Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Fin trans
El trasfondo de esta sección o artículo se basa en la campaña de El Fin de los Tiempos, que ha sustituido la línea argumental de La Tormenta del Caos.
Enanos contra tumularios

Enanos defendiendo la Puerta de Valaya

Desde que Neferata abandonó el Pináculo de Plata, el ejército de muertos que la acompañaba creció considerablemente. A sus filas se le unió Krell, marchando al frente de su Legión Maldita, con los regimientos de los caídos a su paso y de otras criaturas no muertas tras él. Muchos de esos seguidores eran muy desagradables para que Neferata los soportase, como el Strigoi sin honor y morralla semejante; aun así, debido a los acontecimientos recientes, tomó desdeñoso control también sobre éstos. Más y más hordas sin nombre engrosaban sus filas, levantadas de las fosas comunes que inundaban el Abismo del Cráneo, animadas gracias al poderoso hechizo de Nagash y vinculadas al servicio de Neferata por sus doncellas personales. La prisa condujo a las fuerzas combinadas implacablemente hacia el sur, pero incluso a esa distancia Neferata y Krell podían sentir la inquietud de Nagash por su inesperada vulnerabilidad.

Varias edades del mundo pasaron desde que Neferata viajase por última vez por esa parte de las Montañas del Fin del Mundo, pero buscó con la ayuda de adivinación con sangre la entrada a un túnel secreto que ella misma marcó hace siglos. Krell dirigió el avance, examinando cada garganta y giro en busca de una potencial emboscada. Cuando hallaron la puerta secreta y entraron hacia el subsuelo, Krell preparó a sus tropas como si fueran a asaltar una fortaleza, situando a las criaturas más terroríficas en la vanguardia. La jornada bajo tierra resultó tranquila, hasta que llegaron frente a las últimas puertas que había entre ellos y su destino. Neferata describió la gran caverna que había tras las puertas y se enfureció con los retrasos de Krell, que ella consideraba innecesarios. El señor tumulario insistió sobre un plan de ataque coordinado, irrumpiendo en la gran cámara de más allá desde ambos pasadizos simultáneamente.

Los vastos paneles de piedra retumbaron a un lado, dando paso hacia los túneles subterráneos a una visión no deseada. Allí, extendiéndose ante ellos a lo largo y ancho de la enorme caverna había listo un ejército de enanos. Aunque los barbudos estaban dispuestos en formaciones de batalla, sus regimientos hacían guardia contra amenazas provenientes de más allá del Camino Subterráneo. Por sus reacciones, no conocían la existencia de esa puerta y obviamente no esperaban la aparición de un enemigo surgido de una pared lateral de la gran caverna. Sin embargo, a diferencia de los goblins que hacía poco huyeron ante la aparición del ejército no muerto, los enanos se mantuvieron firmes y sus regimientos formaron una linea de batalla para hacer frente a sus enemigos.

Sin dudarlo ni un instante, Krell ordenó a los no muertos avanzar, tan agresivo en la muerte como lo había sido en vida. Krell había luchado contra los enanos en muchas ocasiones y supo que debía evitar a toda costa que su ejército quedase taponado en la entrada. Contra un enemigo tan tozudo, su superioridad numérica podría ser su única ventaja. En los confines de una lucha de túneles, el tipo de pelea que favorecía a los enanos, los no muertos no tendrían ninguna oportunidad.

Mientras Krell comandaba un regimiento tras otro para formar dentro de la gran caverna, Neferata advirtió en su lugar un grupo diferente de enemigos. Un grupo de enanos quedaron atrapados entre las emergentes fuerzas no muertas, tratando de abrir la misma puerta por la que ella quería entrar. Mientras Krell estaba más concentrado con el ejército desfilando frente a él, ella sabía que a los enanos no se les debía permitir abrir esas puertas encantadas. Aunque sólo pudo adivinar la naturaleza de las runas inscritas de aquel arco de piedra y de los tesoros guardados en su interior, supo instintivamente que contenían un gran poder. Si los enanos desataban ese poder contra su ejército no muerto, grande como era, sería completamente barrido. Neferata caminó por un lado de la entrada con sus doncellas, permitiendo que las tropas tras ellas fluyeran de acuerdo la dirección que tomaba Krell. Sin embargo, por su propia cuenta ordenó a Imentet y a su guardia personal destruir a los enanos que trabajaban en la puerta oculta.

