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Fin trans
El trasfondo de esta sección o artículo se basa en la campaña de El Fin de los Tiempos, que ha sustituido la línea argumental de La Tormenta del Caos.
Masacre en la puerta del aguila elfos oscuros

Los Elfos Oscuros cargan contra sus odiados primos

La armada elfa oscura salió del oeste en el extremo de una tormenta. Los barcos de Lokhir Fellheart lideraron el asalto, atacando los puertos fortificados de Tor Inra y Merokai en la costa de Tiranoc. Las antiguas torres de vigilancia fueron derribadas, hechas pedazos por magia o consumidas por fuego bruja. A lo largo de los muelles, las orgullosas naves dragón ardieron brillantemente deslizándose serenamente bajo las olas.

El Príncipe Morvai, regresando recientemente de la Batalla de Aguja Lunar, rápidamente reunió los ejércitos de su reino y expulsó a los corsarios de Fellheart de la arruinada costa. El príncipe pagó un alto precio por su valor. Durante la lucha desesperada de Tor Inra, la hoja de un asesino puso sus venas a arder de veneno. Durante tres días, todo sanador en Tiranoc trató de curar los males del príncipe, pero fue en vano. Así pasó Morvai, hijo de Eldyr, a la sombra del más allá, el linaje real del Gran Tiranoc continuaba sólo con su hermana Eldyra, que viajaba por tierras lejanas. A pesar de la pérdida de Morvai, el pueblo de Tiranoc se regocijó, porque creían haber vencido a las incursiones de elfos oscuros. Por desgracia, los ataques de Fellheart sólo habían pretendido servir como una distracción para alejar a los defensores de Tiranoc hacia el sur. A pesar de que Morvai fue enterrado en la tumba ancestral de su familia, el verdadero asalto comenzó en la frontera entre Tiranoc y Nagarythe.

Drane Brackblood lideró este ataque, con su flota evitando las patrullas de Ulthuan y acercándose a la línea de costa. Mientras los barcos se acercaban, una ola de llamas blancas barrió a través de la línea de costa. Unos pocos capitanes, sin saber que Teclis había convocado el fuego para purgar a los demonios, creían que había sido enviado para destruir sus buques, y dieron órdenes de pánico para tomar nuevos rumbos. Sin embargo, las llamas se dispersaron a escasas millas de la costa de Ulthuan, dejando a las naves y sus tripulaciones ilesos, salvo por las burlonas mofas que los sorprendidos señores tuvieron que soportar de sus oficiales.

Poco después, la flota de Brackblood vomitó una gran hueste a lo largo de la Marca de la Sombra. La primera embarcación llegó a tierra al anochecer y, antes de la medianoche, la costa estaba erizada de lanzas. A Malus Darkblade se le había dado el "honor" de dirigir la invasión inicial. El tirano de Hag Graef no se hacía ilusiones de que Malekith esperaba que se reuniría con su fin con una flecha en su vientre, pero no le importaba. Darkblade podía percibir las oportunidades, y sus labios se retorcían en astuta previsión de las recompensas que la victoria traería. El demonio había estado inquieto en los últimos tiempos, con las órdenes que usaba para controlarlo cada vez menos eficaces. Por ahora, Tz'arkan estaba en silencio, y Darkblade condujo a sus guerreros con fuerza contra las tierras centrales devastadas por demonios de Tiranoc.

En el mismo momento, flechas de penachos negros arquearon los cielos del norte mientras los Aesanar de Nagarythe reaccionaban a la invasión. Esto también preocupaba poco a Darkblade, que envió jinetes oscuros a las colinas escarpadas, pero no hizo mucho más para prevenir los ataques. Las flechas de los guerreros sombríos, no eran más que pinchazos. Veintenas de sus soldados se perderían, pero sabía que mil veces su número sobrevivirían. Los ejércitos combinados de Hag Graef y Clar Karond, así como el diezmo de Drusala de Ghrond, estaban a las órdenes de Darkblade. La velocidad era más importante que cualquier otra cosa, y tenía la intención de estar frente a las murallas de la Puerta del Águila antes de que los guerreros de Tiranoc pudieran llevarlos a la batalla. Darkblade no sabía por qué Malekith había insistido en la Puerta del Águila sobre cualquier otra, pero estaba decidido a no mostrar debilidad fracasando en su tarea asignada.

