más intenso, y el rey enano mataba orcos con alegre desenfreno. El maestro Alaric peleaba al lado del rey, su bastón rúnico estaba envuelto en chisporroteantes relámpagos que quemaban la carne de todo lo que tocaba. El suelo del valle bien pronto quedó cubierto de cadáveres, que empezaron a apilarse hasta que ya casi no hubo espacio ni para blandir un hacha. No obstante, es precisamente en este tipo de campos de batalla donde los Enanos se desenvuelven mejor, pues están acostumbrados a combatir en los angostos pasadizos bajo las montañas. Los pieles verdes se estrellaron una y otra vez contra sus armaduras sin igual y sus compactos muros de escudos sin que los Enanos dieran un solo paso atrás.

Los guerreros de los reyes tribales lo vieron sobre el Nido del Águila y corearon su nombre mientras luchaban, haciendo retroceder la línea orca con renovada determinación. Guerreros procedentes de todas las diferentes tribus combatían codo con codo y, mientras Sigmar veía el nuevo fuego que ardía en sus corazones, supo qué tenía que hacer.

Sigmar batalla Paso del Fuego Negro

Sigmar agarró el mango de Ghal Maraz con fuerza, corrió hacia el borde de la roca. Con un desafiante rugido, saltó desde el Nido del Águila sobre las cabezas de sus hombres para aterrizar entre los asustados orcos. Ghal Maraz giró, golpeando a los orcos y destrozando sus huesos hasta reducirlos a papilla. Los hombres se quedaron boquiabiertos de asombro cuando su gran líder desapareció frente a ellos, solo teniendo idea de su posición por los cadáveres de orcos que volaban por el aire como muñecos de trapo

Sigmar luchaba con el poder de cada uno de sus insignes antepasados, sus enemigos no podían acercarse siquiera a él, menos aún abatirlo. Poderes procedentes de los albores del mundo lo recorrían, sus músculos eran duros como el hierro y estaban llenos de una fuerza inimaginable.

Sigmar balanceó el martillo de guerra alrededor de su cuerpo y la pesada cabeza aplastó la armadura de un orco enorme armado con un cuchillo empapado de sangre. Blandía a Ghal Maraz con ambas manos; sus fuerzas no habían mermado a pesar del derramamiento de sangre del día. Asestaba cada golpe con un fuerte aullido de rabia, salvaje hasta la médula, en respuesta al interminable grito de guerra de los orcos.

Sigmar seguía presionando hacia delante con golpes mortíferos mientras oía un creciente rugido tras él a medida que los reyes tribales seguían la última orden que les había dado. Con los corazones llenos de encendido orgullo, los ejércitos de los hombres cargaban con los últimos restos de fuerza y esperanza que les quedaban.

Berserk enano norse

Los paladines Unberógenos y los miembros de los clanes de los udoses se abalanzaron sobre los orcos luchando con la misma furia y fuerza que Sigmar. Wolfgart se abría camino entre las armaduras orcas con potentes golpes de su pesada espada y Pendrag peleaba como un berserker mientras abría una senda a tajos hacia Sigmar.

Los maestros de la espada ostagodos dejaban un rastro sangriento entre los orcos y los salvajes querusenos cacareaban como somorgujos mientras atacaban a sus enemigos con guanteletes en forma de gancho. Las guerreras asoborneas daban saltos entre los pieles verdes con largas dagas sacando ojos y cortando ligamentos de las corvas, mientras los jinetes taleutenos abandonaban sus corceles para cargar con espadas afiladas.

Los Yelmos de Cuervo ensartaban orcos con las lanzas y los corceles de los Lobos Blancos se estrellaban contra los pieles verdes mientras sus jinetes abrían cabezas enemigas con amplios movimientos de sus martillos.

Los berserker aullaban mientras peleaban sin tener en cuenta para nada sus propias vidas, y el rey Otwin rugía mientras balanceaba su hacha trazando mortíferos arcos. Myrsa y los guerreros ataviados con placas de hierro que los cubrían por completo abrían una franja sangrienta a través de los orcos con amplios golpes de sus aterradoras espadas a dos manos.

Entre los orcos reinaba el caos y la repentina arremetida masacró la primera línea.

