Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Dark Dragon Rider by John Gravato Dragón Negro Elfos Oscuros

El Dragón Negro planeaba por encima de las nubes, invisible al mundo que tenía debajo. Sus enormes hombros musculados batían pesadamente sus alas para impulsarlo por el aire. Una vez en el aire, los dragones utilizaban sus espectaculares alas de cuero para ascender aprovechando las corrientes térmicas. Su gran tamaño ocultaba su agilidad: eran criaturas voladoras muy hábiles, capaces de efectuar los giros más cerrados con una gracia que podía igualar incluso a la del colibrí más diminuto. Ágiles, veloces poderosos: los dragones eran los auténticos señores de los cielos.

Un solo dragón era capaz, por si solo, de llenar de terror los corazones de todo un ejercito. Muy por encima de los océanos que rodean la mítica Ulthuan, no uno sino cinco de estos monstruos surcaban el brillante ciclo. Al frente de la formación en punta de lanza. Malekith, el Rey Brujo, el cruel Señor de los Elfos Oscuros, dio la señal para iniciar el descenso. Zambulléndose entre las nubes en una espiral descendente, los dragones pegaron sus alas al cuerpo y, uno por uno, se dejaron caer hacia el suelo.

Cuando atravesaron la última nube, las islas de Ulthuan aparecieron ante sus ojos como un majestuoso anillo de enormes cumbres rematadas por la nieve, rodeado por una serie de islotes desperdigados. Entre seis y siete kilómetros al noreste de la isla principal. cerca de la yerma y recortada costa de Nagarythe, emergían del octano las cimas de varios pilares de roca negra. Alrededor de los siniestros navíos, varias bestias gigantescas se retorcían bajo las aguas. Cada uno de estos monstruos media decenas de metros, pero, a los ojos de los jinetes de dragón, no eran más que ínfimas manchas oscuras ocultas en la espumosa superficie del océano.

El Réy Brujo contempló la isla que se extendía a sus pies. El había llamado a esta isla su hogar y este pensamiento trajo un amargo recuerdo a su mente. Pensó en sus años de juventud en la isla, pasados practicando el arte de la espada y de la guerra. Nagarythe era un reino cruel para criarse: a diferencia del resto de reinos, protegidos por impasables cordilleras, Nagarythe era un reino abierto a las invasiones. Un niño de Nagarythe tenía que aprender a defenderse como un guerrero si no quería morir antes de Llegar a adulto. Habían pasado muchos milenios desde aquellos días de la infancia, pero el odio que sentía por haber sido exiliado de su propia tierra no había disminuido en absoluto.

Su dragón continuó con el feroz descenso. Los Corsarios de las Arcas Negras pensaron que su maestro iba a efectuar una suicida zambullida en las frías aguas. Pero, en el último momento, el dragón arqueó su espalda córnea, desplegó totalmente sus alas y empezó a volar sobre la superficie oceánica. La punta de sus alas rozaba las olas mientras llevaba a Malekith en ruta directa hacia las costas de Ulthuan. Una vez más, intentaría reconquistar su reino, pero esta vez el asalto lo encabezaría una hueste de dragones. Durante casi un milenio, su plan se había desarrollado lentamente, pero, por fin, la hora de la victoria había llegado.

Malekith rememoró el día en que puso en marcha ese plan. Rakarth, su domador más diestro, había sido el primero en hacerle partícipe del increíble hallazgo: un nido con más de una docena de huevos de dragón había sido localizado en los Picos del Resentimiento. De inmediato se formó en su retorcida mente un plan para utilizar aquel hallazgo como arma contra su odiado enemigo. Habían pasado varios siglos desde que su Dragón Negro, Kaliphon, cayera con su negro corazón perforado por una lanza. Cientos murieron para saciar el ataque de rabia que lo embargó al morir su montura. Malekith no había sido capaz de volver a montar sobre un dragón, a pesar de que muchos nobles le ofrecían sus propias monturas como regalo. En lugar de aceptarlas. Malekith había ordenado la construcción de un terrible carro tirado por Gélidos y con guadañas en las ruedas. En su estallido de rabia, decretó que sólo el podría montar en carro en la batalla, así que hizo destruir todos los demás.

El descubrimiento de los huevos había sido un momento de extraño placer para Malekith. Ahora podía adiestrar a un dragón para que le sirviera como le pareciera más adecuado. Junto a unos pocos nobles elegidos entre sus favoritos, habían entrenado a estos monstruos para que les transportaran en la batalla y para emprender una guerra como jamás antes había visto Ulthuan.

Cuando las oscuras playas de Nagarythe aparecieron ante Malekith, este contempló la impresionante cabeza cornuda de su dragón. Seraphon había sido el primero en salir del cascarón. Por tanto, Malekith había reclamado su derecho a montarlo. El primer nacido era el más fuerte y él, el Señor de los Elfos Oscuros, no pensaba montar en una bestia menor. Los dragones habían tardado muchos siglos en romper el cascarón y aún más tiempo en alcanzar la madurez, pero su entrenamiento había empezado inmediatamente. Malekith había puesto al mismísimo Señor de las Bestias Rakarth al cargo y le había exigido que Seraphon fuera entrenado al máximo nivel.

Al resto de nobles se les ordenó permanecer junto a sus bestias mientras recibían entrenamiento. Las largas deudas de arduo trabajo para que la bestia comprendiera a su maestro y el maestro aprendiera a controlar a la bestia estaban a punto de verse recompensadas. Desde su silla de montar, Malekith espió un pequeño pueblo costero. Cuando señaló hacia el con su dedo, todos sus jinetes de dragón comprendieron la orden de inmediato. Viraron sin romper la formación y mantuvieron aquel vuelo bajo en dirección a la ignorante población. 

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