No todos los guerreros sombríos hostigaban el avance de Darkblade a lo largo del Paso del Águila; algunos habían llevado el mensaje a las montañas, y el príncipe Yvarn, Comandante de la Puerta del Águila, hizo sus preparativos para el asalto. En el pasado, a Yvarn nada le hubiera gustado más que ver a los elfos oscuros pulverizarse a sí mismos a polvo contra sus murallas, pero esta postura ya no era posible. A pesar de que había poca comprensión más allá de las montañas, las grandes puertas de Ulthuan habían sufrido graves daños durante la invasión demoníaca, la Puerta del Águila la peor de todas. Las torres habían sido destrozadas y la guarnición reducida por el fuego y la peste. Lo que era peor, un colosal demonio de la peste se había lanzado contra las defensas occidentales, abriendo una brecha clara a través de seis de las ocho murallas. Las reparaciones estaban lejos de estar acabadas - la muralla externa lucía una línea de escombros de cerca de un cuarto de milla de longitud. Los terraplenes se podrían mantener, pero sólo si la brecha más externa se mantenía también. Tal asignación era poco menos que una sentencia de muerte. De este modo Yvarn resolvió dirigir la defensa de la brecha al lado de su guardia personal, ya que no podría tener la conciencia tranquila si cualquier otro lo hiciera.

Los elfos oscuros llegaron al amanecer. No hicieron ningún intento de iniciar un asedio tradicional, ya que Darkblade había inculcado violentamente la necesidad de urgencia sobre ellos. En su lugar, se dirigieron con fuerza hasta la brecha en la muralla exterior. Los caballeros de Hag Graef lideraron la carga, instando a sus monturas reptilianas a través de la lluvia de flechas y virotes de los defensores. Cientos murieron antes de llegar a las murallas, pero los que quedaban simplemente se burlaron de la debilidad de sus camaradas y cargaron. Darkblade montaba dentro de sus filas, lo suficientemente separado hacia delante para que todos supieran que había liderado la carga, pero lo suficientemente cerca para que cualquier sorpresa que los altos elfos hubieran preparado fuera gastada en otros guerreros que no fueran él. Detrás llegaban corsarios encapuchadas, los Espadas Marchitadoras y los Verdugos de tres ciudades, y las hidras de Clar Karond. Era una hueste de terribles proporciones, y casi todas las espadas se dirigían contra la brecha donde el Príncipe Yvarn y su Guardia de Eataine esperaban en solemne silencio.

Nota: Leer antes de continuar - ¿Por qué luchar cuando no hay esperanza?

Masacre en la puerta del aguila elfos oscuros altos elfos

Los ejércitos de Elfos chocan

Los caballeros de Hag Graef golpearon la línea de lanzas a toda velocidad, con sus lanzas perforando fácilmente a través de los escudos de madera para perforar la carne posterior. Los gélidos gruñían, lanzándose hacia adelante antes de cerrar sus mandíbulas alrededor de brazos y gargantas. La sangre latía brillante con el despertar del sol. Los elfos se derrumbaban sobre las rocas, con sus ropas blancas manchadas de color rojo. A lo largo de la cara de la brecha, las falanges de la Guardia de Eataine se estremecieron mientras sus primeras filas quedaban reducidas a ruinas, pero se mantenían. Las lanzas golpearon hacia adelante para vengar a sus compañeros caídos, guiados tanto por instinto colérico como por el equilibrio de la mano y el ojo. Los gélidos se agitaban y morían, desarzonando a los jinetes de sus sillas de montar contra la vengativa hueste.

