Wiki La Biblioteca del Viejo Mundo
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Damisela y caballero

- No temas, mi paladín... Hoy estaré contigo...

El Barón Theduran alzó la vista al oír aquella voz suave, relajante y casi imperceptible. Revestido en su armadura completa, se encontraba arrodillado ante la antigua estatuilla de la Dama del Lago, en su capilla familiar. Con los ojos abiertos como platos, se quedó contemplando la estatuilla, que representaba a la Dama vestida con un manto, con la cabeza inclinada ligeramente a un lado y con una expresión tranquila en su rostro de porcelana. Bajo la luz de las velas, le pareció percibir un destello en los ojos pintados de la estatuilla, que quizás fuera una lágrima, y se vio preso de una absoluta fascinación. La sala se lleno de repente con el dulce aroma de las azucenas y el barón inspiró profundamente el aire perfumado. Todas sus tensiones se desvanecieron de su cuerpo y se sintió completamente relajado y renovado a pesar de haberse pasado toda la noche orando.

- Te doy las gracias, Dama, por tu inestimable don.

Theduran cerró los ojos y recitó una última plegaria. Se puso en pie de mala gana y salió de la sala. En la oscuridad que precede al alba, vio a su hijo mayor, Malderic, que lo esperaba a las puertas de la capilla. Su hijo también portaba armadura completa y la oscuridad que rodeaba sus ojos delataba que también él había pasado la mayor parte de la noche en oración.

- La damisela Isabelle os espera en el adarve, padre.

Theduran dio las gracias a su hijo a la vez que el aire frío lo rodeaba y de súbito sintió el contacto helado de la malla en aquellas zonas en las que esta tocaba su piel. Al dirigir la mirada a la oscuridad, distinguió la esbelta silueta de la damisela Isabelle y se situó a una distancia respetuosa de ella. Esta se dio la vuelta para posar su mirada en él y Theduran quedo impresionado por el poder ultraterreno de sus ojos oscuros. ¿Qué secretos ocultaban aquellos ojos?, se preguntó.

- La Dama me concede visiones, mi señor -dijo ella de repente, como si la hubiera leído el pensamiento-. Temo que al final del día se habrá derramado muchísima sangre. Ahora mismo, el maligno señor de la guerra piel verde está despertando a sus bárbaros guerreros. Atacará una hora después del amanecer.

Theduran asintió en silencio, pues ya se había imaginado algo así.

-Se encuentran a las órdenes de un caudillo de enorme poder, mi señor -dijo Isabelle con un susurro-. Es incontable la cantidad de enemigos que han caído ante él. Azhag es su nombre.

- Por la voluntad de la Dama, yo lo derribaré -dijo Theduran con una voz llena de certidumbre y seguridad. La Dama estaba con él y tenía la certeza de que iba a protegerlo de todo mal.

La damisela Isabelle se quedó observando cómo el Barón Theduran partía para ponerse al mando de sus caballeros y rezó para que así fuera.

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