Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Batalla de los Cien Pilares por Alex Boyd Enanos Skavens

Tras descender por la larga rampa, el ejército Enano penetró en la Gran Sala Subterránea, de unos diez tiros de flecha de longitud por igual anchura. El techo de la misma parecía estar tan por encima de las cabezas de los Enanos que asemejaba el mismo cielo. Tal era la similitud que sus propios constructores habían incrustado en él todo tipo de piedras preciosas que centelleaban como estrellas. Constelaciones de diamantes y brazos espirales de turquesas observaban fríamente el lugar donde iba a tener lugar en breve la batalla. Por cada uno de los cuatro enormes ventanales con arcadas situados en el lejano techo penetraban sendas columnas de luz que iluminaban la gigantesca sala abovedada.

Una gran grieta se abría en el lado izquierdo del suelo de la cámara. El aire frío que surgía de sus húmedas profundidades portaba olor a descomposición y muerte. En diversos puntos se habían formado charcos, cubiertos por una densa capa de algas fosforescentes, que nivelaban las depresiones de la roca y el irregular suelo. Cada diez latidos de corazón caían gotas de agua desde el techo, a cientos de metros, que desdibujaban con su impacto la superficie de cada uno de ellos. Las estatuas mutiladas de antiguos reyes Enanos yacían desplomadas en los extremos del agrietado suelo de la estancia. Bosques de hongos altos hasta la cabeza, luminiscentes e insalubres, surgían del suelo de la sala en una docena de puntos. Varios túneles y escaleras derrumbadas desembocaban en la Gran Sala Subterránea: rutas de acceso olvidadas a lugares legendarios.

Thorgrim sabía que ése era uno de los rincones de la ciudad más antiguo e inusitado, dado que su construcción se remontaba a justo después de la Primera Invasión del Caos. La gigantesca estancia formaba parte de la Gran Carretera Subterránea y, como la mayor parte de Karaz-a-Karak, había tenido que ser abandonada por el mero hecho de que la población, antaño mucho más numerosa, había decrecido con el paso del tiempo y ya no era suficientemente abundante como para ocupar todo Pico Eterno, ciudad que se construyó para acomodar a cien veces más Enanos de los que en ella residían en la actualidad. De esta forma, la población, muy propensa a las relaciones sociales, se fue agrupando en torno al Barrio Oeste, y sólo unos pocos Guerreros se apostaron en lugares estratégicos para vigilar la posible aparición de intrusos. ¡Y la aparición se produjo!

En la distancia, Thorgrim podía ver sin dificultad la horda Skaven que los centinelas habían descubierto. Los Hombres Rata parecían estar más en su ambiente entre las ruinas del ancestral reino Enano que los propios Enanos. Este pensamiento preocupó a Thorgrim. Los Skaven se habían sabido aclimatar a una vida entre las ruinas y los restos de las civilizaciones muertas o agonizantes. Parecían destinados a aferrarse a los desechos de la historia para sobrevivir, mientras otras razas mejores y mas sabias se perdían sin remedio en el olvido. Desde lo alto de su trono, llevado a hombros por cuatro de sus robustos camaradas. Thorgrim observó cómo se desplegaban las fuerzas enemigas. El ejército Skaven era un hirviente mar negro de sucios pellejos y agitadas colas rosadas. Al tiempo que los Enanos entraban en la Gran Sala subterránea, la marea de criaturas tomaba forma y se organizaba como si estuviera guiada por una inteligencia superior.

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Una oleada de grandes ratas avanzó adelantándose al ejército Skaven, conformando una gigante e impenetrable pantalla de hostigadores. Sus parientes bípedos se amontonaban tras ellas. En el centro, una unidad de criaturas gigantes, medio ogros medio ratas. hacía las veces de cabalgadura a un enorme Guerrero Skaven. Quizás el General del ejército.

A su alrededor, las infames filas de los repugnantes Monjes de Plaga formaban tras su estandarte de pesadilla: el cadáver medio descompuesto de un Hombre Bestia empalado como un cerdo asado en una pica. Cerca de ellos, los Portadores de los Incensarios de Plaga hacían oscilar sus esferas, repletas de muerte por inhalación. Enmascarados y enguantados, los Lanzadores de Viento Envenenado tomaban posiciones entre los diversos regimientos de Guerreros Alimaña y de Guerreros de Clan, sujetando cuidadosamente sus letales armas. Tras las filas delanteras avanzaban los enormes regimientos de temibles Guerreros Skaven.