El Príncipe Yvarn, con la espada brillando en la mano, hizo sentir a sus antepasados ​​orgullosos ese día, matando al Líder de Guerra de la Garra de ébano, y derribando su estandarte. El príncipe apenas sintió el espadazo que rompió su escudo y abrió una sangrienta herida en su pecho. Oyó las alabanzas a Khaine en sus oídos, y luego se dio cuenta de no era una voz piadosa, sino los lamentos de sus soldados, que presionaron hacia adelante para acercarse a él.

De repente, imposiblemente, la primera ola de caballeros huyó. Ninguna orden fue dada, ningún cuerno sonó a retirada - los supervivientes simplemente se giraron y huyeron de la línea de escudos blasonados con el fénix. Malus Darkblade los llamó cobardes, amenazándoles con los peores tormentos que podía imaginar, pero aún así los caballeros pasaron de largo. Al final, el Tirano de Hag Graef huyó con sus vasallos, no viendo futuro a luchar por sí solo contra los altos elfos. El Príncipe Yvarn, sangrando, pero orgulloso, ordenó a sus soldados cerrar la brecha y prepararse para otro asalto.

Sin embargo, mucha sangre quedaba por derramar en ambos lados, antes de que la Batalla de la Puerta del Águila acabara.

El siguiente ataque no se hizo esperar. Los caballeros apenas habían huido fuera del rango de los arcos largos cuando sus propias fuerzas que avanzaban les impidieron retroceder más. Darkblade, furioso casi más allá de la capacidad de hablar, los situó en una apariencia de orden. Haciendo caso omiso de los virotes garra águila que atravesaban los cielos, el Tirano de Hag Graef hizo adelantarse a una docena de los campeones de los caballeros, los decapitó, y arrojó las cabezas cortadas contra las vitoreantes filas de espadas marchitadoras y corsarios. Pocos entre la infantería tenían gran afecto por los acicalados caballeros de gélidos, y verlos humillados por lo tanto era una extraña recompensa. Darkblade podía sentir a Tz'arkan susurrando en su mente mientras cortaba cada cabeza. El demonio estaba pidiendo la liberación, con la promesa de llevarle a la victoria, pero Darkblade, como siempre, cerró su mente a las peticiones.

Con el orden sangrientamente restaurado, Darkblade instó a sus fuerzas de nuevo hacia delante, pero el momento oportuno se había perdido. Un decisivo asalto de caballería podría haber barrido a los defensores de la brecha, pero su fracaso aseguraba que los elfos oscuros tendrían que seguir ahora un rumbo más tradicional. Darkblade ya podía ver que los defensores habían apilado cadáveres de gélidos por el suelo ante la brecha, una segunda pared de carne muerta apenas dentro del alcance de los arcos de las murallas. Esa espantosa muralla hacía cualquier futura carga de caballería inadmisible. La hora de la caballería había pasado; ahora le tocaba a la infantería capturar la brecha. Alzando alta su Espada Disforme, Darkblade lanzó sus fuerzas hacia adelante una vez más.

Este asalto no cayó únicamente contra la brecha, ya que Darkblade había aprendido la lección. En cambio, la línea elfa oscura se lanzó hacia delante a través de todo el frente de la Puerta del Águila. Relámpagos negros competían con fuego blanco mientras las brujas se batían en duelo con los magos, cada uno tratando de someter la magia de las montañas a su causa. Los lanzavirotes destripador, con sus proyectiles fuertemente cargados con encantamientos oscuros, impactaron en la Puerta del Águila, rompiendo cúpulas y torres. Los corsarios lanzaban garfios a los salientes muy por encima, elevándose sobre las piedras pulidas, para después caer gritando a sus muertes mientras los defensores cortaban las cuerdas. Las arpías pululaban a través de los terraplenes. Las hidras presionaban contra la gran puerta plateada e imbuida de madera estelar. Fuego mágico ardió de troneras asesinas, y una por una las hidras perecieron, atacando a sus amos en sus últimos estertores. Sombras buscaron a los elusivos aesanar a través de las pendientes rocosas del paso, y perecieron con flechas de penachos negros alojadas en gargantas y ojos. Darkblade estaba despreocupado. Estas no eran sino fintas, diseñadas para mantener frescos a los defensores de la brecha. Cientos de elfos oscuros habían muerto, pero el señor del terror todavía tenía miles para liberar, y los arrojaba a la Puerta del Águila como la pala del carbonero echa carbón en un horno.