Ejército enano batalla en la puerta de valaya

Ejército de Karak Azul ante la Puerta de Valaya

La muchedumbre de enanos cerraron filas, con la esperanza de taponar las entradas desde los pasadizos, pero fueron muy lentos. Las fuerzas de Krell formaron rápidamente sendas de cabezas de playa, dos ejes que penetraban dentro de la caverna para enfrentarse a sus enemigos.

A la vanguardia de la punta de lanza de la derecha se hallaba Krell, con el negro pendón de su Legión Maldita ondeando en las corrientes de los túneles abiertos. Luchó por primera vez contra los enanos hace miles de años atrás, en una época diferente cuando era un paladín mortal de los Dioses del Caos, y desde entonces ha asesinado reyes enanos, aniquilado clanes enteros y saqueado algunas de las más grandes fortalezas enanas jamás construidas. De hecho, había sido decisivo en el asedio de Karak-Ungor, la primera gran fortaleza en caer. Ya sea caminando sobre o bajo tierra, pocos han matado más enanos que él. Los enanos por su parte no pudieron hacer mucho más salvo identificar al rey tumulario enfundado en la armadura roja de un señor del Caos. En cuanto le vieron, supieron contra quién se enfrentaban, pues entre los enanos los agravios pasaban de una generación tras otra como atesoradas reliquias familiares. Siete veces fue anotado el nombre de Krell cuando era mortal en el Gran Libro de los Agravios, el registro definitivo de todos los agravios contra la raza enana que se guarda en Karaz-a-Karak. No obstante, esas lineas fueron tachadas ya que aquellas deudas de sangre fueron saldadas tras la muerte de Krell durante el asalto fallido a Karak-Kadrin. Milenios después de su muerte, Krell ha vuelto; el mortífero guerrero fue desenterrado de su fría tumba por el Gran Nigromante, por quién ha luchado desde entonces, lo que le ha valido una veintena más de entradas en el Dammaz Kron.

El enfrentamiento entre ambas líneas de batalla fue verdaderamente feroz, porque los enanos estaban luchando contra un odiado enemigo que osaba invadir el legendario hogar de sus ancestros. Los enanos tajaban fila tras fila de esqueletos y su superior armadura aseguraba que pocos de ellos cayeran. Cualquier otro enemigo se habría desmoralizado y huiría de aquella tala incesante, pero los esqueletos continuaron impasibles e indiferentes, rellenando los huecos impávidamente mientras sus camaradas eran cortados a cachitos. Lentamente, las formaciones no muertas fueron presionadas de vuelta hacia los túneles por los cuales los refuerzos seguían derramándose.

Aun así, no todo iba bien para los enanos. Nada sobrevivía ante Krell. Mientras los guerreros esqueleto de la Legión Maldita caían como trigo bajo la guadaña, el señor tumulario blandía su terrible hacha, sus hojas negras portando la ruina a los enanos cercanos. Abatió a Borrak Piedrasangrienta y a su hermano Bodrik antes de partir en dos el estandarte del Clan Piedrasangrienta. La embestida de Krell lo apartó, y por cada doce esqueletos que eran machacados, un enano era perforado por una lanza oxidada o una espada antigua. No obstante, aquellos enanos que morían no se levantaban más.

Tan pronto como vio las legiones no muertas, Thorek comprendió el reciente disturbio en los vientos de la magia. Las tormentas mágicas y los demonios caminando por el mundo eran mal suficiente, y que encima en esos días coincidiera aquella oleada de magia nigromántica presagiaba algo mucho peor y Thorek se preguntó, ¿acaso un ser borrado de la faz del mundo de los vivos largo tiempo atrás había regresado? La poderosa magia letal en el viento auguraba calamidad colmada de más calamidad. Sin duda, se acercaba una nueva Era de la Aflicción.

Thorek había descifrado dos de las tres runas de la abertura cuando su trabajo fue interrumpido. Si bien la mayoría de su ejército había ignorado a su pequeño grupo de ayudantes, varios regimientos de esqueletos avanzaban directos hacia ellos. En mitad de estos había un trono del aquelarre iluminando con resplandor antinatural los muros de la caverna a su marcha. Los ojos de las vampiresas sentadas sobre éste eran rojo brillante y sus bocas salmodiaban un hechizo infernal. Thorek alzó su martillo rúnico y golpeó su yunque rúnico con un tañido resonante.