En el centro de todo el ejército, de pie sobre la maltrecha estatua de un rey Enano, un Vidente Gris controlaba la hirviente masa infernal de roedores. Levanto una de sus zarpas para atraer la atención y parloteó a los Skaven allí reunidos, azuzándoles hasta que éstos parecieron quedar presos de un estado de odio enloquecido hacia el enemigo.

Thorgrim supo entonces que se trataba de vencer o morir. No se enfrentarían a una mera fuerza expedicionaria, sino a todo un ejército Skaven como nunca se había visto en las Salas Subterráneas durante generaciones. Sabía que los Skaven tenían que ser rechazados allí y en aquel momento. También sabía que, sucediera lo que sucediera, se escribirían nuevas páginas en el Libro de los Agravios.

—¡Formad la cadena de la Hermandad! —ordenó.

Guerreros Enanos imagen 6ª

Dio media vuelta para contemplar a sus tropas. Cada uno de los Guerreros Enanos estaba observando a derecha e izquierda para memorizar las caras de los compañeros que se encontraban a su lado. Un suave murmullo llenó la Gran Sala subterránea, mientras uno a uno pronunciaban su nombre en voz alta. Se trataba simplemente de un ritual, dado que cada Enano conocía ya de memoria la gracia de los demás miembros de su regimiento. Era la única forma de que los muertos pudieran ser recordados por sus camaradas, para ser convenientemente anotados en el Libro de los Agravios. Sólo si la totalidad del ejercito era eliminado se perdería todo recuerdo de sus componentes. Y ni tan siquiera en ese caso, si Thorgrim podía evitarlo. Había memorizado el nombre y el rostro de cada uno de los Enanos de sus huestes. No era un simple Humano, apenas capaz de recordar los nombres y las caras de unos cuantos cientos de individuos.

Thorgrim observó a su ejército con orgullo. Su visión era capaz de animar el corazón y erizar la barba de cualquier Enano verdadero.

A cada lado de su trono se hallaban dos regimientos de veteranos Barbaslargas, los más viejos y feroces de sus soldados. A su izquierda estaban los Martilladores de Guttri al mando de Guttri Garikssen, su viejo camarada de cientos de escaramuzas. A su derecha estaba la implacable Hermandad al mando de Harek Harekssen, que había llegado desde Zhufbar para presentar sus respetos a Thorgrim y visitar el gran templo de Grimnir. Sin embargo, tan pronto tuvieron noticia de la incursión de los Skaven, se presentaron como voluntarios para acompañar al ejército durante la batalla.

En la penumbra de aquella parte de la Gran Sala Subterránea sus armas rúnicas brillaban con frialdad.

A la izquierda de los Martilladores, en lo alto de su poderoso y sagrado Yunque, estaba el Herrero Rúnico Kragg, sosteniendo su enorme Martillo en la mano. Thorgrim sabía que pronto invocaría a todo tipo de rayos con los que atacar al enemigo. Justo a su lado se encontraban dos regimientos enteros de Enanos armados con Ballestas. En ese momento, todos aquellos bravos Guerreros estaban preparando sus armas: incrementaban la tensión de las cuerdas y se disponían a poner el virote palomero en posición de disparo.

Matadores Enanos por James Brady jimbradyart

A la derecha de la Implacable Hermandad se encontraban los Matadores, al mando de su Capitán Skalli Matademonios, el más poderoso de los Matadores del Karak. Las canciones de muerte entonadas por los Enanos de vistosas crestas retumbaban sobre el campo de batalla, mientras estos se preparaban para enfrentarse a su destino.

A su lado, en una ligera elevación del terreno, las sudorosas dotaciones de Artilleros colocaban en posición sus piezas. Snorri Gunaimer sacaba brillo con extremo cariño a las runas de su Cañón, mientras Grumni Helheimer supervisaba la disposición de los barriles de pólvora. A la derecha del nuevo Cañón Lanzallamas experimental, recién salido de las forjas del Gremio de Ingenieros, formaban las numerosas filas de los Atronadores, con sus Arcabuces listos para disparar. Desde su elevada posición podían abrir fuego sin dificultad contra cualquier punto del campo de batalla.