Donde el primer asalto se había derrumbado en cuestión de minutos, el segundo duró hasta la madrugada. Tan densas eran las filas de espadas marchitadoras y lanzas siniestras que la retirada no era una opción - los guerreros luchaban hasta el fin, o recibían una espada en la espalda mientras intentaban trepar por los escudos de sus camaradas. Para los elfos oscuros, tenía que ser victoria o muerte. Encontraron un montón de esto último, pero la primera, les fue negada.

El Prínipe Yvarn había llevado a sus soldados hacia abajo de la brecha y había formado una línea de batalla. Detrás de ellos, sobre los escombros y la pendiente sembrada de cadáveres, habían aparecido arqueros que llevaban los estandartes y colores de Caledor - cuyas lealtades a la Puerta del Águila aparentemente habían anulado las peleas más distantes de los príncipes, al menos para algunos - y sus brillantes andadas enviaron a muchos Naggarothi al abrazo de Ereth Khial. A pesar de todo, Yvarn y su Guardia de Eataine continuaban luchando, a pesar de que sus efectivos se reducían. Tal vez la mitad de los soldados del príncipe habían caído, pero los supervivientes luchaban sin miedo. Con cada soldado vestido de blanco que caía, el extraño y hermoso cántico de guerra de Khaine se hacía más fuerte.

A medida que se acercaba el amanecer, el segundo asalto al fin se desintegró. Los elfos oscuros sobre las murallas huyeron hacia abajo del paso, dejando a sus quemados y sangrientos muertos apilados densamente sobre el campo. Darkblade, incandescente una vez más con incrédula furia, mandó a sus lugartenientes para contrarrestar la derrota. El Tirano de Hag Graef apenas podía creer que los defensores de la brecha hubieran resistido contra diez veces su número. No podía permitir que resistieran por más tiempo. Los ejércitos de Tiranoc y Ellyrion ya estarían convergiendo sobre la Puerta del Águila. Darkblade necesitaba tomar la fortaleza antes de que llegaran, o sólo conocería el fracaso. No por primera vez, el señor del terror se preguntó si éste no había sido el plan de Malekith todo el tiempo, pero aplastó ese pensamiento.

El tercer asalto comenzó cuando el sol alcanzaba su cenit. Darkblade lideró este ataque. Esta vez, no avanzó en el anonimato de las filas centrales, sino con orgullo, junto con la bandera de Hag Graef. A la espalda de Darkblade montaban sus principales vasallos, los Caballeros de la Oscuridad Ardiente; detrás de ellos llegaron los jurados guerreros de su torre. El tiempo para las medias tintas había terminado; sólo la más atroz y determinada de sus fuerzas serviría ahora. Mientras los Caballeros de la Oscuridad Ardiente comenzaban su carga, las formaciones de corsarios se envalentonaron una vez más hacia la puerta de entrada principal, determinados a no ser superados por sus aliados de pies secos.