Después de horas de luchas, la batalla llegó a un punto muerto. Al principio, los enanos aprovecharon cada ventaja, pero a medida que avanzaba la batalla, el fuego en sus corazones se apagaba poco a poco, pisoteado por los implacables e imparables no muertos. La furia inicial de los enanos fue remplazada por sombría determinación y el deber de resistir por sus parientes y su reino ancestral. Los enanos se hicieron fuertes en su flanco derecho, liderado por el Thane Kraggson y su Guardia de Hierro, un regimiento compuesto por rompehierros, cada uno de ellos ataviado por una pesada y casi impenetrable armadura rúnica. Empujaron a las legiones esqueléticas de vuelta a los túneles del Camino Subterráneo. Allí, en los estrechos límites de esos túneles, la Guardia de Hierro estaba en su elemento, capaz de formar un recio muro de escudos y armaduras de gromril que bloqueó el túnel, creando una barrera más poderosa que cualquier puerta. Contra estos luchadores de túneles sin igual, los no muertos no podían pasar y eran masacrados en tropel.

Rey necrofago strigoi

Druthor

El flanco izquierdo de los no muertos fue obligado a retroceder; únicamente Krell evitó que fueran expulsados de vuelta a los túneles por los que habían venido. A pesar de sus atroces hachazos, incluso Krell no habría podido resistir mucho más si no hubieran llegado refuerzos de un túnel cercano del Camino Subterráneo. De allí surgió encorvada una monstruosidad con alas de murciélago, y sobre ella se hallaba montado Druthor, el Rey Strigoi de Túmulo Lúgubre. Tras su decadente señor iban aullantes varghulfs y manadas de necrófagos. Con gran estruendo, golpearon las líneas de los enanos, reforzando el frente de Krell y ayudándole a avanzar de nuevo.

En el centro, Thorek Cejohierro se hallaba en gran peligro. Con tan sólo sus ayudantes y el regimiento de la Hermandad del Yunque para apoyarle, el señor de las runas estaba apartado del resto de la multitud de enanos. Aun así se mantuvo frente a las puertas con la esperanza de poder activar las runas de apertura. Si tan sólo pudiese entrar y desatar el poder que permanecía en su interior, podría aniquilar a todos los no muertos juntos. Estos pensamientos fueron apartados rápidamente al verse Thorek y la Hermandad abrumados por los no muertos, demasiado ocupado estaba como para pensar en runas ancestrales. Una y otra vez golpeó el yunque rúnico, liberando relámpagos que fulminaban a los esqueletos que se acercaban. La caverna entera resonaba con el eco de los poderosos mazazos y ese estruendo tenía un profundo efecto sobre los enanos, blindando sus corazones con acero, recordándoles su deber para con sus ancestros y haciéndoles permanecer firmes ante sus enemigos.

Pese a las abundantes corrientes de magia de muerte, a Neferata y su aquelarre de doncellas les costó responder al herrero rúnico enano. Siseaban de rabia al ver sus encantamientos contrarrestados, prácticamente cada espeluznante hechizo bloqueado como si el propio aire crepitase con energías disipadoras. Solamente tuvieron éxito a la hora de levantar a los muertos, en parte gracias a que el aquelarre al completo entonase las repugnantes letanías. Pero incluso con eso, la mitad de sus intentos fueron frustrados, rompiéndose contra un poderoso muro de resolución. Sobre el campo de batalla algunos muertos volvieron a alzarse pero otros, tan sólo medio animados, deambularon unos pocos pasos antes de caer retorciéndose de vuelta a la nada. Thorek, un maestro en el arte de anular la insidiosa magia del enemigo, no estuvo solo protegiendo a los enanos contra los ataques arcanos. Las runas sobre las puertas ocultas resplandecieron radiantemente, brillando a través de la penumbra subterránea.

Neferata se dio cuenta de que sus fuerzas estaban perdiendo y que era improbable que la magia de su aquelarre fuera suficiente para decantar la batalla a su favor. Sabía que debía encontrar una manera para que sus doncellas pudiesen manifestar sus poderes nigrománticos, aunque para ello primero debían hallar el modo de debilitar la condenada resistencia mágica enana. Destripar a Thorek, que resplandecía con un halo de poder arcano cada vez que aporreaba aquel tres veces maldito yunque, fuera con toda probabilidad la mejor manera para lograrlo. Pensó que ya era la hora de que aquella asquerosa criatura pagase por su insolencia.