Desde detrás del ejército Enano llegaba el sonido de grandes aspas que removían el aire y motores de vapor que aumentaban la presión: los pilotos de los Girocópteros se preparaban para el despegue. Thorgrim dio la señal convenida para izar el estandarte. Todo el ejército Enano lanzó un grito de ardor guerrero cuando la Runa de Valaya ondeó al viento. Los Guerreros Enanos estaban dispuestos para el combate, preparados para entrechocar el acero puro de sus armas con el de las herrumbrosas armas de los Skaven, ansiosos de poner a prueba su lealtad y de emplear las creaciones del Gremio de Ingenieros contra el enloquecido ingenio constructor de los Hombres Rata. Después de aquel día, los Enanos no deberían preocuparse nunca más de esos miserables enemigos o los carroñeros Skaven se alimentarían de los últimos huesos de su antiguo Imperio.

Jezzail

Como respondiendo a una señal invisible, los Hombres Rata empezaron a avanzar, parloteando y agitando sus armas. La velocidad de su avance era escalofriante. Una oleada negra de miles de flacos y feroces cuerpos peludos fluía sobre el irregular suelo. Dientes amarillentos brillaban con maldad en la penumbra. Las Ratas Ogro emitían sus guturales retos. La línea de Ratas Gigantes avanzaba en vanguardia, grandes y sanguinarias como lobos sedientos de sangre. El crujir de los Mosquetes Jezzail Skaven llenó el aire. Brillantes proyectiles rebotaron en el trono, junto a Thorgrim, quien lejos de sentir temor se irguió desafiante mostrando el Hacha de Grimnir a los lejanos francotiradores.

Una fantasmagórica aura se formó alrededor del Vidente Gris, ahora poseedor de energía mágica, al tiempo que una nube de brillante vapor gaseoso rodeaba, una tras otra, a todas las Ratas Ogro.

—¡Esperad, hermanos! ¡Esperad! —gritó Thorgrim, conteniendo el deseo natural de hacer avanzar a los suyos.

Thorgrim abrió el Libro de los Agravios y se dirigió a los valerosos y expectantes Guerreros de Guttri. Con palabras lentas y profundas, recitó los ancestrales e infames agravios, recordando a cada Enano presente el eterno legado de odio y enemistad hacia los Skaven. Mientras su penetrante voz retumbaba sobre el ejército, las caras de los Martilladores palidecieron y empezaron a temblar de rabia. Unos cuantos sufrieron espasmos similares a espontáneos ataques epilépticos, mientras que otros se tiraron de las barbas y profirieron maldiciones.

Girocóptero por Mark Gibbons

Los Guerreros de la implacable Hermandad agacharon las cabezas cuando los Girocópteros pasaron por encima de ellos. Una de las maquinas voladoras se dirigió al flanco derecho y la otra, al centro del ejercito Skaven. Ambos pilotos prendieron la mecha de sus bombas con los cigarrillos de que disponían y las soltaron sobre la masa que avanzaba. Las bombas rebotaron contra el suelo, lo que provocó que sus mechas silbaran y chisporrotearan, y tras ello explotaron haciendo saltar por los aires cuerpos ensangrentados y mutilados. A continuación hablaron los Cañones con sus atronadoras voces. El olor del humo de la pólvora llenó el aire. Los ensordecedores disparos retumbaron por toda la Gran Sala subterránea. Los proyectiles atravesaron las filas de las Ratas Ogro, destripando sus cuerpos como si fuesen de papel. Throgrim lanzó un grito de triunfo al ver como la cabeza de una de las bestias estallaba a consecuencia de un impacto directo.

El Cañón Lanzallamas disparo un chorro de fuego químico hacia el enemigo. Alcanzó de lleno a una formación de Guerreros Alimaña y les envolvió en una formidable llamarada. Sus pieles prendieron y el olor a pelo quemado y carne chamuscada llenó el aire. Los Skaven quemados, aullaban de dolor. Los Hombres Rata, envueltos en llamas, corrían en todas direcciones.

