Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Josef Bugman por Wayne England

Los guerreros cruzaban la oscuridad con paso firme, con la linterna del bárbaro iluminando una pequeña franja de las sombras y creando un anillo dorado en torno a ellos. Durgin Anchabarriga tenía sed. Sus ojos se posaron amorosamente en las barricas de cerveza que llevaba al cinto. El chapoteo de la cerveza de su interior era un sonido reconfortante, pero el ritmo removía su estómago y le hacía tragar saliva constantemente. De repente se le escapó un tremendo eructo que resonó por las salas cargadas de polvo.

- ¡Shhh! -le regañó Tirandon, el explorador Elfo. Sabía que aquel lugar era la guarida del Señor Minotauro al que estaban buscando, y estaba ansioso por mantener el elemento sorpresa.

- Lo siento -respondió Durgin avergonzado.

- Intenta guardar silencio, barbudo. Solo tu vasto corpachón es suficiente para despertar a un ejército de Goblins, y yo personalmente no tengo intención de complicar más nuestra misión -el Elfo mantuvo su tono cáustico, pero Durgin pasó de él, estaba más interesado en su cerveza.

- Ghalad, ¿puedess verr esso? -Bronlar, el bárbaro, señaló con buen pulso hacia una enorme calavera situada en la pared de la cueva por delante de ellos. Era como si la imagen de la muerte hubiese sido tallada en la roca.

- Sí. Es la piedra del rebaño de la bestia. Mira los cráneos que hay por la entrada exterior -Ghalad se volvió hacia Bronlar, que asintió-. Sus anteriores víctimas -concluyó el bretoniano, sombrío.

- Así que la bestia está ahí dentro. Vamos allá -Durgin avanzó, levantando su hacha para el combate, pero el movimiento alteró su ya delicado equilibrio estomacal y eructó sonoramente de nuevo, provocando esta vez ecos en la caverna. Tirandon soltó un grito ahogado. Bronlar y Ghalad adoptaron posiciones de combate. Un inmenso rugido bestial resonó desde la cueva.

- ¡Aquí viene, preparaos! -gritó Ghalad. El Señor Minotauro emergió de la gruta, y como una revelación de la muerte misma rugió de nuevo. Su negro pelaje estaba manchado de sangre seca que adhería sus pelos entre sí en mechones, y las dos afiladas hachas que sostenía en sus manos brillaban en la media luz.

Bronlar se tambaleó hacia atrás ante la carga de la bestia. Ghalad fue arrojado a un lado, a pesar de que su escudo absorbió el impacto del salvaje golpe. Tirandon sacudió ineficazmente su espada, paralizado como estaba por el miedo. Solo Durgin mantuvo su posición. Mientras el Minotauro arramblaba con sus compañeros, agarró su barrica de cerveza con una sola mano y vació su contenido. En unos segundos sus venas se llenaron de fuerza y su corazón se armó de valor frente a la aberración del Caos que se alzaba frente a él. El Minotauro rugió de nuevo. Bronlar estaba contra la pared. Ghalad cayó de rodillas intentando recobrar sus sentidos. Durgin soltó un espeluznante grito de guerra. El Señor Minotauro se volvió. Las runas del hacha de Durgin brillaron con fuerza en la oscuridad cuando se lanzó hacia delante. La cerveza le llenó de vigor y fuerza mientras descargaba su hacha contra la barriga de la criatura con determinación. Tal fue la fuerza del golpe que, con un espasmo de muerte, el Señor Minotauro lanzó a Durgin de espaldas contra la pared de roca. El Enano vio las estrellas y se derrumbó. Ghalad observó cómo la bestia se esforzaba por permanecer de pie, chorreando sangre de la tremenda herida de su vientre. Corrió adelante con la pesada armadura chirriando, y remató al Minotauro con un golpe bien colocado de su espadón.

- Ha muerto -dijo simplemente. Sus ojos se apartaron del sangriento cadáver y vio a Bronlar ponerse de pie. El color regresaba a las mejillas de Tirandon, que estaba de pie paralizado junto a la bestia, que ahora enmudecía una vez muerta. Los ojos de Ghalad se posaron en Durgin en último lugar. Su valor y fuerza les habían salvado a todos. El Enano estaba sentado contra la pared, en mitad de un montón de astillas, y sostenía sus manos ante el rostro. En la luz de la linterna parecían húmedos, y Ghalad temió que Durgin hubiese sido herido. Se apresuró a socorrer a su compañero.

- Durgin, ¿estás herido? -preguntó. Durgin miró tristemente a la seria expresión del caballero.

- Mi cerveza -dijo simplemente, mirando sus dedos-, derramó mi cerveza. No queda nada -el Enano parecía inconsolable incluso mientras se chupaba lo que quedaba de su cerveza de los dedos, y su estómago retumbó en simpatía cuando soltó un último y tremendo eructo-. Lo siento -dijo el Maestro Cervecero mientras se frotaba triste su tripa, casi sin poder soportar la pérdida de su cerveza.

Fuente

  • DeathBlow 2.
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