Trono Aquelarre

Trono de Aquelarre con las doncellas de Neferata

Neferata envió a Imentet hacia el señor de las runas, pero la favorita del aquelarre evitó combatir personalmente, impulsando en su lugar a su guardia esquelética hasta los enanos que guardaban el yunque. Mientras que este asalto impidió cualquier intento de abrir la puerta, resultó ser demasiado débil para hacer demasiado daño a los enanos fuertemente blindados. La misma Imentet trató de potenciar mágicamente los esfuerzos de sus súbditos, pero ella también descubrió que cada hechizo se rompía contra la indómita fuerza de voluntad del viejo señor de las runas y la potente burbuja protectora que rodeaba la runa de Vayala sobre la puerta. Mientras tanto, los enanos enviaban huesos volando tras la barrera arcana con cada hachazo. Aquello ya fue demasiado para Neferata, que con un aullido de furia, ordenó avanzar a sus doncellas. Al parecer tendrían que encargarse ellas mismas de destrozar a los enanos.

Sus doncellas, quienes estaban apiñadas cerca de su maestra a un lado de la entrada a la caverna, obedecieron. Al frente iba el Aquelarre Rojo: Lycindia la Cruel espoleó su pesadilla alada y las Hermanas Pálidas desenvainaron sus espadas de hielo. Tras ellas marchaba Neferata sobre su terror abismal con sus ojos llameando. Mientras que los esqueletos solos no conseguían abrirse paso dentro de las líneas enemigas, el aquelarre de doncellas era otro tema aparte. Se movían demasiado rápido para ser seguidas por el ojo, unos borrones que acababan en chorros rojos cuando sus espadas, garras y colmillos rajaban a sus enemigos. Incluso el muro de escudos y las impenetrables armaduras eran inútiles cuando manos rematadas en garras tanteaban yelmos de cara descubierta y desgarraban gargantas. La Hermandad del Yunque fue exterminada aquel día. Sólo Thorek, acompañado de sus aprendices y asistentes permanecieron, peleando por sus vidas cuando más muertos fueron animados, sus cuerpos sacudiéndose para unirse al combate una vez más. Kraggi, el último de los ayudantes de Thorek pereció con su cabeza arrancada del cuerpo.

Cuando la marea de vampiros sedientos de sangre le alcanzaron, Thorek dio un desesperado martillazo contra el yunque. Alzó bien alto a Klad Brakak, su martillo rúnico e iluminó como un faro aquella oscura caverna. El tremendo impacto tañó como el trueno, una bofetada de sonido que hizo temblar el Camino Subterráneo y a la misma montaña como presagio de su cercana muerte. Una gran corona de relámpagos en cadena iluminó completamente la caverna. Thorek acribilló de nuevo al enemigo con su martillo de trabajo mientras tras él llegaban nuevos regimientos para ocupar el lugar de los caídos. Nunca en todos los años del señor de las runas había presionado tanto al arcaico yunque, y nunca había brillado hasta el rojo blanco, no en calor sino en aquella oleada de poder que arrasó o hizo volar a todos sus contrincantes.

En otra parte, Thane Kraggson y su Guardia de Hierro bloquearon con tanta eficacia el pasaje más oriental que el sabio viejo luchador de túneles envió a sus formaciones restantes de vuelta a la caverna principal para ayudar a Thorek. Los portadores de grandes hachas llamados Trenzaslargas y los únicos matadores de la expedición alcanzaron la posición de Thorek. Allí formaron una nueva línea de batalla ante el asediado señor de las runas, proporcionándole su primer momento de respiro. Con su armadura desgarrada y sangrando por una multitud de heridas, Thorek cantó el himno rúnico, un profundo y solemne cántico que hizo resplandecer al yunque rúnico y a la gran puerta de Valaya. Al final, logró activar las runas y la gran puerta se abrió hacia dentro.

Con irreflexiva resolución, los esqueletos continuaron con su avance, caminando sobre la piedra ennegrecida donde sus camaradas fulminados continuaban ardiendo. La mitad de las doncellas de Neferata se levantaron otra vez con sus pieles de alabastro humeando allá donde los rayos del yunque les hubiesen alcanzado. Sintiendo que era su última oportunidad de evitar que los enanos accedieran a sus tesoros, Neferata ordenó un asalto final.

Thorek Cejohierro fue bañado por un poder ancestral que nunca antes había sentido. Sentía que un golpe de su martillo era capaz de aplastar la cima de una montaña. Algo en el interior de la cámara oculta le llamaba, suplicándole premura. Y entonces, en ese preciso instante, el arrugado y viejo señor de las runas al final lo supo.