Nadie osaba acercarse a Sigmar mientras seguía presionando hacia delante, más allá incluso de donde habían llegado sus guerreros más valientes. Un océano de orcos lo rodeaba y el pánico se apoderaba de los que se encontraban más cerca, una oleada de miedo se iba propagando desde el frente del ejército a medida que la furia de este dios recién nacido se extendía.

Duelo a Muerte[]

¿Sigmar quería inspirar a sus hombres con sus acciones, o tratar de vencer a la horda de orcos por su cuenta? Probablemente una parte de ambos, pero si esperaba o incluso planeó la respuesta del Kaudillo Orco es un misterio. Se colocó en una posición vulnerable, convirtiéndose en un objetivo tentador. Urgluk Colmillosangre vio que los cuerpos se montaron alrededor de Sigmar, pero ningún hombre podía luchar con tanta ferocidad por mucho tiempo. Mordió el anzuelo, y se dispuso a matar al propio Sigmar.

Kaudillo Orco en Serpiente Alada por Michael Phillippi

El Señor de la Guerra dio ordenes a su Serpiente Alada y se abalanzó sobre Sigmar. Los hombres gritaron al ver que el gigantesco orco y su bestia se abalanzaron sobre su rey. Para entonces, Sigmar estaba de pie sobre un montón de cadáveres y los orcos empezaban a flaquear. Los orcos más grandes empujaban a los más pequeños hacia el frente, solo para verlos abatidos por la furia de Sigmar.

El fuerte aleteo de la bestia alertó a Sigmar de que el Señor de la Guerra se le aproximaba. Miró hacia el cielo y vio la amenaza, encarnada en la piel del señor de la guerra orco, montado sobre una serpiente alada. El líder de los hombres levantó su martillo y esperó, con expresión sombría. La Serpiente Alada aterrizó ante Sigmar y el duelo comenzó. Intercambiaron poderosos golpes, rugiendo su odio. Hacha y martillo hicieron saltar chispas y el destino de los hombres quedó en un precario equilibrio. Con una finta, Sigmar esquivó los colmillos de la serpiente alada y le incrustó el martillo en el cráneo.

El gigantesco reptil alado aterrizó en sobre un montón de cuerpos, emitiendo un lastimero gruñido. Le manaba sangre de la cabeza, pero seguía con fuerzas para luchar. Sigmar avanzó hacia el monstruo, pero resbaló con la sangre y cayó rodando por la montaña de cuerpos. Aprovechando su oportunidad, el Kaudillo se preparó para infligir el golpe mortal, y lanzó a su serpiente alada a por él. Urgluk Colmillosangre rugió, triunfante, pues ahora el potente arma que aquel insignificante humano iba a ser suya.

Kaudillo Orco En Serpiente Alada

Una jabalina surcó el aire y se clavó en el costado de la bestia, luego una flecha, luego una piedra, seguidas de otras armas. Los hombres de las distintas tribus lucharon por acercarse, gritando salvajemente y arrojaron todo lo que podían sobre la bestia, golpeándola por todos lados. Sigmar pudo ver volar por el cielo un hacha Unberogena, un martillo Teutógeno, las flechas de los Endalos y los Asoborneos, pesados mazos de los Querusenos y lanzas de caballería, pertenecientes a los Taleutenos. De esa forma, todas las tribus se unieron para acabar con la amenaza.

Sigmar no desaprovechó aquella oportunidad, y fue corriendo hacia la criatura, que trataba de defenderse como podía ante aquel incesante castigo. Sigmar balanceó el martillo de guerra con las dos manos hacia una espada que sobresalía del pecho del monstruo. Ghal Maraz chocó contra el pomo del arma hundiéndola en el cuerpo de la Serpiente alada y perforándole el corazón. El animal se estrelló contra el suelo con un bramido ahogado, sus alas se arrugaron como velas rotas mientras la vida lo abandonaba.

Sigmar se precipitó esperando atrapar a Colmillosangre forcejeando bajo su montura caída, pero el caudillo ya estaba en pie y esperándolo. El hacha negra silbó en busca del cuello de Sigmar y éste hizo un quiebro lateral. El fuego verde le quemó la piel mientras la hoja pasaba y no le arrancaba la cabeza por los pelos. Un cántico de guerra surgió entre los orcos que rodeaban a Sigmar y Colmillosangre pareció erguirse más mientras la brutal vitalidad de su raza lo invadía.