Una vez más, la matanza comenzó mucho antes de los Naggarothi golpearan las líneas de Yvarn. Las cuerdas de los arcos silbaron, soltando flechas hacia un acceso ya densamente alfombrado con ellas. El fuego fue convocado por los magos Caledorianos y arrojado desde las murallas, trayendo un horror nuevo al campo de matanza de debajo, pero aún así los elfos oscuros continuaron. Los cielos se enturbiaron por encima de los astrománticos de Saphery mientras invocaban rayos arcanos, pero ahora las brujas de Drusala habían tomado la medida a sus enemigos. Las dentadas lanzas de luz se dispersaron ​​a medio camino entre las nubes y los caballeros que cargaban. Con cacareante júbilo, las brujas reformaron las energías robadas en oleadas de nubes tentaculadas cargadas de oscuridad que se extendieron a través de las murallas y dejaron únicamente esqueletos relucientes a su paso.

Después de lo que pareció una eternidad para Darkblade, pero un periodo demasiado corto para el Príncipe Yvarn, los Caballeros de la Oscuridad Ardiente llegaron al muro de cadáveres y a las falanges de altos elfos que las seguían. Algunos atacantes fueron arrojados de sus sillas de montar mientras sus monturas se enredaban entre los muertos, pero los instintos del fiel gélido de Darkblade, Rencor, demostraron ser acertados, y el Tirano de Hag Graef fue llevado ileso hacia el grueso del enemigo.

En lo que se refería a Darkblade, los Caballeros de la Ardiente Oscuridad deberían haber pasado a través de la línea de Yvarn hacia la fortaleza de guardia posterior. Los defensores estaban cansados ​​de más de un día de batalla incesante, y los atacantes con las extremidades frescas, con su vigor preservado a propósito para un momento como éste. Con Darkblade a la vanguardia, la línea de escudos grabados en llamas debería haberse derrumbado en segundos, dispersados por la Espada Disforme. Sin embargo, el Tirano de Hag Graef desconocía que los refuerzos habían conseguido llegar al fin a la Puerta del Águila. Caballeros desmontados de Ellyrion se habían unido en los terraplenes, agregando su fuego de arquería de ojos de águila al de los defensores. Un vuelo de fénix, con el aire ardiendo detrás, dispersaba ahora a las arpías supervivientes de entre las torres más altas de la fortaleza. Más importante aún, tres regimientos de cazadores de Chracia, con el orgulloso león rampante en sus estandartes, se habían unido a la batalla por la brecha, y sus hachas brillaban mientras cortaban a través del acero oscuro y las escamas de los gélidos.

Por tercera y última vez, el asalto elfo oscuro se estancó. El Príncipe Yvarn vio a los atacantes vacilar, oyó las repentinas trompetas desde el oeste y susurró una oración de agradecimiento a Asuryan. La Puerta del Águila había sido guardada.

Nota: Leer antes de continuar - Susurros de Liberación

Tzarkan

Tz'arkan consigue sobreponerse a la fuerza de voluntad de Malus

En un primer momento, los gritos de Darkblade pasaron desapercibidos entre el coro de sangre y acero. Cientos lucharon y murieron por espadas, lanzas o hachas; pocos tenían los ojos puestos en otra cosa que no fuera las desesperadas acciones del enemigo inmediatamente delante. Entonces la agonía de Darkblade cambió de tono, creciendo lo suficientemente aguda para perturbar el espíritu. Todos los elfos de la brecha se quedaron en silencio ya que sentían garras de otro mundo desgarrando sus almas. El Tirano de Hag Graef cayó de la silla de Rencor, con su piel fluyendo como el agua mientras lo hacía. Sin pedirlo, un espacio se abrió entre la maraña de cuerpos que luchaban, con los guerreros de ambos bandos retirándose inconscientemente del señor del Terror que se retorcía. Por su parte, el gélido - que tal vez poseía más sentido común que los elfos cercanos - abandonó a su amo y se desvaneció en la refriega.

