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Caudillo barbaro del caos

El aura que rodeaba al imponente guerrero se hacía patente en la crepitante aureola de poder en estado puro cuya estática erizaba la barba y las largas trenzas manchadas de sangre de Thegan. El Señor del Fin de los Tiempos avanzó hacia él con paso solemne y cada una de sus pisadas resonó como un golpe de martillo. La tundra helada que se extendía a sus pies se resquebrajó y se estremeció presa del dolor a su paso y unos espíritus gimientes aullaron y chirriaron al contacto con el aliento que emergía de su yelmo. Thegan, un caudillo del Norte que había matado un Troll solo con sus manos y que había arrasado por completo un sinfín de asentamientos del Imperio, se vio a sí mismo estremeciéndose de miedo como un recién nacido.

La penetrante mirada de su señor cayó sobre él con todo su peso y Thegan se desplomó de rodillas al suelo.

—Me has fallado por última vez. Tengo un nuevo destino para ti, Thegan Jaegersson.

Archaón se cernió sobre él mientras el único ojo sin párpado de su yelmo atravesaba el de Thegan y la oscuridad se lo tragó.

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Thegan gimió y logró abrir los ojos con un gran esfuerzo. Las pinzadas de dolor que le provocaban las cadenas en las muñecas se había hecho constantes y la sangre, tanto seca como fresca, le cubría los brazos. Tenía los músculos de los hombros rasgados y destripados y los mismos hombros se le habían dislocado hacia ya tiempo, pues había estado colgado allí en la oscuridad de las profundidades lo que le parecía una eternidad. Trató desesperadamente de centrar la vista a través de los ojos bañados en sangre sobre la escena de locura que tenía ante él. Filas y más filas de sus camaradas estaban colgados en las sombras, con los brazos encadenados a las estalactitas que formaban el techo de la húmeda caverna. Muchos de ellos tenían la cabeza echada hacia atrás para tratar de beber de las frías gotas que se desprendían del vaho, que era todo lo más cercano al alimento que tenían excepto por la alimaña ocasional que se colaba en sus bocas en busca de una guarida cálida.

Cuando sus ojos se fueron adaptando a la luz, Thegan pudo ver más allá del cuerpo recubierto de moscas de su fiel teniente Gorga. Una parpadeante luz gris verdosa iluminaba levemente la caverna. Entre las sombras, dos figuras con armadura hacían guardia a la entrada de la ruidosa caverna. Pero en primer plano... los doloridos ojos de Thegan se abrieron como platos involuntariamente al advertir la repugnante escena que estaba teniendo lugar delante de él.

Una criatura deforme y aberrantemente obesa estaba trabajando afanosamente sobre dos de sus hombres. Se dio cuenta de que eran sus hermanos de sangre, Janse y Bjearse, por los tatuajes de hermandad que tenían en los brazos encadenados con grilletes. El suyo hacía mucho que había quedado recubierto de sangre seca. Thegan no tenía ni idea de lo que aquella criatura de risa aguda estaba haciendo, pero por los ternillosos crujidos y resquebrajamientos que oía sabía que no podía ser nada bueno. Una cola gorda y llena de pelos con unos bultos deformes golpeaba el suelo repetidamente mientras la criatura iba trabajando. Con todo, estaba claro que era demasiado grande como para ser un Skaven, pensó Thegan poco antes de apartar la mirada de las losas llenas de charcos de sangre.

Allí yacían los cuerpos de sus hermanos con los cráneos abiertos y sus contenidos al aire libre. Aquella cosa parecida a un Skaven que asía sus cerebros en dos de sus tres manos parloteaba para sí con febril intensidad mientras probaba sus jugos con su lengua puntiaguda, de la que caían unos gruesos hilillos de baba gris. Apareció una tercera mano y abrió ciega pero hábilmente un par de tarros, en cuyas sucias aguas aquella especie de rata corpulenta fue arrojando sus asquerosos trofeos. En cuestión de segundos, cogió de la losa de mármol dos pedazos del tamaño de una nuez parecidos a frutos secos y los introdujo sin miramientos en los cráneos negro rojizo de sus guerreros. Las víctimas desaparecieron de nuevo tras la masa de aquella cosa y vio cómo los brazos de la hinchada bestia iban trabajando y alzando terminantemente una aguja despuntada. Thegan tan solo conseguía discernir vagamente sus demenciales desvaríos.

—Uno-dos, cose y quita, mentes nuevas para todos, quita y cose y pon y ya.

La grotesca criatura cogió los tarros y desapareció del campo visual de Thegan, con lo que este pudo ver que a sus camaradas les habían vuelto a pegar la parte superior de sus cabezas. La sangre roja brillante se mezclaba con un fluido verde que refulgía levemente y goteaba de las sucias losas de mármol sobre las que estaban echados hasta caer sobre el suelo recubierto de insectos de la caverna. A pesar de no poder verlo, pudo oír el chapoteo y el chirrido de una sierra cortando un hueso, lo que le indicó que aquella especie de rata había vuelto a empezar.