La tranquila y suave voz de Valaya le habló, no con palabras, pero sí con un profundo entendimiento. Pensamientos susurrados de sabiduría ancestral acudieron a él, de maestros de las runas olvidados tiempo ha, de secretos al fin revelados. Así se dio cuenta de qué clase de reliquia permanecía en el interior de la cámara secreta. Podía sentir que un Dios Ancestro, la gran madre de su pueblo, estaba al alcance de su mano. En ese momento entonó el final de la canción de la runa y con un crujido, las puertas que guardaban la Arcada Perdida de Valaya se abrieron.

Thorek Cejohierro Puerta de Valaya

Thorek llevando al límite a su yunque rúnico

La desesperación crecía entre los enanos de la expedición de Thorek. Desde que Druthor, el Rey Strigoi de Túmulo Lúgubre salió del túnel, él y su engendro del terror causaron estragos. La artillería enana emplazada en el extremo más alejado de la caverna trataron fervientemente de atravesar de un cañonazo a la monstruosa bestia no muerta. A pesar de disparar y recargar sus máquinas de guerra con gran habilidad y fervor, sólo tuvieron éxito en llenar la caverna con el humo negro de la pólvora y en agujerear las correosas alas del monstruo. Su último disparo llamó la atención de la bestia y con unos pocos aleteos atravesó el gran salón. Abriendo sus fauces plagadas de colmillos, el engendro del terror desató un chillido sobrenatural que hizo caer a las dotaciones de los cañones sobre sus rodillas y con sus oídos sangrando. Descomunales garras esqueléticas barrieron los cañones, enviando trozos de cuerpos, ruedas y barriles rotos a través del suelo de piedra. Mientras su abominable montura desplegaba totalmente sus alas, Druthor soltó un espeluznante grito de victoria.

Los enanos restantes fueron empujados constantemente hacia atrás, manteniendo firme una línea alrededor de Thorek que se encontraba frente a las puertas abiertas. La tregua traída por el tremendo mazazo al yunque rúnico únicamente otorgó el tiempo justo para que el señor de las runas abriera el portal. Ahora las legiones de esqueletos, así como Neferata y su furioso aquelarre de vampiresas volvían a acosarlos. Solo en el túnel del extremo norte, Thane Kraggson y su Guardia de Hierro aun resistían. Krell no esperaba atravesar a los rompehierros, así que simplemente dejó los secuaces suficientes para mantener al formidable regimiento clavados en el lugar. Mientras tanto, el resto de su fuerza se plantó en la caverna. Krell alzó su Hacha Negra y la blandió para la matanza.

Y entonces, no uno, sino dos nuevos ejércitos se unieron a la refriega. Desde el túnel vacío en el flanco izquierdo de los enanos llegó el retumbante toque de un cuerno. No era un sonido cualquiera, si no que se trataba del producido por el Cuerno de las Tormentas del Rey Kazador, el cual todo guerrero barbudo de Karak Azul conocía y amaba. Una y otra vez llegaban aquellas fabulosas notas, y los corazones de los enanos se llenaron con renovadas fuerzas para luchar.

Desde allí llegó el Rey Kazador, ataviado para la batalla y custodiado por su guardia real de martilladores. El viejo rey recibió el mensaje de Thorek; el señor de las runas había encontrado un poderoso artefacto y necesitaba refuerzos.

El Rey Kazador marchó velozmente, eligiendo cuidadosamente una docena de regimientos para acompañarle por los olvidados caminos subterráneos. No esperó encontrar a Thorek acosado por los no muertos, pero el rey no se detuvo. De hecho, hizo sonar su legendario cuerno de batalla no como un anciano rey consumido por la tragedia, sino como un extraordinario guerrero en su excelencia. Zumbando por encima de las cabezas de sus camaradas, voló un escuadrón de girocópteros con sus pilotos impacientes por llevar sus máquinas hacia la gran caverna, donde su alto techo les permitiría maniobrar. Regimiento tras regimiento de enanos con semblante sombrío avanzaron desde el túnel tras ellos.

Entonces la batalla volvió a dar comienzo, más encarnizada que nunca. Incluso con la llegada del Rey Kazador y las huestes de Karak Azul, los enanos se veían superados en número. No obstante, ellos eran más hábiles en la batalla y, desde que Thorek abrió la gran puerta de la cámara oculta, luchaban con renovada resolución.

El segundo ejército llegó sin aviso. Grulsik, kaudillo de la tribu Garraluna, estaba furioso tras el desastre en el Abismo del Cráneo. Su oportunidad de grandeza dispersó a gran parte de las tribus que permanecieron brevemente unidas. Cuando acabaron de huir a las profundidades de las cuevas, los goblins se unieron de una vez más. Grulsik se encontró con que habían sobrevivido más pielesverdes de los que pensaba. La mitad de sus congéneres desaparecieron en el encuentro anterior, ya sea por muerte o deserción. No obstante, el núcleo de su propia tribu se mantenía, así como remanentes de otras tribus y muchos de los trolls. No era una chusma abatida y vencida, sino un gran grupo de pielesverdes ansiosos por saquear y por una buena pelea, siempre que sea una inclinada a su favor.