Portador de Agravios por Anthony Foti Enano

Durante largos segundos, ninguno de los dos combatientes se movió. Entonces Sigmar saltó al ataque, balanceando su martillo de guerra en un arco mortal dirigido a la cabeza de Colmillosangre. El hacha ascendió rápidamente para bloquear el golpe y el caudillo estrelló un puño contra la mandíbula de Sigmar. El martillo de guerra aulló mientras golpeaba al enorme orco, desatando potentes energías al encontrar el blanco perfecto para su rabia. Colmillosangre se apartó de Sigmar tambaleándose y un nuevo respeto apareció en las brasas de sus ojos.

Ambos guerreros atacaron de nuevo, hacha y martillo chocaron en medio de explosiones de fuego verde y azul. Aunque Colmillosangre contaba con la ventaja de la fuerza, Sigmar era más rápido y le asestó un mayor número de golpes al orco.

A medida que la batalla continuaba, Sigmar supo que estaba llegando al final de su resistencia, mientras que Colmillosangre parecía que acababa de empezar a luchar. El cántico de los orcos iba aumentando de volumen, pero también lo hacían los gritos de guerra del ejército de Sigmar. Sus guerreros estaban peleando para llegar hasta él y su coraje le dio fuerzas para seguir luchando. El hacha se le vino encima de nuevo y Sigmar estrelló el martillo de guerra contra la hoja de obsidiana al acercarse más al enorme orco. Dio un giro agachado e hizo subir a Ghal Maraz en un aplastante golpe desde abajo, el martillo chocó con la mandíbula de Colmillosangre con un sólido impacto.

El cráneo del caudillo rebotó hacia atrás; sin embargo, antes de que Sigmar pudiera retroceder, el puño del orco se cerró sobre su hombro y Sigmar soltó un grito mientras los huesos le crujían bajo la piel. Colmillosangre cayó hacia atrás con un fuerte estrépito y Sigmar se vio arrastrado con él, luchando por liberarse de la presa del caudillo.

Colmillosangre soltó el hacha y agarró la cabeza de Sigmar.

Portada La Leyenda de Sigmar por Stefan Kopinski

Éste dejó caer a Ghal Maraz y rodeó las muñecas de Colmillosangre con las manos, los músculos de sus brazos se tensaron mientras luchaba contra la enorme fuerza que amenazaba con aplastarle el cráneo. Las venas se hincharon en sus manos y la cara se le puso morada del esfuerzo por intentar apartar las manos de Colmillosangre de su cabeza. Sus caras estaban a menos de un palmo de distancia y Sigmar miró al poderoso caudillo a los ojos, afrontando el rojo encendido de sus pupilas sin temor.

—Tú... nunca... ganarás... —gruñó Sigmar mientras la fuerza de una tormenta de invierno invadía su cuerpo con una furia fría e implacable.

Centímetro a centímetro, apartó las manos de Colmillosangre de su cabeza saboreando la expresión de sorpresa y miedo que apareció en los ojos del caudillo. Ese miedo infundió ánimos a Sigmar que, con una creciente fuerza, separó las manos del caudillo aún más. El rey Unberógeno sonrió triunfalmente y estrelló la frente contra la cara del caudillo. Un chorro de sangre brotó de la nariz del orco, y rugió con frustración. Al darse cuenta de que no podría aplastar a Sigmar sólo con la fuerza bruta, Colmillosangre soltó una mano y buscó su hacha.

Fue la oportunidad que Sigmar esperaba.

Alzó a Ghal Maraz y descargó la reliquia ancestral de los enanos contra la cara del Orco Negro con todas sus fuerzas. El cráneo del caudillo estalló en fragmentos de hueso, carne y masa encefálica. Un destello de luz blanca surgió del martillo de guerra y Sigmar salió despedido mientras las energías más poderosas de la antigua arma de los enanos deshacían por completo el cuerpo de Urgluk Colmillosangre.