Algunos se revolcaban frenéticamente en el suelo intentando apagar su cuerpo. Los escasos Skaven supervivientes dieron media vuelta y huyeron ignorando las órdenes de su general.

Entonces llegó el turno de los Atronadores y de los Ballesteros, que abrieron fuego contra la horda que se aproximaba. Desde su elevada posición, los Arcabuceros podían ver claramente al enemigo. Los proyectiles de sus armas de fuego atravesaron a los primeros Skaven. Los cuerpos destrozados de los Hombres Rata caían desangrándose al suelo. Nubes de virotes palomeros se apostaron en los cuerpos de las Ratas Gigantes, destruyendo el regimiento en su casi totalidad. Las supervivientes dieron media vuelta y huyeron, más como bestias estúpidas que como los monstruos endemoniados a los que se asemejaban.

Kragg el Gruñon

Kragg golpeó su Yunque. La barba de Thorgrim se erizó. Relámpagos azules chisporrotearon alrededor del martillo. El denso olor a azufre llenó la garganta de Thorgrim. Los recién formados relámpagos se dirigieron hacia los Portadores de los Incensarios de Plaga, quienes estaban a punto de huir cuando un oportuno contrahechizo del Vidente Gris neutralizó el gran rayo y lo redujo a unas cuantas chispas inofensivas.

Los Skavens seguían avanzando. Thorgrim pudo ver sus malvados ojos inyectados en sangre. A priori, parecían una indisciplinada masa sin líder, pero Thorgrim sabía por el Libro de los Agravios que aquella marea de Guerreros Rata había aniquilado a más de un ejército.

Los Skavens ya estaban casi a su alcance. Las Ratas Ogro se aproximaban cada vez más al estandarte Enano. Cuando estuvieron cerca, la Runa de Valaya brilló y latió. La inicial furia asesina pareció abandonar a los monstruos cuando el símbolo de la Diosa Ancestral dispersó la magia maligna del Vidente Cris.

Asesino skaven y enano

De repente, de detrás de una de las estatuas caídas surgió un grupo de Asesinos Skaven del Clan Eshin vestidos de negro, que rápidamente se lanzaron sobre la dotación del Cañón Lanzallamas. Los Artilleros, escasamente armados, no pudieron oponer gran resistencia a los bien entrenados Asesinos Skaven, a pesar de lo cual, vendieron caras sus vidas. Thorgrim maldijo el hallarse demasiado lejos como para intervenir. Una nueva anotación para el Libro de los Agravios.

De nuevo, los Mosquetes de Jezzail abrieron fuego. Los Artilleros Skaven habían decidido que Thorgrim era inmune a sus disparos y concentraron su fuego en las dotaciones de los Cañones Enanos. Algunos bravos Artilleros Enanos se desplomaron, con sus cuerpos períorados por los viles proyectiles del enemigo.

Una vez más, el Vidente Gris cantó y, para horror de Thorgrim y de su dotación, miles de pequeños ojos rojos brillaron en la oscuridad. Era como si todas las ratas que habían infestado los túneles de Pico Eterno durante años y años se hubieran reunido allí, formando una gran manada que ahora avanzaba con paso decidido hacia el ejército Enano.

Kragg invocó las energías mágicas de su Yunque con su martillo y envió un rayo de energía hacia las ratas que se aproximaban. La maligna inteligencia que las había controlado pareció desvanecerse y huyeron por donde habían llegado. En medio del ejército Skaven, el Vidente Gris agitaba su cola con frustración. Una vez más, el martillo golpeó el Yunque. Pero, en esta ocasión, los titánicos rayos de brillante energía se dirigieron a los Lanzadores de Viento Envenenado. El frenético contrahechizo del Vidente Gris fracasó y tres grupos de las asquerosas y mortíferas alimañas se desplomaron con sus cerebros fritos, mientras sus ojos se salían de las órbitas y estallaban salpicando el interior de los cristales de sus gafas de protección.

Thorgrim se dirigió a la implacable Hermandad y empezó a incitar a sus guerreros. Al escuchar la antigua letanía de muerte y lamento, la Hermandad cayó en un estado de rabia enloquecida. Aullidos de frustrada angustia y sed de sangre surgían de cada guerrero mientras Thorgrim recitaba incansable, uno a uno, los actos de vileza cometidos por los Skaven contra la fortaleza de Zhufbar.