Un momento después, hubo un húmedo sonido rasgado. El grito de Darkblade se volvió más profundo, gruñendo por lo bajo mientras Tz'arkan remodelaba el cuerpo del tirano a una forma que encontrara más agradable. Los huesos se desplazaron y reformaron, con los sonidos de agrietamiento y astillamiento terribles de escuchar. La armadura y tela desgarrada cayó a medida que la masa burbujeante de carne se duplicaba y redoblaba en tamaño. Los cuernos surgieron de una alargada frente, y los nuevos miembros tomaron forma. La Espada Disforme de Khaine, pequeña por un momento en un apretón de manos monstruoso, fluyó y se reformó en un arma más apropiada para su nuevo amo. Mientras los elfos retrocedían de las inmediaciones con repentino terror instintivo, el demonio Tz'arkan dio un rugido de triunfo.

La carga de Tz'arkan fue inmediata y indiscriminada. En un momento, la Espada Disforme brilló en la oscuridad para cortar en dos a un infortunado miembro de la Guardia de Eataine, en otro, las garras del demonio cortaban y golpeaban a los elfos oscuros a su sombra. Tal traición no era a propósito, sino impulsada por una repentina y abrumadora avaricia. Tz'arkan había tenido la intención de divertirse con la matanza de los enemigos de Darkblade, pero la misma magia salvaje que había permitido al demonio sofocar el deteriorado espíritu del tirano también había despertado un hambre terrible en su interior. Rodeado por las suculentas y dulces almas de los elfos, Tz'arkan perdió todo el control, y cada elfo que caía por la mano del demonio lo fortalecía aún más. Tz'arkan sentía aumentar su poder interior con cada grito mortal, podía sentir el Reino del Caos ondular y tirar de la realidad. Se resistió al principio, ya que no tenía ningún deseo de compartir esta riqueza con sus profanos hermanos, pero allí también había un deseo, la necesidad de dejar que la grieta se abriera de golpe. Por el momento, el demonio se mantuvo firme contra la tentación, y respiró el glorioso terror que su aparición había provocado.

El Príncipe Yvarn vio la masacre de Tz'arkan y sabía que la bestia tenía que morir. Las lanzas fueron enviadas a resistir, pero tuvieron poco impacto en la piel del demonio. Las hachas de los leones blancos tuvieron mejor suerte, pero ningún hachero que acertara un golpe sobrevivió para dar un segundo. Endureciendo su valor, Yvarn se arrojó sobre el demonio. Su espada rúnica, herencia de cincuenta generaciones, destellaba más brillante que el sol mientras hería a Tz'arkan una y otra vez. Icor negro salía de las heridas del demonio, mezclándose con la sangre de sus víctimas, y Yvarn se regocijó con el conocimiento de que se podía matar a la bestia. Entonces, una enorme garra se cerró alrededor de su espada, y otra alrededor de su cuello. Los gritos ahogados del príncipe se acabaron cuando la garra aplastó su garganta. Sin darse cuenta de que lo hacían, la Guardia de Eataine comenzó a retirarse de nuevo hacia la brecha.

En la parte trasera de la hueste de elfos oscuros, los recién llegados carros de Tiranoc encontraron al enemigo pobremente preparado para hacerles frente. Los esforzados pura raza de Amarath y Elindon aceleraron el paso, con sus cascos tronando a través de la piedra en forma de la calzada mientras llevaban a sus señores a la batalla. Sonaron gritos ásperos a través de la hueste elfa oscura mientras las formaciones posteriores se giraban para encarar la nueva amenaza. Sin embargo, la tipulación de los carros disparaban sus flechas a medida que avanzaban, con cada disparo buscando un líder entre las filas Naggarothi. El pánico se extendió mientras las voces de mando quedaban en silencio, y las maniobras que podrían haber salvado a los elfos oscuros se derrumbaron en desorden. Las ballestas se levantaron y las andadas fueron disparadas, pero el fuego fue demasiado apresurado, y demasiado tarde. Los carros de Tiranoc impactaron a través de las apretadas filas, con los huesos de los caídos elfos oscuros astillándose debajo de las ruedas recubiertas de plata.