Conclusión y Desenlace[]

Descarga Leta del Anderson Gaston Orcos

Durante un momento, el silencio reinó por todo el Paso del Fuego Negro. Mientras parpadeaba para eliminar las últimas imágenes de la muerte de Colmillosangre, Sigmar vio la decepción y el sobrecogimiento que aparecieron en las caras de los pieles verdes que lo rodeaban. Aún sostenían afiladas espadas y Sigmar notó los fuegos de la venganza que ardían en sus ojos. Sigmar intentó ponerse en pie, pero se había quedado sin fuerzas, sus extremidades cubiertas de sangre temblaban tras canalizar un poder tan inmenso. Se puso en cuclillas y buscó algún tipo de arma con la que combatir a estos orcos, pero a su lado sólo había hojas de espadas rotas y lanzas partidas.

Una bestia de hombros anchos con un yelmo de hierro oscuro trató de coger el hacha del caudillo caído, pero una flecha de asta blanca le atravesó la visera del yelmo y hundió su punta de hierro en el cerebro de la bestia. La siguió otra, y otra más, y en cuestión de segundos una lluvia de flechas chocó con un ruido sordo contra las filas de orcos acompañada de un creciente rugido de triunfo.

Sigmar alzó la mirada hacia el cielo azul y lloró de gratitud mientras los guerreros de su ejército pasaban rápidamente a su lado y se dirigían hacia los asombrados orcos.

Sigmar antiguo

Sigmar

Las guerreras asoborneas chillaron mientras arremetían contra los orcos junto a Unberógenos, querusenos, taleutenos, y merógenos. Los berserker turingios, con el rey Otwin a la cabeza, se lanzaron de cabeza contra las líneas orcas, seguidos de los lanceros menogodos. La atronadora caballería de los Yelmos de Cuervo, ansiosa de vengar la muerte de Marbad, se estrelló contra los pieles verdes y los arqueros brigundianos hostilizaron a los orcos con saetas mortalmente certeras.

El rey Wolfila abrió una sangrienta franja a través de los orcos con su enorme espada y los estruendosos hombres de sus clanes lo siguieron hacia los orcos con furiosos aullidos. El valor y la determinación de los orcos, que pendían de un hilo tras la increíble muerte de su líder, se desmoronaron ante este nuevo ataque y en cuestión de momentos se convirtieron en una turba presa del pánico que emprendió la huida.

Ya estaba cayendo la noche para cuando expulsaron a los últimos pieles verdes del campo de batalla. La muerte de su líder supuso también la muerte del ejército orco, que se deshizo y huyó presa del pánico. Con la muerte de Urgluk Colmillosangre, el imponente poder que había dominado y unido a las tribus orcas había desaparecido y se habían fracturado como hierro mal forjado. Sin la fuerza de voluntad del caudillo, habían aparecido viejas rencillas e, incluso en medio de la carnicería de la huida en desbandada, los orcos se habían atacado unos a otros con hachas y espadas ensangrentadas.

Los agotados guerreros del ejército de Sigmar y Kurgan persiguieron a los orcos mientras pudieron, y la vengativa caballería atropelló a miles mientras salían del paso y huían hacia la desolación del este. Únicamente la oscuridad y el agotamiento les habían impedido seguir con la persecución, y el sol se encontraba bajo en el oeste cuando los jinetes regresaron triunfalmente con sus caballos sin resuello y empapados de sudor. La masacre fue un espectáculo aterrador. Se dice que nunca ha habido una mayor concentración de cuervos en todo el mundo que aquella que se reunió para darse un festín con las cadáveres de los pieles verdes. Murieron tantos en aquel día que habrían de pasar más de mil años antes de que los orcos y los goblins pudieran volver a representar una amenaza.

Tardado cierto tiempo en asimilar la enormidad de la victoria, pues muchos habían muerto para lograrla y muchos acabarían muriendo en las mesas de los cirujanos; sin embargo, mientras los jinetes regresaban al campamento, las risas y los cantos habían dado comienzo y el alivio de aquellos que habían sobrevivido salió a la luz. Arrastraron lejos a los orcos muertos y se los dejaron a los carroñeros, mientras que a los caídos del ejército de Sigmar los llevaron hasta grandes piras funerarias a la sombra de la atalaya enana en ruinas.