Dos siluetas con armadura se abrieron paso desde las sombras hasta llegar a la luz y una de ellas le pegó una patada a algo pequeño y fofo lleno de bocas que había tratado de morderlo. A Thegan le dio un vuelco el corazón al ver que llevaban las recargadas y retorcidas Armaduras del Caos y que cada uno sostenía un enorme yelmo con forma de bestia. Ambos llevaban la marca del hechicero en sus rostros. El dolor menguó por un segundo cuando Thegan se dio cuenta de que su suplicio había llegado a su fin. Ahora aquella especie de rata se daría cuenta de lo que era el verdadero poder.

—No tenemos tiempo para estos caprichos, Moulder —gruñó el más alto de los dos—. Nuestro amo quiere ver a tus llamadas "tropas de choque" en acción antes de fin de mes.

—Paciencia, paciencia, las mascotas de Throt necesitan tiempo, necesitan cariño, ¿mmm? —canturreó la criatura. El Skaven le pegó un bocado a una mano cortada que sacó de los pliegues de sus mugrientos harrapos y luego arrojó el resto a un mutante enjaulado grande con una casa, riéndose juguetonamente cuando las mandíbulas de la cosa se cerraron como un cepo y babearon.

Cuando las implicaciones de aquel intercambio fueron haciéndose claras en la nublada mente de Thegan, sus esperanzas se desvanecieron por completo y su corazón volvió a sumirse en la oscuridad.

—Pronto veréis, sierra y quita y cambia y cose y pon, funciona, funciona. ¡Mis bonitos! Sí... mmm... —el mutante se acercó furtivamente al hechicero, que era medio metro más alto que él, si bien el Skaven compensaba en anchura lo que no tenía de altura. El tercer brazo de Throt sacó de su interior un par de ortopedias dentales como quien no quiere la cosa y las dirigió contra la calva cabeza del hechicero mientras relucía la piedra bruja que tenía en lugar de su ojo perdido. La figura imponente del hechicero aparto la mano garruda de un golpetazo y se cernió sobre el Skaven mutante.

—Demuéstramelo ahora y no castigaré tu imprudencia.

—¡Jii, jii, amenazas, amenazas! —farfulló el Skaven, golpeando el suelo fuertemente con los pies—. ¡Aquí, en mi guarida, una amenaza! Le gustáis a Throt, sí-sí. Quizá mis mascotas también quieran jugar con vosotros ¿mmm? Ahora, observad.

Thegan observó cómo el maestro de las mutaciones volvía a desparecer entre las sombras mientras la cabeza no paraba de dolerle al pensar que Janse y Bjaerse estaban sufriendo algún tipo de terrible tortura.

Monster 3

El maligno Skaven accionó una palanca entre las sombras y una confusión descomunal se apoderó de todo el laboratorio. Saltaron multitud de chispas y los mutantes aullaron, gritaron y berrearon a la vez que el suelo se llenaba de alimañas y de cosas escurridizas que no deberían estar vivas.

Las losas de mármol, ahora electrificadas, insuflaron nueva vida en sus dormidos ocupantes con un grito ahogado. Janse y Bjearse se convulsionaron y cayeron de las losas pesadamente para luego levantarse enseñando los dientes en una expresión de puro miedo animal. Gritaron y gruñeron como perros, arrancándose tiras de carne el uno al otro con unas manos convertidas en garras sangrientas. Throt les sacudió con un látigo lleno de crueles púas y los condujo hacia un túnel abierto.

—Id ahora, jugad con las demás mascotas... Encontrad la superficie si podéis y comed, sí... —canturreó Throt al volver a cerrar la puerta de hierro de su laboratorio.

—¿Y solo para esto te proporcionamos a nuestros mejores guerreros? —dijo el hechicero más alto apretando los puños con fuerza.

—No, no-no-no —dijo el maestro de las mutaciones negando con su hocico lleno de cicatrices—, para esto, sí-sí, para esto...

Throt tiró con fuerza de una cadena y un par de imponentes y monstruosas bestias rata con la piel arrugada y recubierta de maltrechas llagas y pelos enmarañados aparecieron tambaleantes hasta hacerse del todo visibles. De los antebrazos de las espinillas sobresalían unas largas y huesudas protuberancias, a las que se les habían clavado unas bastas cuchillas de metal y púas. De una ancha línea roja que iba de sien a sien interrumpida por puntos cosidos en la piel les caía un delgado hilillo de sangre. Al acercarse más, las bestias examinaron sus enormes musculaturas con vagas expresiones de confusión en sus largos y dentados hocicos.

—¿Rrr...rrkreeegh...rros..rnos hafff...rnos haff hechchooo...? —siseó una de aquellas repugnantes apariciones. Thegan soltó un grito al percatarse con horror de lo que había sido de las mentes de sus compañeros, pero su voz se perdió entre las carcajadas histéricas de su apresador.

Aquello era su hermano. Era Bjaerse.

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