Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Ciudad de Naggarond

La Torre del Frío

Naggarond es la ciudad más antigua y grande de los Elfos Oscuros y, posiblemente, el lugar más diabólico de todo el mundo. Tras ser derrotado durante la guerra de la Secesión, el arca negra que anteriormente fuera el castillo de Malekith, encalló en una playa de piedra fusionándose con las rocas ricas en hierro y pizarra de las montañas. Al principio no era más que una simple ciudadela, pero durante milenios, el trabajo de cientos de esclavos humanos capturados la transformaron en la imponente capital del reino de Naggaroth.

Naggarond se alza en las estribaciones de las Montañas de Hierro. La ciudad es una mezcla de mansiones, barracones, templos, pozos de esclavos y callejones retorcidos; todo ello envuelto en un manto de humo perpetuo. Durante días fríos y noches heladas los adoradores de Khaine ofrecen el corazón y la entrañas de sus víctimas aún vivas a los pozos ardientes de su dios hambriento. Y así, el propio aire de Naggarond se llena con la esencia del asesinato.

Ciudad

Puño de Malekith 02 Edificios por Daarken

Solo existe un camino que conduzca a Naggarond y ese es el Camino del Odio, que estaba pavimentado con los cráneos de cien mil elfos. El andar de las botas y el pataleo de los cascos y zarpas de las monturas druchiis suenan a hueco sobre los huesos mágicamente tratados. El camino serpentea entre oscuras colinas muertas y a través de resonantes valles densamente poblados por robles y fresnos, mientras a lo lejos las altas murallas y puntiagudas torres de Naggarond se alzaban cada vez más arriba en el cielo añil. Vacilantes luces brujas brillaban como un millar de ojos en los edificios de la ciudad-fortaleza y le conferían una especie de fría vida meditabunda. Ese no era un lugar construido sobre un despiadado poder como Hag Graef, ni teñido por la sed de sangre como Har Ganeth; Naggarond era negro, eterno odio tallado en frío mármol y forjado en inflexible hierro. Era la forma física del implacable corazón de los druchii.

Naggarond se enrosca sobre sí misma como un dragón enorme, rodeada por una relumbrante muralla. Sus negros muros de piedra tienen una altura de treinta metros y están atravesados por cuatro grandes entradas con puertas de hierro bruñido de quince metros de alto. Sobre la muralla pueden distinguirse cientos de altas torres erizadas de púas de hierro sobresaliendo de ella hasta el doble de la altura de los muros, de modo que pudieran dejar caer nubes de flechas y pesadas piedras sobre cualquier invasor. En lo alto de estas torres ondean los oscuros estandartes del Rey Brujo, pintados sobre las pieles de las víctimas sacrificadas a Khaine. Las cabezas cortadas y otras partes del cuerpo que pertenecían a los que han disgustado a Malekith son clavadas en los pinchos de las almenas como un recordatorio de lo que sucede a quienes niegan la voluntad de Malekith, y cientos de cadáveres putrefactos y de esqueletos destrozados por los cuervos dan la bienvenida a quien atraviesa sus puertas.

Puño de Malekith 03 Calle por Daarken

Todas las ciudades druchii son lugares laberínticos y traicioneros, llenos de callejones sin salida y giros confusos destinados a atrapar y matar a los incautos, pero Naggarond no se parece a ninguna otra ciudad. Una vez dentro de las murallas, no hay puntos de referencia a partir de los cuales uno pudiera orientarse; casi todas las calles acaban en una encrucijada que conecta con otras tres vías que siguen direcciones impredecibles. Ninguno de los edificios tienen señales o sigilos que indiquen qué era, y apenas se pueden encontrar plazas de mercado.