Coronación de Sigmar

Tras honrar a los guerreros del ejército, los reyes de las tribus marcharon en solemne procesión hacia la última pira que quedaba portando el cuerpo del rey Marbad sobre andas de escudos dorados. Llevaban al rey de los endalos Otwin de los turingios, Krugar de los taleutenos, Aloysis de los querusenos, Siggurd de los brigundianos, Freya de los asoborneos y el hijo de Marbad, Aldred. Sigmar iba detrás del rey caído con Wolfila de los udoses, Henroth de los merógenos, Adelhard de los ostagodos y Markus de los menogodos. Cada uno de estos reyes llevaba un escudo dorado, y nadie habló mientras seguían al cuerpo de su hermano rey hasta su última morada.

Tras esto, los gobernantes de las distitnas tribus se reunieron alrededor del Rey Sigmar de los Unberógenos. El rey de los brigundianos hizo una señal con la cabeza y, como uno solo, los reyes congregados se pusieron de rodillas con las cabezas inclinadas. Tras ellos, las huestes de los hombres siguieron el ejemplo de sus reyes y muy pronto todos los guerreros que se encontraban en el paso se arrodillaron ante Sigmar.

Legado[]

Las implicaciones inmediatas de la famosa victoria son obvias: el mayor ejército piel verde jamás reunido fue destruido antes de que pudiese invadir el Viejo Mundo, sino que también marcó el fin a las Guerras Goblins que llevaban siglos diezmando a los enanos. Pero sin lugar a dudas, el legado más importante de la batalla fue que forjó una unidad entre las dispares tribus de hombres. Que daría como resultado la fundación del Imperio.

Sigmar Emperador Karl Kopinski

Después de la batalla, los humanos regresaron a sus tierras, pero no a su viejo estilo de vida. Todos los jefes tribales reconocieron que estaban más seguros unidos que divididos, y sabían quién de entre Sigmar fue el único que podría hacer realidad su unidad, por lo que poco después de aquella gran victoria, fue proclamado Emperador de la recién fundada nación por el Sumo Sacerdote de Ulric.

El nuevo Emperador y el Gran Rey Enano se hicieron juramentos de amistad eterna, y la alianza entre los Enanos y los descendientes de Sigmar continúa aún hoy en día. En una muestra de gratitud por su ayuda al salvar los reinos Enanos, Kurgan regaló a Sigmar una corona de oro y marfil magníficamente forjada por los Enanos, y encargó a Alaric el Loco que iniciase el largo proceso de crear doce espadas mágicas llamadas Colmillos Rúnicos, una para cada uno de los caudillos tribales, que con el paso del tiempo acabarían convirtiéndose en los símbolos de los Condes Electores.

Una nueva era de de paz y prosperidad había dado comienzo. Como el Imperio de Sigmar prosperó, también lo hicieron los Enanos. Muchos de ellos se trasladaron al recién formado Imperio para trabajar como herreros, artesanos, albañiles y mercaderes entre los asentamientos humanos en proceso de crecimiento, y el comercio entre las tierras bajas y las montañas floreció. Con las tierras occidentales estabilizándose y el Paso del Fuego Negro cerrado a los enemigos, los Enanos llevaron campañas para restablecer su presencia en las Montañas del Fin del Mundo. Aunque consiguieron grandes victorias, y recuperaron muchos de los tesoros y territorios que se les habían arrebatado, pero todavía quedan muchos enemigos que matar y agravios que saldar, por lo que jamás cesarán en su empeño.

Sigmar fue anunciado como el salvador de la tierra y lideró el recién fundado Imperio con brazo de acero y corazón de hierro por muchos años, una época considerada de prosperidad y crecimiento interno para el Imperio. Por supuesto, la joven nación siguió teniendo poderosos enemigos y tuvieron que hacer frente a enormes amenazas que la hicieron tambalearse. Pero bajo el gobierno de Sigmar, los muchos peligros que se alzaron fueron derrotados.

Y así, gracias a sus proezas, sabio liderazgo y fuerte voluntad, Sigmar Heldenhammer empezó a ser venerado e idolatrado por el pueblo llano para que, siglos más tarde, acabara siendo adorado como el Dios Patrón del Imperio.

Fuentes[]

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