El rastro de los no muertos fue muy fácil de seguir para los jinetes de lobo, y más aun para los Chicoz Perro de Grak, que no tardaron en olerlos. Grulsik dedujo que podría sacar más beneficio si merodeaba tras la hueste de los muertos, seguramente para rebuscar entre las pilas de restos de los que cayesen de nuevo inanimados. Supuso que los muertos no tienen ningún interés en saquear.

Cuando el rastro de los no muertos los condujo vía subterránea hasta una puerta claramente disimulada en un acantilado, las promesas de riquezas aumentaron. Grulsik era un goblin nocturno, y al igual que toda su raza, reconocía la factura enana. Él y muchos otros de su ejército han deambulado por minas y túneles construidos por los enanos, pero siempre han mostrado señales de haber estado largo tiempo abandonados. En cambio éstos permanecían intactos y Grulsik no dudó de que estos caminos ocultos los llevarían hasta los tesoros que sabía que los taponez acumulaban.

Una vez oyeron los sonidos de un enfrentamiento subterráneo, los pielesverdes caminaron con cautela. La intención de Grulsik era evitar la pelea y descender al campo de batalla para una vez acabada para rapiñar.

Rompehierros contra goblins nocturnos

Los pielesverdes se unen a la batalla

Ese era el plan. Sin embargo, cuando abordaron los túneles gemelos que conducían hasta donde seguramente se desarrollaba la batalla, Grulsik perdíó el control. Los rebaños de garrapatos de la Garraluna (la Legión Dentuda, los Piñoz Rojoz y los Azezinoz Kamezíez) captaron el olor de sangre enana y saltaron al frente. Mientras las enfurecidas criaturas se precipitaban a toda velocidad por los pasadizos, hubo un breve momento en el que Grulsik consideró seguir sus instintos, dar media vuelta y esperar a que se presentase una ventaja mejor por sí sola. Pero la posición de kaudillo ganó a su instinto. Con estúpido orgullo, Grulsik ignoró su tendencia a la autoconservación y ordenó cargar a las peñas dispuestas a hacerlo. Tras unos pocos bramidos, él mismo se unió a la melé e intentó presionar hacia la gran caverna.

En el túnel situado más al norte, hacía rato que la Guardia de Hierro se mantenía firme contra el asalto de los esqueletos. A juzgar por la conmoción más allá de la entrada del túnel, el Thane Kraggson supo que algo más ominoso se acercaba. No estaba preparado para la marea de garrapatos que estalló a través de los no muertos restantes y su salvaje arremetida cedió el muro de escudos.

Tal fue la resolución de la Guardia de Hierro que podrían haberse mantenido firmes de no ser por la llegada de Grulsik poco después. La propia peña del kaudillo goblin nocturno, los Luna Chiflada, se apiñaron en la pelea, pinchando con las lanzas contra todo aquello que tuviese barba o que no fuese verde. También eran luchadores de túneles expertos, acostumbrados a luchar en los estrechos espacios bajo tierra. Miembros de las peñas en las filas de retaguardia empujaron hacia adelante para lanzar redes con las que enredar a los enanos, como le pasó al Thane Kraggson que quedó atrapado y fue lanceado cientos de veces y rematado por el propio Grulsik al conseguir colarle el golpe de gracia a través de la mirilla del yelmo.

Así los pielesverdes irrumpieron en la caverna, gran cantidad de ellos por la entrada norte pero también varias peñas por la del sur. Lo que vieron cuando llegaron al vasto salón subterráneo fue un puro pandemónium de batalla encarnizada por doquier. Legiones esqueléticas batallando contra enanos armados con martillos de guerra y ataviados en brillantes armaduras de gromril, arcos voltaicos restallando del yunque rúnico y girocópteros planeando en lo alto, descargando siseantes nubes de vapor y retumbantes disparos.

A esta vorágine de combates se zambulleron los pieles verdes. Cacareantes fanáticos giraban a través del apelotonamiento de cuerpos, partiendo esqueletos tan a menudo como abollaban armaduras enanas. Trolls, cuyos minúsculos cerebros eran incapaces de absorber la complejidad de la batalla a su alrededor, tiraron sus garrotes y recurrieron a darse un festín con las abundantes bajas. Nadie estaba a salvo en toda la caverna; tan pronto caía un enemigo, otro surgía amenazante por detrás. Los goblins nocturnos saltaron desde las sombras y los esqueletos se animaron nuevamente, listos para volver a atacar.

