Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Alabardero del Imperio por Dave Gallagher

El retumbar de los enormes tambores Orcos apenas podía oírse, ahogado por el sonido de sus guturales cánticos de guerra. Mientras las tropas leales de Talabheim permanecían dispuestas en hileras disciplinadas, el sonido de árboles derrumbándose y el chasqueo de las ramas al partirse fueron intensificando su volumen antes de que finalmente la horda Orca emergiese de entre la línea de árboles. El Conde Elector Schepke mantuvo firme a su caballo y, elevando su espada por encima de la cabeza, se dirigió con serenidad a sus tropas.

- ¡Soldados, mantened la línea! -gritó-. ¡Artillería, preparen las mechas y esperen mi orden!

Su voz era apenas audible entre los alaridos de la horda Orca. Ahora se levantaba una sólida barrera de pieles verdes frente a sus bravos soldados, rugiendo fieros alaridos de desafío y entrechocando y golpeando sus toscas rebanadoras contra sus armaduras oxidadas, en brusco contraste con las disciplinadas filas de soldados imperiales.

Las gentes de Talabecland habían creído que estaban a salvo, ocultos en lo más profundo del Gran Bosque. Un desliz en la vigilancia, resultado de muchos años de paz y prosperidad, había permitido la repentina invasión Orca que había devastado aldeas y pueblos en los alrededores de Talabheim. Un enorme número de Orcos habían sido avistados saqueando los desprotegidos asentamientos, despareciendo tan rápidamente como habían aparecido dejando tras de sí un rastro de indiscriminada de destrucción. Ya sólo quedaba el pueblo de Geistheim entre los Orcos y la ciudad conocida como El Ojo del Bosque.

Un veterano de muchas campañas, el Conde Elector Otto Schepke, había visto un patrón en los ataques de los Orcos. Reuniendo a sus regimientos y caballeros, galopó hasta la pequeña ciudad y alertó al alcalde del peligro que se aproximaba. Si sus deducciones resultaban correctas, tenían muy poco tiempo para prepararse para la batalla. El alcalde de Geistheim instó a los ciudadanos a que tomaran las armas para defender su ciudad. El Conde sabía que un hombre luchando por defender su hogar sería un adversario peligroso, un oponente incluso para las habilidades de sus más aguerridos soldados. Necesitarían aún mucho coraje en la batalla si querían tener alguna oportunidad de derrotar al ejército invasor.

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Atardecía cuando el Conde Elector Otto Schepke, al frente de un pequeño grupo de caballeros de la Reiksguard, regresaba al pueblo de Geistheim. El Conde se encontraba exhausto tras la dura batalla y deseaba lavarse para eliminar el hedor de la sangre pielverde, pero un relato de heroísmo le había alegrado su corazón de guerrero.

Mientras el ejército empezaba a acampar para pasar la noche, en todas las fogatas se repetía la gesta de un soldado de una Compañía Libre que había conseguido, él solo, desorganizar la línea Orca tras ver cómo todos sus camaradas caían uno tras otro masacrados por la magia orca. La bravura de este hombre confundió a los pieles verdes mientras se dirigía hacia el chamán que había matado a sus compañeros. Si había que dar crédito a este relato, el coraje de aquel hombre debía ser recompensado y ensalzado.

- Allí está el soldado -dijo uno de sus caballeros conteniendo su voz y señalando hacia una figura sentada al borde del bosque.

- ¿Estáis seguro de que obráis bien, mi señor? -dijo otro-. ¡Ese hombre es un rufián! Ofrecerle el perdón por sus delitos pasados es una cosa, pero ofrecerle la posibilidad de convertirse en uno de sus Grandes Espaderos es como ofrecer buen vino a un chucho.

- Vamos, mis caballeros -replicó Otto en tono de reproche-. ¿Dónde está vuestra humildad? Este bravo soldado hoy me ha servido bien y merece una recompensa. ¿Qué mayor honor puedo otorgarle que la oportunidad de sacarlo del arroyo para que se una a mi guardia personal? Supongo que este individuo se verá abrumado por la gratitud y se enmendará inmediatamente.

Los caballeros no parecían muy convencidos mientras el pequeño grupo frenaba a sus caballos antes el soldado cubierto de sangre. El hombre bebía de una botella de brandy medio vacía, ignorando a los caballeros. Es un individuo de aspecto duro, pensó el Conde. Tenía una barba oscura que marcaba aún más sus facciones cubiertas de cicatrices, iba vestido con un justillo de piel sin mangas y un parche negro le tapaba el ojo derecho. Había una espada reposando en el tronco de un árbol tras él; su hoja tenía restos de sangre seca de los Orcos.

Otto se aclaró la garganta y se aproximó al soldado. Un pergamino en su mano izquierda le otorgaba el perdón. El hombre tomó un gran sorbo de su botella y contempló a los caballeros sin ningún interés.

- ¿Qué queréis? Estoy ocupado -dijo con voz áspera y ronca señalando la botella.

- ¡Muestra algo de respeto a tus superiores, perro! -le increpó uno de los Caballeros de la Reiksguard.

Otto mandó callar al Caballero y dijo:

- ¡Vengo, señor, a brindarte una oportunidad para la grandeza, para el honor! He oído historias del valor que mostraste hoy en el campo de batalla y deseaba que supieras cuánto respeto y valoro esas cualidades en un hombre. Necesito hombres como tú para que me sirvan: y, por esa razón, vengo a ofrecerte el perdón y la oportunidad de unirte a las filas de mis Grandes Espaderos.

El Conde extendió su mano hacia el soldado, que no dijo nada y continuó bebiendo de su botella, bebiéndose de un trago lo que quedaba. Se pasó el dorso de la mano por los labios, se levantó y envainó su espada. Era un hombre considerablemente robusto que llevaba su fuerza física como si de una capa se tratara, Otto retrocedió involuntariamente un paso. Del hombre emanaba una amenaza con cada gesto.

- ¿Es ese mi perdón? -preguntó inclinándose hacia el pergamino.

- Oh, sí -dijo Otto finalmente-. Pero ¿has escuchado lo que te he dicho? Deseo que te unas a mis Grandes Espaderos, mis propios soldados. Mi guardia personal. ¡El honor que te ofrezco es enorme!

El hombre sacudió la cabeza y dijo:

- Ya te he oído. Pero yo no sirvo a nadie.

Y empujó al perplejo Conde Elector, arrancándole el perdón de su mano. Los Caballeros se movieron para detenerle, con el sentimiento de propiedad ultrajada por el comportamiento de un bribón. Otto les detuvo con un gesto mientras el arrogante soldado de la Compañía Libre encaminaba sus pasos hacia la taberna del pueblo.

- Espera -dijo Otto Schepke-. Si no aceptas la recompensa que te ofrezco, al menos dime tu nombre.

El hombre se detuvo como si estuviese considerando su pregunta y le miró por encima del hombro.

- Mi nombre es Koplisken, Karl Koplisken. Pero mis compañeros me llaman...

Koplisken hizo una pausa y movió su cabeza haciendo una mueca irónica.

- No importa... -dijo. Y se encaminó hacia el pueblo.

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