Pocos caminan descuidadamente por esas calles. Se puede estar caminando durante horas a través del laberinto, sin más compañía que los ecos de sus pasos. Apenas se puede ver a un solo ser vivo a lo largo del recorrido: ni ciudadanos ni guardias de la ciudad, ni borrachos ni ladrones, ni oráculos de pacotilla ni degolladores. Aquellos que buscan sacrificios no hacen distinciones de rango o lealtades ya que la sed de Khaine se puede saciar por igual con los Príncipes Oscuros de más alto rango o con los esclavos más abyectos. El asesinato y el robo son moneda corriente, ya que el Rey Brujo tolera cualquier acción, excepto aquellas que molestan a su gobierno. De hecho, Malekith provoca la discordia ya que la anarquía sirve para purgar a los débiles y hacer más fuerte a su gente. Es por ello que incita el conflicto entre las nobles casas, provoca la revuelta de innumerables legiones de esclavos y anima a las Brujas de los cultos de muerte a lanzarse a la garganta unas de otras. Semejante agitación deja frecuentemente a Naggarond en ruinas, pero al Rey Brujo no le importa siempre y cuando los débiles parezcan y los fuertes sobrevivan.

Haby otras tres murallas defensivas que subdividen la ciudad, cerradas a su vez por otras tres pesadas puertas de hierro. Altas casas silenciosas parecen pegarse con fuerza contra ambos lados de esas murallas interiores. Da la sensación de que, al ser la primera de las seis ciudades, Naggarond había crecido a trompicones a medida que prosperaba el reino, expandiéndose más allá de sus propias murallas una y otra vez, hasta quedar con tantos anillos como un viejo árbol nudoso.

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Naggarond está rodeada de una nube de humo perpetua que procede de los altares de sacrificios de Khaine, el Dios del Asesinato. Sobre estos altares, las sacerdotisas Elfas Brujas destripan a hombres y elfos. Arrancan los corazones de sus víctimas cuando aún están vivos y después les arrancan las entrañas mientras gritan de horror, lanzándolas a las llamas de los sacrificios de su sangriento dios. La sangre fluye día y noche, y en ningún otro lugar se honra tanto a Khaine; tan solo la ciudad de Har Ganeth, donde el pavimento es lavado diariamente con sangre, puede comparársele en número de sacrificios.

En cámaras teñidas de sangre en el interior de los muros de la ciudad se hallan los barracones de la Guardia Negra de Naggarond, los mejores guerreros del Rey Brujo. Todos y cada uno de sus caprichos son atendidos por un ejército de esclavos, ya que la Guardia Negra se dedica día y noche a instruirse para la guerra. En grandes plazas de práctica, matan a los esclavos a los que usan para practicar el tiro y ofrecen sus restos a los dioses oscuros. Sus armerías tienen las armas más antiguas y mortíferas de los Elfos Oscuros: espadas demoníacas, alabardas y lanzas que fueron creadas en la época de Aenarión, o que fueron forjadas después en el fuego de la hechicería y con la sangre de Hotek y Furion. Otros Elfos Oscuros rehúyen a la Guardia Negra porque tienen un mal temperamento que les hace matar a cualquiera que no los mire con el respeto que ellos quieren. Las salas de la Guardia Negra son silenciosas y únicamente pueden oírse los gritos de sus víctimas o la risa mordaz de su capitán, Kouran.

La Torre Negra

Ciudad Elfos Oscuros por Dave Gallagher

En el interior de estos muros impenetrables, la ciudad asciende de altura progresivamente hasta las laderas de las montañas, en cuyo centro se erige la Torre Negra del Rey Brujo, desde donde Malekith gobierna su reino con mano de hierro. No se trata de una única fortaleza sino de una ciudad dentro de otra, pues la fortaleza original se ha ido extendido con sus muchas torres más pequeñas y un laberinto de palacios, muros y almenas que la recorre por sus lados más escarpados, apiñandose tras sus murallas. Se trata de una. Una corona de magia oscura pende sobre el pico más alto de la torre.

En el centro de la ciudad se alza la Torre Negra. Aquí moran los nobles más cercanos a Malekith, un honor que aporta riqueza y patronazgo, pero también peligro. El Rey Brujo siempre ha sido un monarca volátil, generoso cuando la fortuna sonríe, pero absolutamente despiadado cuando no se sale con la suya. La corte de Naggarond es un lugar de ascensos rápidos y descensos meteóricos; pocos pueden jugar este juego político durante mucho tiempo y ninguno muere de forma natural.