Desde su punto de vista sobre una montaña-espolón, Drusala vio la hueste de Tiranoc virar alejándose mientras una segunda línea de elfos oscuros se formaba a partir de la anarquía de la retaguardia. La carga había sido devastadora, pero los confines del paso irían en contra de los conductores de carros, aunque sólo fuera para que sus parientes pudieran mantener el orden. Sin embargo, la bruja era consciente de que el asalto a la Puerta del Águila se había venido abajo completamente. Entre los chirriantes fénix y los esfuerzos de los magos, los corsarios todavía tenían que ganar un algún punto de apoyo en las murallas de la fortaleza, y mientras que el demonio había llevado a los altos elfos a retirarse de su pared de cadáveres hasta el borde de la brecha, parecía como si la bestia estuviera más interesada en sacrificar elfos oscuros que capitalizar esa ventaja. Drusala podía ver muy pocas esperanzas de éxito para los elfos oscuros. En teoría, esta resolución le gustaba, ya que Morathi no quería ver a Malekith vencer en las costas de Ulthuan, pero estaba preocupada de que su vida podría terminar junto con la ambición del Rey Brujo.

Masacre en la puerta del aguila dragones

Bandada de Dragones Negros

Entonces, un coro de rugidos dividió el aire frío, un sonido tan antiguo como las propias montañas. Los vítores estallaron a lo largo de las murallas de la Puerta del Águila, y los Naggarothi miraron a los cielos del sur y sólo vieron su destino.

Contra todo pronóstico, Caledor había llegado al campo de batalla, y esta era como si hubiera terminado.

Nota: Leer antes de continuar - Traición en la Puerta del Águila

Los dragones atacaron sin previo aviso y sin piedad. La hueste era enorme, más grande que cualquiera vista desde los tiempos de Aenarion, con cientos de alas recortadas contra el cielo. En las murallas exteriores de la Puerta del Águila, los ánimos seconvirtieron en gritos mientras el aliento de dragón barría los terraplenes. Los recién llegados encontraron poca resistencia al principio. En el momento que se dieron cuenta de que había alas negras entre las rojas y doradas, que Caledor ya no era un aliado, era demasiado tarde. Aquí y allá, un comandante ordenaba a los arqueros para dirigir su fuego contra los recién llegados, sin embargo, eran los esfuerzos desesperados de los condenados. Los príncipes dragón de Caledor eran los mejores guerreros que Ulthuan podía ofrecer, con los propios dragones formidables más allá del conocimiento de seres inferiores. Avanzaron a través de las esporádicas andadas, con las flechas rebotando contra las armaduras y las escamas duras como el diamante. Las garras barrían las torres y patios, lanzando elfos en fuga a sus muertes.

Masacre en la puerta del aguila dragones caledor rey brujo

Caledor se alia con el Rey Brujo

Los muros de torres y torreones fueron derribados, con el fuego implacable dejando sólo cenizas siguiéndole de cerca. Dentro de la Puerta del Águila, la traición continuaba, mientras los Caledorianos de la guarnición se volvían contra sus semejantes y abrían las puertas. Como uno sólo, los Naggarothi entraron en masa en el centro de la fortaleza indefensa de repente, casi sin poder creer su fortuna. A lo largo de la brecha, la Guardia de Eataine pereció, atacados por detrás por una andanada de flechas de escamas de dragón. Sin embargo, esta traición particular hizo poco para ayudar a los elfos oscuros ya que Tz'arkan, verdaderamente perdido ante el ansia de almas, seguía trayendo la ruina entre las fuerzas de Darkblade.

Muy al oeste, los comandantes del ejército Tiranoc vieron caer la vasta águila dorada de la torre de fortaleza, y supieron que la Puerta del Águila había caído, sin embargo, eso no era lo peor de todo. Era impensable, pero innegable: Caledor había traicionado a los otros reinos de Ulthuan.

Caledor luchaba por el Rey Brujo.

Masacre en la Puerta del Águila
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Fuente[]

  • The End Times III - Khaine
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