Neferata contra thorek

Neferata se enfrenta a Thorek

En el centro, Neferata y sus doncellas presionaron a los enanos en el lugar donde estuvo antes Thorek Cejohierro. Mientras Imentet derribaba al último de los Trenzaslargas, la propia Neferata despachó a los restantes matadores de cresta naranja. Thorek, viendo que su perdición se cernía sobre él, descargó un poderoso golpe a dos manos contra el yunque al rojo vivo y la potente magia que contenía en su interior atronó de nuevo. Arcos de poder arcano atravesaron limpiamente a Imentet, destrozando su trono del aquelarre en miles de astillas y dejando a la vampiresa suspendida en un orbe de rayos vivientes. Quedó tendida, sacudiéndose por las chispas del orbe que quemaron su cuerpo no muerto hasta que no quedó ni polvo de este.

El estridente aullido de rabia de Neferata fue horrible. Tan potente fue el martillazo que soltó Thorek Cejohierro sobre el yunque rúnico que hizo agrietarse el suelo. Las grietas se extendieron desde el yunque, propagándose por todo el suelo de la caverna y ensanchándose hasta tornarse en profundas grietas. Pero al yunque rúnico, reliquia de un reverenciado pasado, también le estaba pasando. Con sus ojos marrones llenos de preocupación, Thorek soltó su martillo y raudo posó sus manos sobre la reliquia, más preciosa que el oro e incluso que sus hijos. Tal y como temía, una grieta irreparable se extendía a través del sólido metal. El próximo tañido del yunque sería el último. El señor de las runas lanzó un angustiado gemido. No había artesanía en el mundo capaz de reparar aquel daño. En su desesperación, Thorek no vio la rápida llegada de Neferata.

En el último momento, Thorek oyó la siseante furia que era la vampiresa a la carga, aunque ya era demasiado tarde. Incluso mientras alcanzaba su martillo, el enano fue apuñalado por la Daga de Azabache, alzado bien alto en el aire y arrojado a una de las fisuras que su propia magia había creado. Temible en su furia, Neferata lideró a sus doncellas restantes para barrer a los goblins nocturnos que emergían del túnel del norte.

Druthor atacando a Kazador

Druthor se enfrenta al Rey Kazador

En otro lugar de la caverna, los recién llegados de Karak Azul eliminaron a los no muertos ante ellos cuando algo repugnante se alzó para responder al desafío lanzado por el cuerno del Rey Kazador. Druthor, el Rey Strigoi, trató de apagar la floreciente esperanza de los enanos. El perverso vampiro clavó sus espolones en los putrefactos flancos de su engendro del terror, apremiando para que la bestia avanzase. Con unos pocas batidas de sus grandes alas de murciélago, se elevó hacia las alturas de la caverna antes de dirigir a la criatura en un veloz picado contra el rey y su estandarte.

El Rey Kazador divisó a la monstruosidad que se acercaba sin temor alguno. Sopló su cuerno una última vez antes de blandir el gran Martillo de Karak Azul. Forjado con el gromril más puro, esta arma ha sido llevada por sus reales predecesores desde los tiempos de Grungni. Sus runas brillaron en el lóbrego subterráneo porque fue construido para batallas como ésta. Permaneciendo orgullosamente junto al rey estaba su sobrino Kazril, un joven señor barbanueva que portaba el estandarte de Karak Azul. Alrededor de ellos se encontraban los Martillos Negros, corpulentos enanos que formaban la guardia del rey.

Negro como una nube de tormenta de pesadilla, el engendro del terror cayó en picado, chillando a su llegada. El Rey Kazador golpeó con un molinillo, retrasando el pesado golpe de martillo en el momento justo para imprimir toda su fuerza contra las estridentes fauces de la criatura no muerta. Colmillos rotos y fragmentos de hueso salieron despedidos a gran distancia y con este único golpe, el vasto engendro del terror cayó cuan largo era, roto el horrible poder que animaba la carcasa muerta tiempo ha. De la ruina de huesos y alas torcidas salió caminando Druthor con sus garras completamente extendidas. Antes de que el horror ancestral pudiese desatar su furia asesina, fue abatido y quebrado por los Martillos Negros. Druthor trató de sofocar la esperanza de los enanos, pero su espectacular destrucción causó el efecto contrario: la caverna resonó con los vigorosos vítores y las rudas imprecaciones de los enanos.