Cañón Enano

La voz de Thorgrim fue engullida por el rugir que proferían los Cañones mientras lanzaban su mortífera carga. Los virotes palomeros volaban desde las formaciones Enanas, cayendo como lluvia sobre los Monjes de Plaga: una densa lluvia de muerte que anegaba incluso a los insensibles Hombres Rata del estandarte del cadáver putrefacto. Un flanco entero del ejército Skaven parecía estar a punto de sucumbir bajo el constante fuego de los Atronadores.

Los Girocópteros picaron desde las alturas. Un chorro de vapor recalentado procedente del primero de los aparatos diezmó las dotaciones de Mosquetes Jezzail y envió a los supervivientes de regreso a las profundidades, de las que no deberían haber salido nunca. El piloto del segundo aparato sobrevoló el ejército Skaven de lado a lado, recorriendo la línea de batalla del flanco derecho al izquierdo en pos del Vidente Gris, al que su bomba no alcanzó por muy poco. Por su parte, el primer Girocóptero, que había bombardeado el centro de la línea de batalla de los Skaven, giró y se lanzó en vuelo rasante hacia la retaguardia del ejercito Skaven. Con un siseo, una gran nube de vapor llenó el aire. Los gritos de las ratas quemadas por el vapor retumbaron bajo el techo abovedado.

Vidente Gris por John Blanche Skaven

Los hechizos llenaban el espacio entre los dos ejércitos. El Vidente Gris intentaba frenéticamente recuperar el control sobre sus Ratas Ogro. Cuando una nube de energía maligna descendió una vez más sobre las criaturas del Clan Moulder, la Runa de Valaya brilló de nuevo, neutralizándola. Los rayos del Yunque Enano atravesaron entonces la dotación del Lanzallamas de Disformidad y a uno de los escasos Lanzadores de Viento Envenenado supervivientes. La distancia entre las vanguardias de ambos ejércitos era ya tan escasa que la barba de Thorgrim se erizó y, por un momento, pareció como si los pelos fueran a ponérsele tan tiesos como los de un Matatrolls. Había llegado el punto crítico de la batalla. Los veloces Skaven estaban ya a distancia de carga. El General aullaba órdenes. Los desesperados Skaven se lanzaron, hacia adelante.

Thorgrim cerró de un golpe el Libro de los Agravios. No era el momento de recordar el pasado. Había llegado la hora de saldar con sangre viejas deudas. La visión de la gran oleada de ratas de tamaño humano que cargaban hacia él con sus fauces abiertas mientras agitaban sus colas, era de pesadilla. La fuerza de la primera oleada de Guerreros Skaven se estrelló contra el muro de acero de los Enanos y a punto estuvo de romper su línea, pero no lo consiguió. Los Enanos se mantuvieron firmes como rocas.

Lanzallamas de Disformidad por Mark Gibons Skavens

Un vil y terrible olor llenó el aire. Thorgrim gritó a sus tropas que contuvieran la respiración. Se trataba del temido viento envenenado, por el que los Lanzadores eran justamente temidos y odiados. Hubo un destello de fuego en el flanco derecho. Al principio, Thorgrim pensó que el Cañón Lanzallamas había explotado, pero pronto se dio cuenta de que el fuego era de distinto color, teñido de púrpura. El olor a carne quemada y a grasa chisporroteando inundó el aire. Ya no cabía duda alguna: la descarga de un Lanzallamas de Disformidad había alcanzado a los Atronadores.

La lucha se resolvía ahora en un despiadado cuerpo a cuerpo en el que los Guerreros Skaven, de músculos de acero, tenían todas las de ganar. Para empeorar las cosas, los mortíferos Asesinos Skaven, armados con ponzoñosas armas, surgían de repente de entre las filas de los Guerreros Skaven y asesinaban a traición a los oficiales Enanos. Thorgrim vio al propio Guttri caer: su arma rúnica se desprendió de sus dedos sin vida.

¡Otra anotación para el libro!, pensó Thorgrim mientras luchaba encarnizadamente contra la gran Rata Ogro y el General Skaven.