El bastión central de esta torre pertenece en exclusiva a Malekith y nadie, excepto la Guardia Negra de Naggarond puede entrar sin el permiso del Rey Brujo. No se permiten linternas ni antorchas en su interior y, aunque nunca lo admitiría, el Rey Brujo hace tiempo que se muestra turbado por una simple llama. Muchas de estas habitaciones y pasillos yacen en tinieblas y otros se encuentran levemente iluminados por sellos sangrientos. Pocos Elfos Oscuros entran en esas cámaras sin un motivo urgente, ya que se encuentran llenas de una inconfundible melancolía. Cuando se fundó Naggarond, el Rey Brujo pretendía que esta ciudadela fuera rival del refinamiento y esplendor de las mayores mansiones de Ulthuan. Sin embargo, conforme se sucedían los milenios, Malekith perdió el aprecio por las fruslerías y las indulgencias. Las cámaras inferiores que antaño relucían y donde resonaban las risas de los cortesanos y sus acompañantes, ahora están desoladas, llenas de telarañas de un silencio inquietante. Únicamente se mantienen las glorias del pasado en las Cámaras superiores. Allí, el Rey Brujo reúne a su corte y hace sus planes contra la odiada Ulthuan rodeado del tesoro saqueado por todo el mundo.

La cámara del concilio es un espectáculo especialmente horrendo. Su techo abovedado se pierde en las sombras y sus muros están cubiertos de tapices tejidos con cabellos ensangrentados. Los contrafuertes tallados a semejanza de dioses crueles observan desde los muros con ojos ardientes en la oscuridad. En el centro de la habitación se encuentra una enorme mesa circular labrada en obsidiana. A su alrededor se encuentran un centenar de sillas de hueso ennegrecido y piel desollada. Algunas solo se ocupan cuando se reúne el concilio. Otras están ocupadas permanentemente por sus antiguos propietarios muertos tiempo atrás al disgustar a Malekith. Se susurra que uno de los cadáveres fue alguien muy cercano al Rey Brujo, un hermano o incluso un hijo. Algunos de esos consejeros muertos están desecados y frágiles, un testamento a sus siglos de servicio. Mientras tanto, otros están relativamente frescos y los gusanos y escarabajos todavía pasean por sus cuerpos.

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El trono de hierro de Malekith se alza en la cabecera de esta mesa, pero él prefiere merodear a su alrededor de tal forma que nadie pueda estar seguro de donde mira. Ocasionalmente pedirá silencio y mantendrá una conversación con uno de los cadáveres. Es imposible saber si realmente habla con ellos o si meramente finge ese efecto macabro. Lo cierto es que nunca nadie se ha atrevido a preguntarle. La necesidad de un consejo de este tipo en una tierra con un gobernante supremo es irrelevante. Sencillamente es la voluntad de Malekith, así que se hace.

Cuando no está ocupado con los asuntos del gobierno y la guerra, el Rey Brujo se retira a sus habitaciones personales en la cima de la ciudadela y a la de adivinación. Dicen que gracias a la magia, no hay lugar en el mundo que se oculte de la visión de Malekith, dirigiendo su venenosa mirada hacia dondequiera que su maldad le atraiga. Sin embargo su mirada se ve atraída por la isla de Ulthuan, el derecho de nacimiento que ansia reclamar como propio o ver destruido. Si su mirada se fija en un hombre, este perderá la razón y su piel caerá a tiras, a causa del Gran poder del Rey Brujo. Bajo su mirada desdeñosa, los ejércitos del Rey Brujo marchan a la guerra y sus heraldos galopan atravesando sus tierras para llevar la voluntad del Rey Brujo a sus dominios más lejanos. Desde sus cámaras en lo más alto de la ciudadela, Malekith concentra sus pensamientos y su mirada en la isla de Ulthuan a través de su protectora niebla mágica, observando la recompensa que esta tan desesperadamente dispuesto a reclamar, y siente como el odio arde en su interior.

Imágenes

Fuentes

  • Libro de Ejército "Elfos Oscuros" 5ª Edición.
  • Libro de Ejército "Elfos Oscuros" 6ª Edición.
  • Libro de Ejército "Elfos Oscuros" 7ª Edición.
  • Libro de Ejército "Elfos Oscuros" 8ª Edición.
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