Los grupos de necrófagos que seguían a Druthor fueron las siguientes víctimas de los Martillos Negros del Rey Kazador. De hecho, el fuego de la batalla ardía en los corazones de los enanos, y podrían haberse abierto camino a través de todo el ejército no muerto de no haber sido por los goblins nocturnos. Mientras que ni las ponzoñosas garras de los necrófagos, ni las espadas oxidadas de los esqueletos podían herir a la bien defendida guardia real, dos fanáticos blandiendo bolas con cadenas les atravesaron partiendo huesos y armaduras de gromril por igual.

Antes de que los Martillos Negros pudieran recuperarse, fueron asaltados por la retaguardia por dos peñas de goblins nocturnos que tropezaban entre sí en su prisa por asesinar enanos. Enfurecidos por el traicionero ataque y por la simple visión de los pielesverdes, los Martillos Negros se giraron para demoler a sus enemigos. Mientras los enanos descargaban su odio ancestral, no advirtieron que Krell redirigió todo el poder de sus legiones esqueléticas al completo, envolviendo la retaguardia enana con su propia Legión Maldita.

Rodeados y ampliamente superados en número, los Martillos Negros lucharon como los héroes de antaño, con sus maravillosos martillos de guerra aporreando varios enemigos con cada pesada oscilación. Alrededor de su rey se encontraban, y el estandarte de Karak Azul brillaba y resplandecía orgulloso en la tenue luz de la caverna. Por cada enano del regimiento que caía, una docena de enemigos eran derribados. Aquellos goblins nocturnos cuyos cuerpos no fueron quebrados por los martillos dieron media vuelta y huyeron, sin osar permanecer ante la furia de los enanos. Una vez más fue soplado el Cuerno de las Tormentas de Karak Azul, pero su profundo zumbido no convocó más refuerzos al Rey Kazador, sólo más no muertos.

El peso de los no muertos sepultó a la turba enana, pero los Martillos Negros del Rey Kazador se llevaron la peor parte de la arremetida. Una y otra vez los ceñudos enanos golpearon las oleadas de guerreros esqueleto, barriendo sus filas hasta que incluso a los más resistentes entre ellos se les cansaron los brazos, sintiendo cada vez más pesados sus martillos de guerra con cada golpe. Lucharon como auténticos hijos de Grungni, y hubiesen soportado aquella lluvia de lanzas y espadas de no ser por Krell.

Con sus legiones siendo pulverizadas con rapidez, Krell no tuvo otra opción que unirse a la contienda. Así, la Legión Maldita se adelantó, caminando sobre los huesos rotos amontonados de sus predecesores. En un instante, el propio Rey Kazador abatió al estandarte de la Legión Maldita, partiendo el estandarte y a su portador de un potente martillazo. A pesar de que el anciano rey estaba fatigado, cuando vio la roja armadura de Krell frente a él, se abrió paso a la fuerza con el fin de enfrentarse al altísimo señor tumulario. Sendos encarnizados enemigos intercambiaron golpes, cada uno de ellos capaz de derribar un árbol grueso. Ninguno cedió terreno, hasta que ambos pusieron todas sus energías en un único golpe devastador. El Martillo de Karak Azul aporreó la armadura de Krell, poniendo al señor tumulario de rodillas, pero el verdadero golpe final lo dio Krell. Su hacha, retorciéndose de poder oscuro a lo largo de sus filos, no sólo segó la larga barba del Rey Kazador, sino que también cercenó su cabeza.

Es probable que todos los enanos restantes hubieran sido masacrados de no ser por Thorek Cejohierro. A pesar de estar magullado y sangrando, el viejo señor de las runas era tan duro como las raíces de la montaña. A pesar de tener el cuerpo roto, logró agarrarse al borde de la grieta. Reptó por el suelo de piedra, con su sangre dejando un rastro tras él, hasta que alcanzó su amado yunque. Una última vez alzó su martillo, Klad Brakak, y con su brazo sano lo golpeó.

Con un crujido como el tañido ensordecedor de los propios cielos, la hazaña se completó y el yunque rúnico se partió en dos. Arcos de poder en bruto, rayos de pura venganza y un estallido sísmico de conmocionante fuerza explotó de golpe. Y así acabó la Batalla en la Puerta de Valaya.

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La Batalla de la Puerta de Valaya
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Fuente[]

  • The End Times I - Nagash.
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