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El trasfondo que puedes leer en esta sección o artículo se basa en la campaña mundial de La Tormenta del Caos, que ha sido sustituida por la de El Fin de los Tiempos.
Trueno de Ulric

El Trueno de Ulric

El humo de cientos de hogueras del campamento se elevaba hacia el cielo y Boris Todbringer, el Conde Elector de Middenheim, podía percibir el hedor de las miles de criaturas malolientes acampadas alrededor de la ciudad; era un hedor animal. Un viento helado silbaba alrededor de las murallas atestadas del Ulricsberg y el Conde pensó que ojalá tuviese una capa tan gruesa como la que llevaba Emil Valgeir, Ar-Ulric del dios del invierno y las guerras, que caminaba junto a él.

- ¡Maldita sea! Hay cientos de ellos -dijo el Conde, deteniéndose para calentarse las manos en un humeante brasero y saludando respetuosamente con la cabeza a los soldados que había a su alrededor. El sonido metálico de una cadena lanzada por el muro le hizo abandonar sus pensamientos mientras las extravagantes máquinas cargaban hachas sobre metros de cadena que se enrollaban al accionar las manivelas. El enemigo seguramente dispondría de bestias que podrían elevarse sobre las llanuras y, para poder repeler aquella amenaza, los Ingenieros Enanos habían construido enormes lanzavirotes y máquinas de guerra que lanzaban hachas que destrozarían las alas de incluso la criatura más grande.

Ar-Ulric asintió.

- Sí, son muchos, pero disponemos de los hombres para detenerlos -dijo elevando la voz para que los soldados a su alrededor pudieran oírlo-. Tus guerreros tienen corazones fuertes y sabrán defender los muros, no temas por ello.

- Sé que lo harán -convino el Conde-. Pero la visión de una horda como esa... Oyes que es muy numerosa, pero no te haces idea de lo grande que es hasta que no la ves con tus propios ojos.

- Pero nosotros tenemos las mayores fortalezas del Viejo Mundo, mi señor -dijo Ar-Ulric con la voz tan profunda que alcanzaba las esquinas más recónditas de su catedral y que en esta ocasión oyeron los cientos de hombres congregados a lo largo del muro-. Y ningún ejército del mundo ha tomado Middenheim al asalto. Les haremos pagar con su sangre cada centímetro que tomen. Y no olvide mi señor que, además de la fuerza de nuestros hombres, contamos con el Trueno de Ulric.

El Conde Todbringer asintió, asomándose sobre el parapeto para mirar el enorme cañón con boca de lobo que se había montado sobre la monstruosa plataforma del nivel inferior. Unos grupos sudorosos de caballos de carros tiraban de sus arneses mientras arrastraban el monstruo gargantuesco de bronce hasta una posición de tiro. El cargador del arma era una criatura gigantesca, que medía ocho veces la altura de un hombre; ahora mismo cogía una de las enormes balas del cañón de asedio cuyo tamaño era mayor que el de una choza y la colocaba en el cañón mientras los artilleros llenos de hollín lo llenaban con una multitud de bolsas de pólvora. Unas rampas enormes de madera se habían construido tras el cañón para poder recolocarlo en posición tras disparar y el Conde Todbringer, que había oído el potente rugido de la máquina, pensó que tendría que irse a otro lado cuando lo disparasen por miedo a perder de nuevo el oído durante días.

El Conde Elector de Middenland apoyó su mano en el hombro de Valgeir.

- Estás en lo cierto, Emil; no permitiremos que la escoria del Caos pise las calles de nuestra ciudad, amigo mío.

Ar-Ulric hizo una reverencia al señor de Middenheim mientras contemplaba la horda de guerreros y bestias que había reunido Archaón, el autoproclamado Señor del Fin de los Tiempos. Miles y miles de guerreros, bestias y monstruos se habían congregado alrededor de la roca de los Ulrisberg. Abajo resonaban los bramidos de cuernos tribales y cánticos guturales. Los ídolos de bronces se elevaron sobre plataformas con pinchos en la planicie del bosque. Era posible oler el hedor de la sangre desde estos lugares consagrados a los dioses oscuros. La zona que rodeaba el Ulricsberg parecía una herida abierta en la tierra y los bosques habían sido arrasados por los sitiadores para poder construir máquinas de asedio, para encender hogueras de los campamentos o para construir manteletes y torres de asedio.

La guerra no era nada nuevo ni para el Conde ni para Ar-Ulric, pero la incomprensible amplitud de la horda de Archaón desafiaba toda credibilidad. De momento la fuerza de Archaón se había contentado con probar las defensas de los muros bajos y enviar expediciones a lo largo de los grandes viaductos, ataques que, por ahora, habían sido repelidos. Los puentes de madera que unían los viaductos con las cuatro puertas principales de la ciudad habían sido destruidos y los tres mariscales de Middenheim y el caballero eterno tenían la responsabilidad de defender las puertas. Cada soldado en el interior de los muros habían sido llamado para la guerra y las arcas de los templos y la ciudad habían sido sangradas para reclutar mercenarios de todo el Viejo Mundo. Los Caballeros Pantera y los Caballeros del Lobo Blanco habían dejado a un lado su rivalidad tradicional y ahora defendían las almenas hombro con hombro junto a los hombres de Middenheim y los magos que habían reunido a fin de contraatacar la Magia Oscura de los chamanes de Archaón. Miles de soldados con armadura se alineaban en los muros de Middenheim con los rostros tensos, aunque Ar-Ulric estaba complacido al notar la ausencia de miedo. Las puntas de las lanzas y de las alabardas resplandecían a la luz del sol primaveral y Ar-Ulric pudo percibir la sensación de fiero orgullo que desprendían estos valerosos hombres del Norte. Con tales soldados a sus órdenes, Middenheim no podía caer.

Sonó un cuerno lúgubre procedente de la horda y otro cuerno le respondió. En poco tiempo, resonó un coro desquiciado de cuernos y de tambores en toda la roca de Middenheim y la horda acampada empezó a dar señales de movimiento. Se escuchó un profundo rugido procedente de miles de gargantas y el entrechocar de hachas y espadas sobre los escudos de hierro mientras la horda de Archaón se reunía para la batalla.

- Así que ya empieza -dijo el conde elector de Middenheim extendiendo su mano a Ar-Ulric.

- La batalla por el Viejo Mundo ha comenzado -convino Valgeir, aceptando la mano de su señor-. Que Ulric esté contigo.

Fuente

  • Campaña: La Tormenta del Caos.
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