El impacto de la lanza del General casi le clavó en el trono, pero la antigua armadura de sus antepasados consiguió repeler el golpe. Ignorando las motas de colores que saltaban ante sus ojos, el rey Enano se preparó para responder al ataque.

Azuzadas por los Señores de las Bestias del Clan Moulder, el resto de Ratas Ogro se abalanzó sobre los porteadores del trono de Thorgrim. Sus poderosas garras lograron abrir las armaduras de Gromril como si fueran de papel y provocaron profundas heridas en los costados de los Enanos. Thorgrim vio por un instante un destello blanco de puro hueso a través de la rosada carne de Grimli, justo en la zona de las costillas. En aquel momento, el trono liberó todo su poder y Thorgrim se estremeció. La carne de Grimli cicatrizó en el acto, y una nueva piel sonrosada reemplazó a la que había sido arrancada.

Rata Ogro por Mark Gibbons

Una salvaje exultación inundó a Thorgrim. El Hacha de Grimnir vibró inquieta en sus manos. Se sintió invencible como un dios. Juró que la Rata Ogro que le estaba atacando no escaparía con vida. Separando las piernas para afianzarse mejor sobre el Trono, atacó con el Hacha. Cuando la hoja se hundió en el costado del monstruoso animal, partiendo sus costillas como si de madera podrida se tratase, las ancestrales runas del arma liberaron destellos semejantes a llamas. Un segundo golpe certero partió la espina dorsal de la rata y la envió al suelo dividida en dos mitades. Un chorro de sangre y entrañas procedentes de su montura llovió sobre el General Skaven, cegándole momentáneamente. Thorgrim aprovechó esa distracción para enterrar su hacha en la cabeza del hombre rata, partiéndola prácticamente en dos.

Grimli y los demás porteadores del trono golpeaban con sus hachas, abriéndose camino entre las Ratas Ogro. Las gigantescas bestias gruñían ferozmente al desplomarse heridas de muerte.

Una pausa momentánea hizo posible que Thorgrim, desde su posición en el trono, pudiera contemplar por unos instantes a ambos ejércitos. Sabía perfectamente que la escena de pesadilla que estaba viendo le perseguiría durante el resto de sus días. Los gemidos de los moribundos y los gritos de guerra de los vivos se entremezclaban y llenaban la Gran Sala Subterránea en una cacofonía infernal. Las oscilantes y antinaturales llamaradas de los Lanzallamas de Disformidad iluminaban la terrible escena. Los heridos yacían amontonados, mientras la vida se les escapaba por cada una de sus atroces heridas. A cierta altura sobre las cabezas de los combatientes, los Girocópteros zumbaban como insectos gigantes y el siseo de sus rotores se añadía al aterrador estruendo de la batalla.

Sangre Tierras Yermas

Una enorme y chillona masa de cientos de mugrientos Skavens se había estrellado contra la línea Enana y amenazaba con hacerla retroceder. A la derecha, los Atronadores habían sufrido un gran número de bajas por causa de los Lanzallamas de Disformidad. Los escasos supervivientes de tan brutal ataque se habían visto obligados a huir indignamente ante el acoso implacable de las sobrenaturales llamas. Algunos Hombres Rata habían sobrepasado la posición de los cañones y lanzaban golpes contra los pies de Kragg, mientras este seguía erguido en su Yunque. Thorgrim vio cómo el Herrero Rúnico liberaba de nuevo los rayos de su Yunque para chamuscar a sus atacantes Skaven y enviarlos rodando lejos de su sagrado artefacto.

Los Matadores habían atravesado las filas de los Hombres Rata, dejando un rastro de cadáveres destrozados a su paso. Skalli luchaba con fuerza irresistible mientras se abría camino hacia el Vidente Cris. Sus compañeros Matadores insultaban y se burlaban de los Skaven que se retiraban. En todo el campo de batalla nadie parecía capaz de enfrentarse a la enfermiza cólera de los Matadores Enanos.

