Cabalgamos hasta que el el sol se pone y solo entonces nos detenernos. Entonces, lo primero que hacemos es ocuparnos de nuestras monturas, ya que es nuestro deber ocuparnos de ellas mientras descansamos.
Debemos atender diligentemente cada pezuña y cuidar de sus músculos. De todas nuestras armas, nuestros corceles son las mejores. Ellos nos hacen rápidos, incansables, los vástagos plateados de los cazadores de antaño. Sin ellos seríamos torpes y lentos, corno nuestros enemigos.
Cuando atacamos, primero lo hacemos con nuestros arcos y siempre en el punto más débil del enemigo. No atacamos como el resto de caballeros, atacarnos rápidamente y nos retiramos sin dar tiempo a que nuestro enemigo se reagrupe. En lo que respecta al alimento, lo tornamos allí donde podemos. Cuando cazamos, nunca matarnos más de lo necesario, pues necesitamos la bendición de Kurnous y el dios de la caza no concede sus favores a los derrochadores ni tampoco a los crueles...
- Laelinn, guardián de Ellyrion instruyendo a aspirantes.
Fuente[]
- Libro de Ejército de Séptima Edición: Altos Elfos.