La implacable Hermandad y los Monjes de Plaga batallaban cuerpo a cuerpo. Era una escena terrorífica. Ambos bandos luchaban como poseídos, consumidos por un odio insensato. Era difícil saber quién iba ganando. Ninguna de las dos fuerzas quería ceder terreno. Los Monjes de Plaga desgarraban los cuellos de los Guerreros Enanos con sus dientes. Incluso mientras morían, los Enanos golpeaban una y otra vez con sus hachas. Alrededor de los pies de Harek podían verse los cadáveres descuartizados de todos los Portadores de los Incensarios de Plagas. Las runas del arma del de Zhufbar les habían matado instantáneamente, antes de que pudieran usar sus mortíferas armas.

Monjes de Plaga

Desde detrás de las líneas de la implacable Hermandad surgieron nubes de vapor de un color verde enfermizo. Thorgrim pudo ver a los Enanos envenenados trastabillar y caer vomitando espuma sanguinolenta por la boca y la nariz. Una anotación más para el Dammaz Kron.

A la izquierda, los Martilladores habían hecho retroceder a los Guerreros Alimaña. Rabiosos por la pérdida de su líder, los veteranos luchaban como demonios enfurecidos, aplastando las cabezas de los Skaven bajo sus poderosos martillos como si fueran huevos. El asesino de Guttri había sido reducido a una pulpa sangrante por los compañeros de este. Thorgrim sabía que la muerte de doscientas alimañas no sería suficiente para compensar una gota de la sangre de Guttri. Juró que los Skavens pagarían por ello.

En el flanco izquierdo, los Ballesteros habían comenzado a reorganizarse en una formación más profunda, preparándose para el furioso combate cuerpo a cuerpo que iba a tener lugar. Thorgrim se dio cuenta de que ya no había razón para retrasarlo más.

—¡Avanzad, hermanos! —gritó.

Lenta pero inexorablemente, los porteadores empezaron a avanzar sobre los cadáveres de las Ratas Ogro hacia el flanco de la unidad de Monjes de Plaga. El Hacha de Grimnir cantaba una canción de muerte y destrucción. Nada que se pusiera a su alcance seguiría vivo por mucho tiempo. Las leprosas formas de los Monjes de Plaga se desplomaban sin vida con cada uno de sus golpes. Uno de ellos se lanzó directamente contra Thorgrim. El rey Enano le agarró por su pegajoso y sucio cuello, deteniendo su salto a medio camino: luego obligó al ahogado Monje a arrodillarse ante él, antes de cortarle el cuello de sólo un tajo. Sus porteadores siguieron abriéndose paso, descargando un torbellino de muerte sobre los Monjes del Clan Pestilens.

Alentados por la presencia del rey, los Guerreros Enanos de la implacable Hermandad avanzaron con renovada ferocidad, degollando hasta el último Monje de Plaga. No dejaron ni uno solo de los infecciosos Skaven con vida. Los Martilladores, por su parte, acabaron con los restantes Guerreros Alimaña y empezaron a avanzar contra los Skaven supervivientes, que dieron media vuelta y huyeron despavoridos.

Clan enano a la Guerra

Tan repentinamente como llega una tormenta de verano, la batalla se había convertido en una desbandada. Cuando el Vidente Cris vio que Skalli y sus chicos se abrían definitivamente paso hacia él, se desvaneció en un destello de luz y polvo de azufre. Los Atronadores se reagruparon por fin para enfrentarse a los Lanzallamas de Disformidad, pero en vista de cómo se estaba desarrollando la batalla, estos dieron media vuelta y huyeron por donde habían venido. Los Asesinos de los alrededores de los alrededores de los Cañones se dispersaron en todas direcciones, como si todos los demonios del Caos les pisaran los talones, antes de que Thorgrim pudiera dar la orden de darles caza.

Desde el aire, los Girocópteros perseguían a los Skavens que se retiraban, haciéndoles huir aún más deprisa. De repente, los Enanos se habían quedado solos, dueños y señores de un campo de batalla cubierto de cadáveres. Thorgrim contempló el escenario de la carnicería. Los cuerpos destrozados y otros restos irreconocibles del combate se extendían hasta donde llegaba la vista.

Observó el campo y se sintió inundado de una mezcla de orgullo y tristeza. Uno por uno, los Capitanes de los regimientos Enanos se aproximaron para arrodillarse ante el trono. Thorgrim abrió entonces el Libro de los Agravios.

—¡Nombrad a los muertos! —ordenó.

Fuente[]

  • Ejércitos Warhammer: Enanos (4ª Edición).
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